IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Qué más da que la actividad institucional esté bloqueada cuando el único objetivo consiste en impedir la alternancia

Que esta legislatura iba a ser extremadamente difícil, tirando a inviable, lo sabía Sánchez desde que acabó el escrutinio de las elecciones de hace un año. Sin embargo, su júbilo al exclamar aquella misma noche «somos más», pese a que él en concreto había perdido, no se refería al Gobierno sino al poder. Y lo que le importaba era lo segundo. Sus cuentas tenían que ver con la investidura, el trámite fundamental para la reelección, y el resto ya se iría viendo toda vez que los resultados no permitían una moción de censura ni una mayoría alternativa. Sólo le hacía falta tragarse todas sus declaraciones sobre la inconstitucionalidad de la amnistía. Lo hizo sin problemas –tenía experiencia– y ahí está, atrincherado en Moncloa, sin poder aprobar una ley ni un decreto, acosado por la justicia junto a su familia, pero presidente al fin y al cabo y con la posibilidad de seguir adelante si logra un pacto en Cataluña antes de que acabe el verano.

El martes quedó claro que el Ejecutivo no puede ejercer como tal en estas condiciones. Incluso si ERC accede a investir a Illa, Puigdemont seguirá jugando al sabotaje discrecional con la amnistía suspendida en su caso y las llaves de cada votación parlamentaria en su mano. Qué podía salir mal de la idea de investirlo como ‘progresista’ para sumarlo a su liga de aliados. El 30 de septiembre, la Audiencia de Madrid decidirá sobre el sumario de Begoña Gómez y tal vez sobre la duración del mandato. Y en octubre se sabrá si hay masa crítica para aprobar los Presupuestos o, lo que es lo mismo, si Junts vuela los últimos puentes o prefiere sostener a Sánchez con dosis parciales de oxígeno administradas por goteo. Ahora te asfixio, ahora te aflojo. Sólo esta última hipótesis evitaría la convocatoria de elecciones en otoño. Por descontado, gobernar seguiría siendo imposible en los términos convencionales de un programa político y socioeconómico respaldado por un bloque de apoyo sólido. Pero qué importa eso cuando se trata sólo de evitar que gobiernen otros.

Ése es ahora mismo el único objetivo, la única razón de ser de esa heterogénea coalición de intereses conocida como sanchismo, y es menester admitir que hasta el momento lo ha conseguido. El desgaste, lento y constante, está aún lejos de resultar definitivo porque la polarización inducida reduce al mínimo los trasvases del voto indeciso y la estrategia de asalto a las instituciones permite controlar resortes decisivos. La vida pública está colapsada, no hay ningún problema nacional en vías siquiera remotas de solución, ni esperanza de que lo haya, pero un amplio sector de la población parece conforme con el estancamiento mientras bloquee también la alternancia. Y entretanto, todo continúa girando, como desde hace una década bien larga, sobre la insoluble cuestión catalana y sobre una corrupción cuya sombra acecha ahora al presidente en su propia casa.