¿Estamos en el principio del fin? ¿Se acerca la hora de una lucha democrática, sin violencia? Las dos respuestas son afirmativas, pero los plazos son más largos de lo que anhelan el pueblo español y la ciudadanía vasca. La rendición es impensable.
España ha vivido la violencia y los planteos políticos que la justifican durante cincuenta años, cuarenta de ellos con una crueldad que ha provocado más de 800 muertos y numerosos heridos y mutilados. La sociedad vasca y española se ha visto, además, sometida al chantaje y a la extorsión de la banda para financiar sus actividades.
La democracia, como se esperaba, no consiguió detener a ETA. La violencia, la muerte, han sido las señas de identidad de la organización. Las treguas anteriores sólo han servido en tiempos de debilidad para rearmarse y continuar con el terrorismo.
Pero hace años que se vive un proceso de enorme eficacia en la represión tanto de inteligencia, una actividad fundamental, como por la colaboración de países vecinos tan esenciales como Francia, cuya acción ha sido fundamental para ir desbaratando la organización etarra.
Uno tras otro han caído los comandos, las redes internacionales, los escondites de armas, los aparatos logísticos y, en una sucesión extraordinaria desde hace tres años, las direcciones máximas políticas y militares.
Dos hechos fundamentales para este debilitamiento tan significativo de la organización terrorista lo han sido una comprensión por parte de muchos países que toleraban el terrorismo justificándolo en “conflictos de nacionalidad” como por el aislamiento progresivo de ETA en el País Vasco.
Las llamadas fuerzas abertzales (patriotas) del nacionalismo radical afín a ETA desplegaban una vasta red de apoyo en entidades políticas, culturales, deportivas. La organización pasó sus mejores momentos arropada por este espacio social que incluía una importante coalición política que fue cambiando de nombre hasta quedar fijada en “Batasuna”.
Pero, la decadencia militar de ETA acompañó también un progresivo hartazgo de los vascos por una “lucha callejera” de los “jóvenes cachorros de ETA”, que en realidad convertía en blanco de sus acciones violentas a los ciudadanos .
La notoria ineficacia de los comandos de ETA terminaron por quitarle sentido a su misma existencia. Batasuna, su brazo político, terminó por reclamarle que abandonara la lucha armada.
Pero, el reclamo a ETA es que el abandono de la violencia no tenga condiciones y a esto no se avienen los últimos restos de la banda terrorista . El comunicado avanza en cuanto habla del fin de la confrontación armada pero de inmediato colma esa etapa con sus viejos condicionamientos estratégicos.
¿Estamos entonces en el principio del fin? ¿Se acerca la hora de una lucha democrática, sin violencia, en la que los nacionalistas radicales puedan plantear la autodeterminación y la independencia sin que nadie recurra a las armas? Las dos respuestas son afirmativas, pero los plazos son más largos de lo que anhelan el pueblo español y la ciudadanía vasca. La rendición es impensable para muchos de los militantes que le quedan a ETA, equivale a admitir que ésta ha sido una lucha independentista cuyo final tendría que justificar los largos años de violencia, los asesinatos, las mutilaciones, los más de veinte niños muertos.
Los familiares de las víctimas, con razón, no quieren que haya concesiones para que ETA deje la violencia. Están seguros de que habrá quienes quieran volver a matar, aunque sean pocos.
El terrorismo por su propia naturaleza no necesita de demasiados fanáticos para hacerse presente. Y todo indica que los irreductibles querrán seguir adelante.
JUAN CARLOS ALGAÑARAZ, Clarín (Argentina), 10/1/2011