Francisco Rosell-Vozpópuli

Sánchez no admite el escrutinio de la Justicia ni de la Prensa en una estrategia parangonable a la de Silvio Berlusconi como primer ministro italiano

Ennio Flaiano, guionista favorito de Federico Fellini, bromeaba con que, en la bandera italiana, debería figurar la divisa: “¡Tengo Familia!”. Tal invocación sintetizaría el pensamiento común de que sus políticos anteponen los lazos de sangre (el nepotismo) o de amistad (favoritismo) a los de la nación. Como acaece hoy en la España de Pedro Sánchez con su consorte y “consuerte”, Begoña Gómez, y su no menos próspero hermano, David, quien se orquesta una buena fortuna sin tributar en España, así como su panda de amiguetes que coloniza las instituciones o saquea el presupuesto. Valgan como botones de muestra cómo su exjefe de gabinete, Juanma Serrano, se ha llenado la buchaca dejando en la quiebra a Correos y, pese a su administración desleal, ya anida en otro palomar. O esa directora del Instituto de las Mujeres, Isabel García, quien se ha granjeado a pachas con su mujer 250.000 euros en licitaciones públicas de los “Puntos Violeta”, y aun gallea como quien es pillada en la cama con su amante y le monta la bronca al cornudo por llegar pronto en casa. “Lo que no puede ser es que -matraquea como su jefe de filas de sí mismo- las parejas de las políticas y los políticos no tengan derecho a comer”. Claro que, como García no es Sánchez, la logrera ha servido para que el “puto amo” (Puente dixit) se dé pisto sin sacrificar ningún miembro de su clan directo.

Cuando con el arribo del PSOE a municipios y diputaciones en 1979 tronaron los primeros estrépitos de corrupción en el “partido de los cien años de honradez” (“y cuarenta años de vacaciones”, apostillaba el PCE), muchos se hacían de bruces de lo raudo que aprendían, ahora pasma de cómo se jactan de ello. Así, la esposa de Sánchez pasa de llevar la contaduría de las saunas paternas a gozar de cátedra extraordinaria, sin ser licenciada, en la Universidad Complutense merced a un rector obsequioso que la privilegia por ser la señora de quien es con La Moncloa como Oficina de Tráfico de Influencias bajo el patronazgo del Gobierno y con los medios públicos al servicio de sus particulares peculios.

Eso es lo que acontece con Begoña Gómez. Se ha quedado con el greco de La Moncloa y ha dado tal cante que la Justicia ha tenido que plantarse a la puerta obligando al juez Peinado, sin ser cartero, a tener que llamar dos veces

En pleno “caso Juan Guerra”, el cantaor Beni de Cádiz lo explicaba con “el estilito y agrado” de guasón que planta al monarca ante el espejo, pero evita que su lengua afilada sea su guillotina: “Si yo tengo que ponerle un despachito a alguien, ¿a quién mejor que a mi propia sangre? Si mi hermano Amós fuera cardenal de Sevilla haría lo mismo, o sea, me diría: Beni, hermano mío, ve a la Catedral y manga los cuadros que puedas, pero no te lleves el greco por tu madre, que va a dar el cante”. Y eso es lo que acontece con Begoña Gómez. Se ha quedado con el greco de La Moncloa y ha dado tal cante que la Justicia ha tenido que plantarse a la puerta obligando al juez Peinado, sin ser cartero, a tener que llamar dos veces. Al contrario que el resto de mujeres de presidentes en democracia, se arroga el rango de presidenta y su abogado ubica su “centro de trabajo” en La Moncloa como Juan Guerra en la Delegación del Gobierno en Andalucía Con razón, Miriam González, esposa del viceprimer ministro Nick Clegg y profesional reputada, afirmó que a ella la hubieran quemado viva en Trafalgar Square y su pareja hubiera dimitido sin dejar secar el titular de prensa.

Begoña Gómez no se engalana collares “gratis et amore” como Carmen Polo de Franco, pero sí otras alhajas no menos valiosas. Cacareando de emancipación, vive de ser “señora del presidente” como Urdangarín de ser “el yernísimo de Juan Carlos” o el marqués de Villaverde del dictador Franco atesorando gabelas como el derecho exclusivo de importación de la popular Vespa. A diferencia de Urdangarín condenado por usar su parentesco para recabar fondos de autonomías que se honraban en ser representadas por el allegado real ingresando entre rejas alguno de sus benefactores, como el expresidente balear y exministro, Jaume Matas, Sánchez impone el cierre de filas en su partido hasta el delirio de que su portavoz parlamentario, Patxi López, lo encomia como ejemplo de dignidad. De afearle no saber lo que era una nación, lo diviniza como el Senado a Calígula tras ordenarle que le ungieran dios para luego instarles a berrear como borregos. Como adhesión a su persona y a su hermana y amante, les impuso este juramento: “No valoraré mi vida ni la de mis hijos más que la del Emperador o la de su hermana Drusila”.

