Pedro García Cuartango-ABC

  • Es imposible entender como un sector de la izquierda en España justifica este Estado de rapiña y criminalidad

Decía Jardiel Poncela que la dictadura es un sistema de gobierno donde lo que no está prohibido es obligatorio. En las últimas décadas del siglo pasado, Latinoamérica padeció una plaga de dictadores entre los que cabe citar a Videla, Pinochet, Stroessner, Trujillo, Velasco Alvarado, Ríos Montt y otros muchos. Todos ellos llegaron al poder mediante golpes de Estado y uso de la fuerza militar.

Estos regímenes fueron evolucionando a democracias parlamentarias, en casos como Argentina y Chile con éxito. Por el contrario, Venezuela, que era un país con elevado desarrollo económico y libertades civiles, derivó en un sistema autoritario con el chavismo. Ahora, con Maduro en el poder, es una dictadura con apariencia de democracia, al igual que la Nicaragua de Ortega.

Levitsky y Ziblatt apuntan en su libro ‘Cómo mueren las democracias’ los cuatro criterios que identifican los regímenes dictatoriales: el incumplimiento de las reglas legales establecidas, la negación de la legitimidad al adversario, el recurso a la coacción y la restricción de las libertades. Los cuatro se dan en Venezuela.

Como era previsible, Maduro ha manipulado los resultados electorales tras inhabilitar a los candidatos que le molestaban, detener a decenas de opositores y poner todas las trabas a la oposición para hacer campaña. Ahora amenaza a quienes osen protestar y se ha inventado el ataque de unos ‘hackers’ para explicar las irregularidades electorales. Todo ha sido una gigantesca burla.

Cuando Videla y Pinochet gobernaban con sus siniestros métodos, nadie se llamaba engaño. Todos sabíamos que eran dictadores. Pero hoy Maduro se proclama un dirigente democrático y asegura que va a defender la soberanía nacional tras un burdo pucherazo. Si no hay una reacción internacional contundente, el sucesor de Chávez puede salirse con la suya.

Llama la atención que alguien pudiese pensar que Maduro, Diosdado Cabello y su núcleo duro iban a aceptar los resultados e irse pacíficamente del poder. Eso era utópico porque los dirigentes chavistas saben que, tarde o temprano, su destino es la cárcel. La corrupción en Venezuela resulta escandalosa y las evidencias de enriquecimiento del círculo de Maduro son abrumadoras.

Es imposible entender como un sector de la izquierda en España justifica este Estado de rapiña y criminalidad, que ha provocado el éxodo de ocho millones de ciudadanos y empobrecido el país. Y como disculpa un discurso tan repugnante como el de Maduro, cuyas palabras tras el fraude ponen de relieve que es un personaje de la peor calaña.

No podemos aceptar los hechos consumados ni permanecer indiferentes a la tragedia venezolana. Tenemos que presionar y movilizar a la UE y al Gobierno español para que adopten sanciones contra este régimen cuyo cinismo y maldad rivalizan con el de Putin.