MARIANO ALONSO-ABC

  • Hace una década se impuso en las primarias a Madina gracias al apoyo de Susana Díaz, con la que luego rompió
  • Pese a ser un total desconocido, ambicionó liderar el partido antes incluso de la marcha de Rubalcaba

Cuando el diputado raso socialista subió los tres peldaños de mármol del modesto restaurante de menús del día de la calle Ventura de la Vega, un frío día de febrero de 2014, no podía siquiera imaginar lo que iba a escuchar apenas instantes después, tras haber ordenado unas lentejas de primero y una merluza a la romana de segundo. No bien había dado el primer trago a su vaso de vino con gaseosa, escuchó a su joven compañero en el Grupo Socialista la frase que le dejaría noqueado y pensativo toda la jornada. «Voy a presentarme a las primarias para ser el candidato del partido a la presidencia del Gobierno», le espetó. Unas palabras pronunciadas por Pedro Sánchez Pérez-Castejón, a la sazón diputado por la circunscripción de Madrid, su provincia y ciudad natal y donde hasta el momento había ejercido su corta e intrascendente trayectoria política, fundamentalmente como concejal en el Ayuntamiento de la capital, durante los primeros años del alcalde popular Alberto Ruiz-Gallardón. Atónito, aunque condicionado por la relación cordial que mantenían, le dio ánimos y ambos exploraron el escenario político presente y futuro, antes de pagar la cuenta a medias y volver al Congreso de los Diputados (un paseo de apenas dos minutos desde el establecimiento en el que habían comido) para asistir al pleno semanal.

Tampoco era el parlamentario en cuestión su más íntimo amigo, y ni siquiera la persona del partido con la que mayor relación política había tenido, de lo que cabía deducir que no era el único al que había hecho tal confesión. O dicho de otra forma: Sánchez se estaba moviendo. En aquel momento el hoy presidente del Gobierno era un perfecto desconocido para la opinión pública. De 42 años de edad, era un hombre casado y con dos hijas pequeñas, el mayor de dos hermanos de una familia vinculada desde siempre al PSOE, con un padre que llegó a ocupar cargos en los ochenta en la administración de Felipe González. Aquel profesor de Economía de la Universidad Camilo José Cela (tras doctorarse con una tesis sobre la que años después ABC arrojaría evidencias de plagio) había entrado de rebote como diputado en dos ocasiones. La última un año antes, cuando personas muy importantes del aparato de Ferraz, con el que cultivaba buenas relaciones, maniobraron con el Gobierno de Mariano Rajoy para designar a Cristina Narbona (hoy presidenta del PSOE) miembro del Consejo de Seguridad Nuclear, lo que la retiró del Grupo Socialista, haciendo hueco para que corriese la lista de Madrid y Sánchez pudiera obtener su acta de diputado. Se había movido en el ámbito de las tertulias televisivas, incipientes entonces, pero su bagaje era escaso, aunque una cosa estaba clara: ambición no le faltaba.

En aquel momento, Rajoy gobernaba con una cómoda mayoría absoluta y Alfredo Pérez Rubalcaba era el líder de la oposición tras la debacle electoral que para el PSOE supuso en 2011 el fin de la Presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero. En aquel año de elecciones municipales y autonómicas en primavera y generales en noviembre, el poder territorial socialista se quedó en los huesos, y el Partido Popular (PP) llegó a gobernar en lugares tan insospechados como Castilla-La Mancha y Extremadura, hasta ese momento férreos feudos socialistas. Luego, en 2012, se celebró en Sevilla un convulso XVIII Congreso Federal que enfrentó a Rubalcaba con la exministra Carme Chacón, quien salió derrotada por apenas 22 votos de delegados de diferencia. El partido estaba en crisis. La figura de Rubalcaba, respetada y casi venerada por varias generaciones de socialistas, no tenía empuje electoral, y eso era un secreto a voces en Ferraz y aledaños. Tanto entre los que habían apoyado a Chacón como entre muchos de los que respaldaron y se quedaron con Rubalcaba. «Todos le queríamos mucho, su trayectoria es impecable, y su cabeza política, pero las encuestas internas detectaban que teníamos un problema, y muy serio, con el electorado jóven de izquierdas», recuerda un dirigente muy próximo a Sánchez que hasta hace poco ha ocupado cargos de responsabilidad. «España había vivido el 15-M, y no lo olvidemos, gobernaba entonces Zapatero, esa revuelta fue en buena medida contra nosotros», recuerda otro de los dirigentes consultados por ABC. Aunque todavía hoy hay quien discrepa y cree que Rubalcaba hubiera podido enderezar el rumbo del partido tras la pésima herencia en términos de facturación electoral recibida de manos de Zapatero. Otros, en cambio, afirman incluso que Rubalcaba fue siempre un líder de transición para dejar paso a un relevo generacional.