Al evocar este voto de acatamiento, cabe extraer analogías con un Sánchez que doblega y somete a las instituciones del Estado en pro de su impunidad y de su desposada, de tal guisa que a sus ministros no los juzga por su labor departamental sino por su defensa de “Begoña y yo”. Ni que decir tiene que ello no les garantiza nada como tampoco al pretor Marco tras poner la mano en el fuego por Calígula y de ayudarle a ahogar a Tiberio para arrancarle el anillo cesáreo. Al enterarse la damisela de Marco, concubina del césar, de que su marido es acusado de asesinato por Calígula en favor de un protegido de Druila, ésta lo interpela: “¡Él te hizo lo que eres!”. El déspota, impasible, replica: “A mí nadie me ha hecho”. Un amo no deja vivo a un testigo de su flaqueza y Calígula lo tuvo en Marco al no sostener la mirada de Tiberio.

Para un mentiroso compulsivo como el marido de Begoña Gómez lo peor que le podía sobrevenir es declarar como testigo al no poder hacer lo que mejor sabe: mentir

Hecho a engañar a todos todo el tiempo, a Sánchez le menguan los todos (aquel “somos más” que enarboló a raíz de la “amarga victoria” de Feijóo) y entra en una fase de declive en el que, como en los ocasos, se reiteran los cierres de filas y los vítores por quienes luego no reconocerán haber idolatrado a un dios menor. Este trance se acentúa al tener que escoger entre susto o muerte. Bien favorecer la investidura de Salvador Illa en Cataluña con una ERC que está para el desguace, pero en condiciones de hacerle tragar con un “cupo con estelada”, troceando la Hacienda española como su soberanía, y que su legislatura sea un infierno sin los ineludibles votos de Junts abocando a urnas anticipadas, bien en ceder al chantaje de Puigdemont – “tú en La Moncloa, yo en la Generalitat- para alargar la agonía. Si González rehusó con Aznar a lo de Sánchez con Feijóo, echándose la soga al cuello, no puede quejarse ahora de que le aprieta y asfixia el nudo corredizo.

Pero antes ha de vérselas este martes con el juez Peinado. Para un mentiroso compulsivo como el marido de Begoña Gómez lo peor que le podía sobrevenir es declarar como testigo al no poder hacer lo que mejor sabe: mentir. Pero, además, hecho a negarse desde que está en política, Sánchez es un testigo de cargo contra sí mismo al volverse como un bumerán lo que le soltó a Rajoy en 2017 cuando su antecesor depuso por el “caso Gürtel”. “Su imagen declarando en la Audiencia Nacional -aseveró- quedará para siempre en la retina de los españoles, una imagen que resume seis años de un gobierno irresponsable ante la corrupción. Señor Rajoy, presente su dimisión ante el Rey esta misma mañana (…) Un presidente debe ser un referente moral y usted no lo es”.

Ahora, ‘Noverdad’ Sánchez, lejos de atenerse a esa vara de medir, se aferra a La Moncloa como un fortín. Habrá que ver qué depara la labor de “llanero solitario” del juez Peinado, pero la música y la letra de las campañas contra él suenan igual que las lanzadas contra otros togados que, por ser osados, se los tildó de temerarios. Fueron desacreditados por investigados y turiferarios, pero también criticados por colegas que no osaron a poner el cascabel al gato para que nos les arañara ajando sus carreras. Únense a ese ejército de salvación “faisanes” como Marlaska que, yendo de la Justicia a la Política, justifican en Derecho los excesos de aquel que les reporta las gracias que disfrutan y desestabilizan a estos jueces entrometidos como fueron ellos en su día. Tal que Marino Barbero con la financiación irregular del PSOE o Mercedes Alaya con el fraude de los ERE.

Tras personarse en un taxi en las oficinas del partido del Gobierno, se desató una feroz campaña contra Barbero rebuscando en su vida privada y publicando que no satisfizo un préstamo hipotecario que había abonado con una dación en pago

Sin apenas auxilio, en 1991, el juez por el cuarto turno reservado a juristas de prestigio, Marino Barbero, tras la revelación del contable arrepentido, Carlos van Schowen, a El Mundo, luego de que El Periódico de Cataluña lo archivara en un cajón, inició en el Tribunal Supremo la investigación de una trama de corrupción del PSOE mediante un tinglado de sociedades (Filesa, Malesa, Time Export), a las que acaudalados empresarios -como los que hoy dan entrada a Begoña Gómez y a sus socios- hicieron pagos multimillonarios por estudios inexistentes por contratos y concesiones. Tras personarse en un taxi en las oficinas del partido del Gobierno, se desató una feroz campaña contra Barbero rebuscando en su vida privada y publicando que no satisfizo un préstamo hipotecario que había abonado con una dación en pago. El presidente extremeño Ibarra le acusó de participar en política abriendo y cerrando sumarios como ETA colocaba bombas. En febrero de 1995, Barbero cerró el sumario con 39 imputados.

