Rodrigo Blanco Calderón-El Español
  • El bien siempre debe levantarse para que el triunfo del mal nunca sea absoluto, para que el triunfo del bien sea posible aunque sea una vez.
 

Contaba el escritor argentino Roberto Arlt que, cuando era niño y quería castigarlo, su padre solía decirle: «Mañana te pego». El autor de El juguete rabioso pasaba la noche en vela imaginando la paliza que le esperaba al despuntar el día. Y, en efecto, con puntualidad alemana, su padre cumplía su tenebrosa palabra.

Durante los últimos años, la oposición venezolana se había aprestado a participar en los procesos electorales con un terror y una resignación parecidas a las del niño Arlt. Una máquina dictatorial cada vez más aceitada, con unos poderes públicos firmemente sujetados por los jefes de las mafias chavistas, anunciaba cada cierto tiempo que debía escenificarse una pantomima electoral para validarse como una democracia ante el resto del mundo. Y la oposición acudía, a regañadientes, peleándose más consigo misma que con el verdadero enemigo, y hacía su papel de tonto virtuoso.

Esta situación dio un vuelco significativo este año bajo la batuta de María Corina Machado. Como resultado de un paciente trabajo basado en la probidad de sus principios, en la asertividad de su discurso y en una conexión con las expectativas reales del país, Machado logró capitalizar la gran insatisfacción que el pueblo venezolano llevaba tanto tiempo acumulando. Por supuesto, ya el gobierno de Maduro había tomado nota y en junio de 2023 la Contraloría General de la Nación la inhabilitó para ejercer cualquier cargo público. La decisión fue ratificada en enero de este año por el Tribunal Supremo de Justicia.

Con la rebeldía que la caracteriza, María Corina Machado no acató la resolución de la Contraloría y se presentó como candidata para las primarias de la oposición, las cuales ganó con un 92,5% de aprobación. Así legitimaba su derecho a ser la representante de la opción democrática. Después, ante el cerco de la inhabilitación, dio dos muestras más de instinto político: propuso la candidatura de Corina Yoris, una destacada profesora universitaria, jubilada y de 80 años, cuya inscripción el chavismo también saboteó. Y finalmente, la de Edmundo González Urrutia, a la que Maduro se vio forzado a aceptar, quizás por haber sido González Urrutia embajador de Chávez en Argentina. Quizás por la presión internacional.

En la jornada del 28 de julio de 2024, los venezolanos acudieron masivamente a votar. Todos los sondeos a boca de urna, realizados de forma independiente, así como los datos de las actas con que cuenta el comando de María Corina Machado, arrojaron, desde temprano, la tendencia irreversible: que Edmundo González habría ganado con cerca del 70% de los votos, en todos los sectores, estados y estratos del país.

Ante la inminencia de este resultado, Nicolás Maduro interpretó al pie de la letra el papel de dictador ya anunciado. Sus secuaces sembraron el proceso electoral de obstáculos, trampas y abusos, impidieron a los representantes de la oposición el acceso al CNE, interrumpieron la transmisión de las actas y, por último, presumiblemente alteraron los resultados para desconocer la voluntad de los venezolanos.

La lectura del primer boletín la hizo el rector principal del CNE, Elvis Amoroso, pasadas las doce de la medianoche. Hay que recordar que esta suele ser la hora en que el chavismo anuncia sus supuestas victorias, a pesar de que al mismo tiempo se ufana de que Venezuela cuente, según ellos, con «el mejor sistema electoral del mundo».

El rector Amoroso informó que «luego de solventar una agresión en el sistema de transmisión de datos que retrasó de manera adversa la transmisión de los resultados», y habiendo sido computado el 80 % de los votos, Maduro era el ganador con un 51 % de los votos frente al 44 % que habría obtenido Edmundo González. No hay que ser un Sherlock Holmes para suponer que, si hubo alguna «agresión al sistema», la habrá cometido el propio gobierno de Maduro para perpetrar el fraude.

«El mal busca perpetuarse mediante el perfeccionamiento y la repetición de lo abyecto»

Después, la cadena oficialista Telesur desplegaba un gráfico cuyos porcentajes eran, por decirlo de una manera educada, extraños. Por ejemplo, los tres candidatos de la oposición ad hocDaniel CeballosAntonio Ecarri y José Brito, obtuvieron cada uno, según el CNE, un 4,6% de los votos. Trillizos electorales, ¿por qué no? El problema es que eso da un total de 109% de votos contabilizados para ese primer boletín. En otros gráficos de la misma Telesur, el total ascendía a un 132%. Lo cual constituye, esto sí, una agresión al sistema decimal que el chavismo no puede imputar a nadie más.

Ahora bien, los lectores podrían preguntarse qué sentido tenía someterse a un fraude anunciado.

Yo mismo me repetí esa pregunta a lo largo de la jornada electoral. ¿Cuál es el sentido de hacer lo que estamos haciendo los venezolanos? En el entretanto, contestaba preguntas más sencillas a algunos amigos españoles que me pedían información. Yo les iba contando las múltiples denuncias que iban surgiendo, el modus operandi del chavismo, las violaciones de las leyes, los atropellos. El estupor de estos amigos era para tomar nota. Era como si en esos detalles entrevieran la superficie de una historia de horror a cuyas profundidades no están muy seguros de querer asomarse.

La madrugada de 29 de julio, cuando se consumó el fraude de manera chapucera y grotesca, me dije que quizás este era el sentido de seguir luchando después de 25 años de ignominia. El mal busca perpetuarse mediante el perfeccionamiento y la repetición de lo abyecto. El bien, por su parte, también está obligado a insistir, a intentarlo, una y otra vez. Así sea por dar ocasión a que el mal se autorrepresente y se haga visible a nuevos ojos. Así sea por pasar su testigo, el del bien, a los hijos y a los nietos de esos padres y abuelos que quedaron en el camino, sí, pero legándoles una historia valiosa, un espejo en el que poder mirarse.

El bien siempre debe levantarse para que el triunfo del mal nunca sea absoluto. Para que el triunfo del bien sea posible aunque sea una vez. Para que haya algo a lo que aferrarse durante esos casi interminables periodos en que la vida de una nación parece transcurrir como si nada allí tuviera sentido. Esa ha sido la gesta de los venezolanos a lo largo del siglo XXI y que repitieron, con convicción renovada, este 28 de julio de 2024. Y yo me siento muy orgulloso de poder contarlo.

*** Rodrigo Blanco Calderón es un escritor venezolano. Su última novela es Simpatía (Alfaguara, 2024).