JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • También defiendo el fin, sin excepciones, de las subvenciones a los medios. Usar la pasta que nos roba Hacienda para hacer ricos a los mercenarios del régimen es un intolerable abuso de poder

Antaño un presidente de Gobierno, de izquierda, centro o derecha, no habría osado amenazar con retirar la publicidad institucional a los medios que difundieran bulos. La razón es que el personal estaba despierto, no hipnotizado como ahora, y le habrían replicado: «Ya, y lo que sea o no sea bulo lo decidirá la autoridad competente, ¿no? ¡En democracia no hay censura! ¡Si algo le parece un bulo, al juzgado!» Una reacción tan natural, instintiva casi, mirar la luna que el dedo señala en vez del dedo que señala a la luna, era la que cabía esperar del ciudadano medio. Ni un solo periodista, por sectario que fuera, se habría atrevido a avalar la censura, sin importar el argumento que la justificara.

Otra cosa es que uno defienda, como paso a hacer yo, liberal convencido, el fin de la publicidad institucional arbitraria (las campañas públicas deben ajustar exactamente el reparto publicitario a las audiencias demostrables y medidas por un mismo sistema homologado). También defiendo el fin, sin excepciones, de las subvenciones a los medios. Usar la pasta que nos roba Hacienda para hacer ricos a los mercenarios del régimen es un intolerable abuso de poder. Y franquear al especulador las puertas del capital de empresas estratégicas (con beneficios seguros en la industria de la defensa) para compensar sus pérdidas como magnate del periodismo lameculos del poder es una cosa que excede lo digerible. De ahí las propiedades eméticas de Amber Capital, dueña y señora de los que al final van a medir las audiencias, a establecer lo que es bulo y lo que no. Por ejemplo, lo que ellos publican en El País o La Ser no puede ser bulo. Por definición. Aunque sea una obvia mentira podrida tipo tres capas de calzoncillos. Y si ellos siembran la sospecha sobre alguien, montando un tribunal y un cadalso de papel, dese ese alguien por perdido. Por ejemplo, las 169 portadas contra Camps, civilmente asesinado por Prisa. Por ejemplo, el intento de asesinato civil de Nacho Cano. Sepa el justiciable disidente del régimen que, aunque la Justicia le exonere, El País –o sea, Prisa, o sea Amber Capital, o sea el asociado de Sánchez con derecho a ordeñar a Indra– dictará sentencia condenatoria a efectos prácticos.

Incluso en el tardofranquismo era inviable un intento burdo de establecer verdades oficiales. Editores e informadores se la jugaban, pero hoy también se la juega el periodismo de verdad. Por su parte, los columnistas habían desarrollado toda clase de recursos para esquivar la censura. Criticaban por vías alternativas. Regalaban equívocos, anfibologías desternillantes, y usaban la ironía. No está escrito que la ironía tenga que desaparecer como efecto de las libertad de prensa y expresión, pero el caso es que no florece. El usuario de las redes no la identifica. Tampoco se leen ahora las grandes obras literarias occidentales que antes se daban por descontado en el mundo de las ideas y las palabras, que incluía el periodismo. En fin, Sánchez y Amber Capital nos conducen a la época previa a Fraga. ¿Te imaginas que se vuelve a escribir bien?