Peinado ha visto a la esposa del presidente. Ha visto al esposo de Begoña. Lo que venga, puede y debe imaginarlo el lector mientras el juez hace lentamente su trabajo
Como tantos genios, Picasso es presuntamente autor de un centón de frases lapidarias. Muchas no son suyas. Otras son tan disparatadas que es imposible que salieran de su cabeza. El pintor fue excesivo en tantas cosas de su vida, pero no era un particular a la caza de una frase para el lucimiento. Charlo con un compañero de profesión que no se cree lo que está pasando en España, y para apoyar su argumento y darse razón cierra la charla de esta manera: «Y mira, como decía Picasso, todo lo que se puede imaginar existe». Enseguida, y con delicadeza, le corrijo. No, todo lo que podemos imaginar no existe, pero sí resulta posible. ¿Cuál es la diferencia?, pregunta Y ahí decido empezar a hablar de las Olimpiadas, Nadal y Djokovic…Para qué seguir.
La verdad es que la frase en cuestión acabo de encontrarla leyendo un bellísimo librito escrito por Apolonio de Rodas, El viaje de los Argonautas (Alianza Editorial, 2016) traducido por uno de los pocos sabios que nos van quedando, Carlos García Güal. El libro es oportuno para una lectura de verano, que no es lo mismo que en la playa, no perdamos la perspectiva. Entre Homero y Virgilio están estas aventuras maravillosas escritas por un hombre que vivió a mediados del Siglo III a.C.
Hay en los Argonautas un personaje llamado Fineo que poseía el don profético, y que fue castigado por Zeus porque adivinaba al detalle el porvenir de los hombres, algo que estaba reservado sólo a los dioses. O sea, que se pasaba de listo. Este Fineo, que es ciego, es el que para no insultar a Zeus adelanta a los tripulantes de la nave Argo lo que les va a pasar, pero sin entrar en detalles, que ya se sabe que después de la empresa épica sólo está la muerte. Y es el que le dice a Jasón que si quiere saber su futuro haga por imaginarlo. En el intento, le dice, encontrará su destino, porque cuando el hombre imagina, vive lo que le falta por vivir y vivirá.
Había pasado el tiempo de los héroes cuando Apolonio puso en acción a su nuevo Ulises. Y tuvieron que pasar cerca de dos milenios para que Cervantes hiciera lo mismo, pero al revés, y nos regalara las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, a quien tengo por el más grande paladín de nuestra existencia, y en el que toda pregunta encuentra su oportuna respuesta al abrir el inmortal libro. Hay otros libros maravillosos, pero muchos no son otra cosa que pájaros de las musas que, frente a Cervantes, se fatigan en grandes y variados graznidos. Esto de la fatiga y los graznidos es cosa de Teócrito, que uno no suele afinar con tanta sutiliza.
Para qué va a querer un Fineo un tipo que obliga a sus colaboradores más directos a llamarle presidente y no Pedro. Alguien así ya ha escrito el futuro, porque él mismo nació escrito, aunque sea un negro, o una fidelísima negra la que le escriba sus cosas. O cositas
Más de dos mil trescientos años después no hay entre nosotros quien se parezca a Fineo. No hace falta que nos adivinen el futuro porque está escrito en los titulares de los periódicos y las rácanas declaraciones que inventan escritores de saldo que no escriben y periodistas que nunca han dado una noticia, pero que han encontrado acomodo en unos de los cientos de asesores que Ese, como Trapiello llama a Sánchez, tiene en la Moncloa. Para qué va a querer un Fineo un tipo que obliga a sus colaboradores más directos a llamarle presidente y no Pedro. Alguien así ya ha escrito el futuro, porque él mismo nació escrito, aunque sea un negro, o una fidelísima negra la que le escriba sus cosas. O cositas.
