JON JUARISTI-ABC

  • La canícula es la época en que las perrillas sanchistas salen gozosas a morder los tobillos del enemigo y a prohijar menas

Canícula («perrilla, perra chica») es término que se aplica desde la Antigüedad latina a la franja más tórrida del verano, que cae este año entre el 3 de julio y el 11 de agosto. Se la llama así porque coincide con los días –o, mejor, las noches– en que se hace visible en el cielo Sirio, la estrella más brillante de la constelación del Can Mayor.

Es también la época en que las canículas sanchistas salen gozosas a morder los tobillos del enemigo. Hasta ahora permanecían expectantes, como versiones feministas clónicas del chucho aquel de la Voz de su Amo (‘His Master’s Voice’), meritorio sello discográfico cuyo emblema consistía en un terrier absorto ante un gramófono primitivo de cuyo embudo surgía la voz de su amo anterior, ya fiambre.

Pues bien, las perrillas apiñadas en torno a la bocina de su Puto Amo, se han echado a correr de un lado a otro ladrando excitadísimas tras el triunfo del Nuevo Frente Popular, que no han dudado en definir como una franquicia francesa del modelo patentado por Sánchez. Está muy bien que os alborocéis, caniculillas, pues cada cosa tiene su momento: tiempo de reír, tiempo de soltar el moco, pero atribuir originalidad a Sánchez suena algo excesivo.

No. Lo de los frentes populares, como contaba en mi columna de la pasada semana, se lo inventó el comunista búlgaro Georgi Dimitrov en 1935, a mayor gloria de Stalin. Al que, por cierto, Dimitrov puso a pingar en sus ‘Diarios’ de 1934 a 1948 a lo largo de una proliferante semblanza que resumió magistralmente Tzvetan Todorov: «Stalin no tiene el menor escrúpulo en contradecir sus dogmas e incluso sus propias afirmaciones, lo que le obliga a reescribir constantemente la historia del partido y a rodearse de secuaces jóvenes, purgando a los viejos bolcheviques que recuerdan el pasado y podrían reivindicar los principios que se defendieron en otros tiempos. Los jóvenes deben su ascenso exclusivamente al capricho de Stalin, por lo que su sumisión es incondicional. Es indispensable someterse incondicionalmente al Amo, porque el comunista medio no es un fanático, sino un arribista cínico y el motor del comunismo no es la fe en un ideal, sino el ansia de poder». Cualquier parecido con la España del presente resulta inimaginable, ¿verdad?.

En fin, las canículas de Sánchez están que se salen de empalagosas, declarando su amor a todo el género humano. Como lo ha hecho la de Vivienda con los miles de niños y niñas que nos traen los cayucos. En efecto, trémula de emoción, la ministra Rodríguez ha afirmado que, como madre, siente que le incumbe la suerte de tanto menor no acompañado. Vale. Que se lleve todos los que le quepan en casa, antes de que la OTAN intervenga para arreglar el asunto, según pretende Sánchez (pues, como diría Chomin de Amorebieta, ¿qué será lo siguiente que pida? ¿Bombardearlos?).