- La familia es sagrada. En todos los sentidos de la palabra «familia». No me asombra. Pero hasta para lo más sórdido se requiere un elemental savoir faire, un cierto estilo. Aquí hay sólo grosería
No, no es política; la política dejó hace mucho de afectarme: la analizo, como un oncólogo analiza un carcinoma. Sin aprecio ni odio. Y procuro preservarme de ella. Está bien entusiasmarse con eso cuando uno es joven, muy joven; enseguida, el choque de la realidad impone lo obvio: que la política es el oficio de los que buscan enriquecimiento rápido con bajo esfuerzo. Nos hubiéramos ahorrado todos muchas pérdidas de tiempo si hubiéramos sabido leer, en el Freud de 1914, que los humanos son una peculiar especie de predadores hablantes «que llevan el placer de matar en la masa de la sangre». Los políticos, sencillamente, hacen dinero con eso.
Pero, de hacer dinero, hay modos y modos. No creo que la familia Sánchez-Gómez haya sido la primera en aplicar el axioma clásico, sobre el cual asentaba Karl Marx la prosperidad de las sociedades capitalistas: «¡enriqueceos, enriqueceos, ésa es la ley y los profetas!». No. Las cuentas de toda la política española (y de todos los políticos españoles) son, desde que yo tengo memoria, un lodazal bastante nauseabundo. Que alguien que cobra sueldo de eso se permita hablar de «fango», es síntoma de muy poca vergüenza.
Así que no. Ningún escándalo por la prosperidad de la esposa del presidente Sánchez me altera. Ninguno, por la multiplicación del patrimonio de su hermano. Va en la naturaleza. De la política. Lo que da asco esta vez no es lo hecho: tan similar a lo que hicieron todos. Lo que da asco es el brutal descaro con el que lo han ejecutado. Sin tomarse siquiera la molestia de disimular las fechorías, sin ni siquiera velarlas. La esposa y el hermano del presidente del gobierno se han enriquecido misteriosamente. Pero exhibiéndolo ante todos. Y el presidente del gobierno y su partido no hallan otro modo de responder a eso que amenazar con el cierre de los pocos medios de prensa que se han atrevido a algo tan elemental como hacer públicos contratos y beneficios.
Porque, seamos serios: formulándolo con mucha bondad, es difícil justificar que doña Begoña Gómez, sin título superior alguno, ejerciera –con sueldo, naturalmente– de catedrática de no se sabe bien qué en la más importante de las universidades españolas. Tan difícil como creerse que fue azar que semejante privilegio le fuera otorgado inmediatamente después del acceso de su cónyuge a la presidencia del gobierno. Tan difícil como dar por evidente que su socio privilegiado pasara a ser, con no menos inmediatez, beneficiario de sucesivos contratos millonarios por el tal gobierno. Tan difícil como aceptar que el uso, en beneficio de B. Gómez, de un software cuyos propietarios fueron ignorados y desposeídos, fuera el fruto de un simple despiste. Tan difícil como para conceder que la señora de Sánchez pueda negarse a declarar ante los jueces por algo más que por el privilegio que da ser la señora de Sánchez.
Porque, seamos serios: formulándolo con mucha bondad, es difícil justificar que un músico perfectamente ignoto, con un currículum menor y sin prestigio profesional de ningún tipo, pase a ocupar a dedo puestos de designación oficial –con sueldo, naturalmente–, inmediatamente después del ascenso de su hermano a la presidencia del Gobierno. Tan difícil como dar por normal que ni poseyera despacho en su supuesto lugar de trabajo, ni se tomara la molestia de aparecer por la institución oficial contratante, ni tuviera siquiera residencia fiscal –Hacienda sabrá– en España.
La familia es sagrada. En todos los sentidos de la palabra «familia». No me asombra. Pero hasta para lo más sórdido se requiere un elemental savoir faire, un cierto estilo. Aquí hay sólo grosería.
No, no es política. Es asco.