Estos son días en los que cuesta imaginar la realidad que vivimos. Los mismos titulares que preceden a la visita que hoy tiene Sánchez en su despacho son eso, inimaginables. Incomprensibles y propios del mejor humorista. A ver, díganme que les parece este de Abc: «Begoña Gómez no puede cursar los másteres que dirige porque es obligatorio estar licenciado«. El estrambote es tan enorme que ya ni la misma Complutense sabe por qué nombró a la esposa de Sánchez directora de una cátedra. Qué pasa, ¿que la señora ya nació a su manera catedrática? Que a estas alturas no se haya producido una sola dimisión es lo que hace que este país se parezca hoy a los que pretenden mandar en Venezuela. No, una democracia seria, y con las responsabilidades políticas que ya conocemos, no puede ser tan laxa y poco exigente.
Este martes, un juez discreto que tiene el apellido de uno de los mejores brandis de España, Peinado, se va a ver al esposo de Begoña para hacerle algunas preguntas, que podemos imaginar, a las que seguirán unas repuestas, que también podemos imaginar. Y sospechar.
-Presidente, buenos días.
-Buenos días
-Como su mujer ha decidido guardar silencio sobre los sospechosos negocios que ha hecho es por lo que me veo obligado a preguntarle a usted, ya que como es sabido ha estado usted presente en dos conversaciones con el empresario Barrabés.
Silencio. Largo. Enorme que finalmente rompe el juez.
-Presidente, debo recordarle que tiene la obligación de decirme la verdad.
Nada más escuchar la palabra verdad, Sánchez se arremolina en el sillón presidencial. Le incomoda la simple apelación a lo que no conoce, y por eso desconfía de esta y otras palabras que la ética política coloca en el mismo lugar. Ahora se mira los zapatos. No aguanta la mirada de la abogada de Vox, que acompaña al juez y al fiscal. Como no hay respuesta Peinado habla de nuevo.
-No sé si me está entendiendo
-Entender entiendo, otra cosa es que ustedes terminen por explicar a qué han venido y qué pretenden.
-Yo no traigo compañía. Vienen conmigo aquellos que están habilitados por ley a venir. No es este mi problema. Pretendo la verdad de los hechos, le dice Peinado mirándole a la cara.
Un hombre acorralado
Entonces Sánchez pone encima de la mesa y al alcance de la mirada del juez un periódico, el que todos los días lee sin que le suba la tensión: «Una causa interminable contra Begoña Gómez sin delito a la vista».
-Mire, asegura Peinado, la prensa no me hace el trabajo. Si quiere que terminemos en este momento, terminamos. Buenos días y que le vaya bien. El juez coge su carpetilla y se pierde por los pasillos del palacio que habita un hombre acorralado, y por eso busca la paz que le acaban de quitar en el resumen de prensa que le han preparado.
-Esto de Peinado es una aberración. Un montaje al servicio del PP, asegura un portavoz ágrafo en materia jurídica. Y en otras.
-Bien Patxi bien, piensa el marido enamorado
-La instrucción es un viaje a ninguna parte, burda y miserable.
-Bien Óscar Puente, bien.
-Jueces como Peinado ponen muy difícil que no pensemos que hay lawfare en España, proclama el inédito vicepresidente segundo del Congreso, cuyo nombre carece de importancia a estas alturas.
-Bien también lo tuyo, buen amigo.
Hay quien cree que todo lo que sucede una vez puede que no suceda nunca más. Pero que lo que sucede dos veces, sucederá una tercera vez
Ya ven que todo lo que uno puede imaginar, si no es capaz de existir al menos está dentro de lo posible. Fineo no tendría nada que hacer con esta gente capaz de conocer el futuro con tal detalle que Zeus enfurecería de nuevo. Hay quien cree que todo lo que sucede una vez puede que no suceda nunca más. Pero que lo que sucede dos veces, sucederá una tercera vez. Peinado ha visto a la esposa del presidente. Ha visto al esposo de Begoña. Lo que venga, puede y debe imaginarlo el lector mientras Juan Carlos Peinado hace lentamente su trabajo. El que obliga a cualquier juez cuando le llega una querella y abre diligencias.
Sánchez, después de la vista del juez, recuerda al que pasó por ser el gran mentiroso del Siglo XVIII, el osado y escritor aventurero barón de Münchhausen, que para salir de una ciénaga se tiraba de su propio pelo. A partir de este martes no puedo imaginármelo de otra manera.