ANTONIO R. NARANJO-EL DEBATE
  • Una obra maestra del cine realista retrata en un juzgado la esencia de la pareja presidencial y ofrece una esperanza a la democracia

Son solo siete minutos y 52 segundos de grabación, en una fea sala de un juzgado feo, con imagen borrosa y audio discreto, pero bajo ese mediocre caparazón se esconde una obra maestra del cine realista y una lección de democracia.

Mientras afuera sonaban las trompetas de Jericó sanchistas, que ya es medio Estado asaltado y amplificado por el entregado equipo nacional de Opinión Sincronizada, en el que se amontonan Yamines Lamal del peloteo al míster, dentro el Estado de derecho ejercía su función con maravillosa rutina.

En un banco, alejada del micrófono como si le molestara levantarse y declarar, Begoña Gómez, vestida aparentemente de luto, con un ademán que a ratos era de altanería y a otros de miedo.

Solo pronunció unas pocas palabras, su nombre y apellidos y un enojado «No» cuando le preguntaron si conocía los delitos por los que se la investiga, molesta porque alguien se atreviera a dudar de la infalibilidad de la pareja, que cree que todas las barbaridades que hagan están bien por el simple hecho de que las hacen ellos.

Al otro, invisible y tranquilo, el juez Peinado, ejerciendo con parsimonia su función, ajeno a las bombas, intoxicaciones, maledicencias y acosos que sufre desde el Gobierno, nada menos, y sus sumisos altavoces.

Ni una palabra salía de su boca que sonara a ajuste de cuentas, a deseo de vendetta o a condena preventiva: simplemente explicó en qué consiste un juicio, cuáles son las garantías constitucionales que tiene el enjuiciado y cuáles las opciones de las partes demandante y demandada.

Y ya. Ninguna tensión, ni una palabra de más, nada que pudiera sonar a algo más que lo que allí ocurría: un juicio sustentado en la presentación de dos denuncias legítimas y razonables por comportamientos sospechosos que ahora, tras las investigaciones oportunas y por el procedimiento establecido, se dirimirán para acabar en condena o archivo.

Parece mentira que un vídeo tan soso sea, sin embargo, una emocionante demostración de la belleza de la democracia, pisoteada por el marido de la encausada y sus secuaces, incapaces de entender que el pilar fundamental del Estado de derecho es el procedimiento y que solo respetándolo se puede alcanzar un objetivo político o dictar una sentencia.

La resistencia de ciertos jueces españoles, desde Marchena a Llarena, pasando por Peinado y antes Ayala y luego García Castellón; nunca viene acompañada de ese impulso humano tan habitual como aprovechar la coyuntura más favorable para vengarse de quienes les persiguen, señalan e incluso agreden.

Se limitan a hacer su trabajo, con sosiego adulto y sabia paciencia, como si entendieran que los niños tiran piedras en el recreo y a ellos les toca ejercer de profesores. Y eso es lo que no soporta Sánchez, acostumbrado ya a que esos espacios los ocupen acólitos: para el Constitucional, Pumpido y otros seis juristas de reconocido prestigio en la fiesta de la rosa; para la Fiscalía General, Dolores Delgado o Álvaro García Ortiz, que es un poco como dar la placa de sheriff a Bonnie and Clyde; para RTVE, Rosa María Mateo o Silvia Intxaurrondo, las Leni Riefenstahl del Régimen.

Y ahora, si nos dejan seguir con el bolero, Escrivá para el Banco de España, equivalente a darle al Dioni las llaves de todos los furgones blindados.

Ver a Begoña de simple ciudadana, que es lo que es por mucho Falcon y mucha cátedra que le ponga su marido, es un delicioso recuerdo de lo que unos atacan y otros defienden: se llama Constitución, regula los derechos y las obligaciones, configura un espacio de reglas para facilitar la convivencia y es todo lo opuesto a lo que Sánchez quiere para España.

Quizá por eso haya otro banquillo, allá en el futuro, esperándole: él también se merece recordar que es mortal y que, felizmente, hay tipos como Peinado dispuestos a refrescarle la memoria sin subir el tono ni media nota.