Uno de los instrumentos más eficaces que utilizan las dictaduras para perpetuarse en el poder son las elecciones que el régimen vende como democráticas pero que no lo son en absoluto; es el fraude electoral que engrasa, forma parte y pretende legitimar su régimen. Es lo que hemos vuelto a ver en la Venezuela del criminal Nicolás Maduro, responsable último de este nuevo pucherazo electoral que ya se daba por hecho antes de que ocurriese. Y llegados a este punto, puesto que se sabía lo que iba a ocurrir, más que analizar los supuestos resultados electorales que Maduro ha prefabricado artificialmente y que, por lo tanto, son pura ficción y propaganda, quizás cabe preguntarse cuánto de conveniente es que la oposición democrática acepte participar en unas elecciones fraudulentas. Quizás la oposición haya recogido las pruebas del delito y tenga la capacidad suficiente para evidenciarlas y hacer visible el fraude monumental que se ha producido: si esto fuera así, serviría para demostrar la penúltima pantomima chavista y su desprecio absoluto por la democracia, lo que seguiría debilitando internamente a Maduro y movería a la Comunidad Internacional a ser más contundente para ayudar a terminar con el régimen chavista. De momento, María Corina Machado ha afirmado que en los próximos días llevarán a cabo nuevas acciones para defender la verdad. «Hasta el final es hasta el final», ha prometido. Así que quizás haya esperanza.
Una cosa es ser tan tonto como para formar parte del Grupo de Puebla y otra convertirse en defensor internacional y avalista de un régimen criminal como el de Maduro
Mientras tanto, el chavismo cumple veinticinco años de represión, muerte, retroceso económico y miseria. Además de ser unos canallas, son unos inútiles, salvo para llenarse los bolsillos propios. Y ha logrado alcanzar el cuarto de siglo de vida gracias a un gobierno despiadado, una oposición a veces dividida (porque es diversa y plural) y una Comunidad Internacional entre dubitativa y timorata, siendo generoso. Eso sin contar a los tontos útiles como Zapatero, cuya defensa del régimen de Maduro nos avergüenza como ciudadanos españoles, en tanto que fue presidente del Gobierno de España. Del PSOE que dirigió ni hablamos. No siempre es fácil parar los pies desde fuera al dictador que gobierna impunemente dentro gracias a la utilización sin límite moral de todos los instrumentos del Estado y una cohorte de siervos que defienden a su líder (como el repugnante Monedero, entre otros). Lo sorprendente es el papel que ha decidido desempeñar Zapatero, por razones que se desconocen pero que quizás algún día se sepan; una cosa es ser tan tonto como para formar parte del Grupo de Puebla y otra convertirse en defensor internacional y avalista de un régimen criminal como el de Maduro, donde supuestamente no se te ha perdido nada (salvo la decencia), aunque es más que probable que algo obtengas a cambio: quizás, solo quizás, millonarias retribuciones económicas. La otra opción es que seas simplemente un canalla, cosa que no puede descartarse. O ambas cosas.
Los precedentes históricos y la catadura moral del personaje adelantaban que Maduro en absoluto iba a respetar los resultados electorales porque es una contradicción en los términos y Maduro es lo opuesto a la democracia
En este caso, a pesar de todo, había cierta esperanza en que los resultados fueran tan contundentes que el régimen se viera obligado a respetarlos, abandonar ordenadamente el poder y permitir que la oposición democrática formara gobierno y se abriera paso la democracia en Venezuela. Fuimos demasiado ingenuos. Porque los precedentes históricos y la catadura moral de Maduro y servicios auxiliares adelantaban lo contrario: que Maduro en absoluto iba a respetar los resultados electorales porque es una contradicción en los términos y Maduro es lo opuesto a la democracia. Más de cien opositores habían sido detenidos últimamente y la valiente María Corina Machado, principal aspirante a ganar en las urnas a Maduro, había sido quitada de en medio e inhabilitada para quince años. Además, se ha impedido a la mayor parte de los venezolanos que residen fuera de su país ejercitar su derecho a voto. Antes y durante años, centenares de miles de opositores y de defensores de los derechos humanos habían sido eliminados o permanecen encarcelados en las cárceles del régimen, convertidas en centros de tortura y de exterminio. Como la activista de derechos humanos Rocío San Miguel, con doble nacionalidad venezolana y española, que permanece detenida desde febrero, sin que le hayamos oído decir al Gobierno de España esta boca es mía. Otros muchos han tenido que seguir el camino del exilio, víctimas de la represión, la falta de respeto a los derechos humanos y la miseria económica que el chavismo ha llevado a un país tan rico, con tantos recursos naturales y con tanto potencial como Venezuela.
La lucha en Venezuela no es una lucha entre la izquierda, el centro o la derecha sino entre dictadura y democracia; se trata de que todas las opciones respetuosas con los derechos humanos tengan cabida en el debate público, puedan presentar sus propuestas y los venezolanos puedan debatir y elegir libremente entre todas ellas. Ninguna puede tener patente de corso ni jugar con ventaja. Mucho menos pensar que es la única legítima, como ha sido el caso de la izquierda autocrática desde que Chávez llegó al poder. Sin embargo, salvo que la oposición presente las pruebas del flagrante delito y la Comunidad Internacional actúe como correspondería para garantizar que en Venezuela gobierne quien ha ganado, Maduro seguirá gobernando con mano de hierro.
El fraude es de origen
Es probable que en los próximos días endurezca la represión a quien denuncie este nuevo atropello electoral. Ni siquiera es suficiente presentar las actas de todas las mesas electorales que confirmaría su derrota; el fraude es de origen y hay que investigar los crímenes cometidos por la dictadura. Y es esa dictadura la que los venezolanos, con el apoyo del resto del mundo, deben quitarse de encima.