Contra la juez Alaya, en el latrocinio de los ERE, se recurrió al presidente del Poder Judicial, Gonzalo Moliner, quien la amonestó por supuesta dilación y se marchó a almorzar con Griñán al Palacio de San Telmo. Hasta alcanzar el final de la escalera, Alaya expió una biliosa campaña de Alfonso Guerra, a la que se sumaron otros mendaces conmilitones tachándola de “persona enferma”. A la par que estos “fiscales de la inocencia y verdugos de la virtud” abrasaban su fama y la de su marido, pechó con los intentos por recusarla, cuando no por expulsarla de la carrera. La validación de su instrucción por el Supremo libró a Alaya tras ser saboteada por quienes debían preservar su independencia.

Con estos antecedentes, Sánchez no admite el escrutinio de la Justicia ni de la Prensa en una estrategia parangonable a la de Silvio Berlusconi como primer ministro italiano y cortada de raíz por el Tribunal Constitucional (nada que ver con los títeres del Retablo de las Maravillas de Conde-Pumpido), al anular el “laudo Alfano” (su ministro de Justicia), por el que se autoconcedía un escudo inmunitario que afrenta el frontispicio de sus Palacios de Justicia: “La lege è uguale per tutti”. Il Cavaliere argüía que “la ley puede ser igual para todos, pero no su aplicación”, al no ser un primus inter pares, sino un primus supra pares. La legitimidad de las urnas le daba derecho a ese privilegio.

Eco refería que la historia era rica en aventureros (“Yo diría que desde Catilina”) con nulo sentido del Estado pero altísimo de sus intereses por instaurar un poder personal sobre parlamentos, magistraturas y constituciones

Tumbado su escudo judicial, Berlusconi se presentó como un “Jesucristo de la política, una víctima paciente que lo soporta todo, que se sacrifica por todos” tildando a la magistratura de ser la “mayor amenaza para el Estado italiano” al fabricar procesos contra su acción política (y la vida de los italianos). Por eso, luego de la manipulación de Sánchez del concepto de “la máquina del fango” -acuñado por Umberto Eco para denunciar la ofensiva berlusconiana contra la Prensa-, hay que convenir con el gran escritor que el problema de Italia (como el de la España de hoy) no era su presidente, sino una sociedad “enferma” que condescendía con sus desafueros. En su artículo “El enemigo de la prensa”, de agosto de 2009 en la revista L’Espresso, Eco exponía que, “cuando uno tiene que intervenir en salvaguarda de la libertad de prensa, quiere decir que la sociedad, y con ella gran parte de la prensa, ya está enferma”. En las democracias robustas, no hace falta defenderla porque a nadie se le ocurre limitarla.

Eco refería que la historia era rica en aventureros (“Yo diría que desde Catilina”) con nulo sentido del Estado, pero altísimo de sus intereses por instaurar un poder personal sobre parlamentos, magistraturas y constituciones con favores a “cortesanos y (en ocasiones) cortesanas” (en alusión a los líos sexuales de Il Cavaliere), si bien no siempre lo culminaron al no transigir la gente. Cuando la sociedad se lo permite, “¿por qué tomarla con ellos y no con la sociedad que les deja actuar?”. La mayoría asumía el conflicto de intereses de Berlusconi, así como las leyes para ser inmune e impune, y el tapabocas contra la prensa.

Lo que está aquí en cuestión

Persuadido de que su mensaje sólo calaría en los convencidos de esos riesgos, pero que no entre los dispuestos a aceptarlos con tal de que no le faltara su ración televisiva de “Gran Hermano”, debía hacerlo para poder decir un día -ayer en la Italia de Berlusconi y hoy en la España de los Sánchez Gómez- que dijo no. Más cuando un gobierno persigue a los que no son de los suyos y borra las sentencias condenatorias contra sus conmilitones y contra sus socios, dotándoles de impunidad. Lo han dicho esta semana la Comisión Europea en su Informe sobre el Estado de Derecho en España por el señalamiento a los jueces y la parcialidad del fiscal general del Estado, y el Tribunal Supremo en su recurso ante el TC a propósito del golpe de Estado de 2017: “Son los principios constitucionales y el sistema democrático mismo -no tan fácil de conseguir y preservar como la perezosa costumbre suele hacernos creer-, los que están aquí en cuestión”. ¿Y todavía hay quienes inquieren sobre qué hace un juez a la puerta de La Moncloa?