Dos minutos duró la función de Moncloa. El juez salió de allí querellado y Sánchez aún no está imputado, Un silencio culpable envuelve al ‘caso Begoña’
Llegó a La Moncloa en un utilitario azul. En su día, el juez Marino Barbero, látigo de Filesa, se personó en la sede del PSOE en taxi. La juez Mercedes Alaya, flagelo de los ERE, acudía también cada mañana a la Audiencia de Sevilla en taxi, arrastrando un trolley repleto de documentos con la soltura de Cyd Charisse y la discreción de Grace Kelly. El juez Juan Carlos Peinado optó un discreto cochecito para protagonizar una escena inédita en democracia. El interrogatorio a un jefe de Gobierno en la sede de Presidencia sobre un procedimiento de corrupción contra su esposa.
Los medios adictos no cesan en sus insidias bienpagadas y, ahora, acaba de incorporarse a la brutal cacería el abogado de Estado, movilizado por el propio Sánchez para querellarse contra el magistrado
Se podía haber ahorrado el viaje, dicen las cacatúas del sanchismo. La deposición de Pedro Sánchez apenas se prolongó un par de minutos. Tanto despliegue técnico al objeto de grabar imagen y sonido del histórico episodio para que, finalmente, de la boca del interfecto apenas se escuchara una excusa. Argumentó que es el cónyuge de la imputada y que se acogía a la dispensa de no declarar. «Impávido y altanero», lo describió Marta Castro, la letrada de Vox, una de las acusaciones. Así las cosas, tal cual estaba previsto, Peinado levantó la sesión y volvió a casa.
El silencio es la estrategia de defensa del tándem Sánchez-Gómez, esa temible pareja conjurada para eternizarse en La Moncloa hasta la momificación. Sumando sus tres comparecencias, no le han dedicado al juez ni cinco minutos ni veinte palabras. De una austeridad expresiva que poco se comparece con quien se siente agraviado por una acusación injusta y pretende lanzar a gritos su verdad. Ni una palabra ha pronunciado Begoña Gómez desde que, el 29 de febrero, brotara la primera información sobre sus complejos business. Ni una explicación, ni un documento, ni una justificación. Tan sólo una rectificación absurda a un titular en la información de El Confidencial que destapó la farsa del apestoso máster. «Mi mujer es una profesional honesta y seria», es el único argumento de defensa pronunciado por Sánchez antes de anunciar ese proceso de regeneración y venganza en el que anda inmerso, al objeto de silenciar toda voz crítica.
Bazofia para los pseudodigitales
El despacho de negocios turbios Sánchez&Gómez calla mientras moviliza a todo el aparato del Estado contra la investigación en curso. «Traigan la cabeza del juez Peinado«, parece escucharse en las zahúrdas del Ala Oeste , en homenaje rabioso a Peckinpah. El fiscal general del Estado dedica sus mayores esfuerzo en hacer descarrilar la causa. Los asesores monclovitas persiguen el rastro profesional y vital del magistrado. El Gobierno cacarea al unísono inasumibles proclamas contra el defensor de la ley. Los medios adictos no cesan en sus insidias bienpagadas y, ahora, acaba de incorporarse a la brutal cacería el abogado de Estado, movilizado por el propio Sánchez para querellarse contra el magistrado. Una iniciativa sin recorrido. Una añagaza para cambiar el foco. Una chapuza.
Pensaban que Peinado se amilanaría. Que jamás imputaría a Begoña. Que no osaría tocar la piel tóxica del gran narciso. Que le disuadiría la familia, su círculo más próximo, sus compañeros canguelis, el bombardeo atronador. «Lo deja, lo deja, no aguanta», se escuchaba semanas atrás en las escombreras de Ferraz. Este togado salió de una pasta inusual. «Puedo ahogar un torrente y encarcelar un trueno», diría a lo Cassius Clay. Se mantiene firme, inmune a los ladridos, firme ante las dentelladas, ajeno a coimas y chantajes, convencido de que es el oficiante de una ceremonia justa.
El troleo permanente de la portavoz
Pretenden ahora su exterminio civil, su lapidación profesional. Es el ‘caso Peinado’ no ‘el caso Begoña’, resuenan sin tregua las trompetas del poder. «No hay caso, no hay causa. Es un montaje político. Ha venido a hacerse una foto, a dar alimento a los tertulianos para este verano», pregonaba, a lomos de la infamia, una Pilar Alegría balbuciente desde la sala de Prensa del Consejo de ministros. «No se preocupen, ya se verán la imágenes en algún pseudodigital conservador», recitaba con ese rictus de damisela avinagrada. La verdad es que allí nadie, salvo los dos o tres informadores adscritos a las cabeceras del movimiento, mostraba signo alguno de preocupación. Más bien de irritación a la vista del permanente troleo con el que la portavoz elude ofrecer alguna vez una razonable respuesta.
Apenas tuvo tiempo el juez de echar un vistazo tranquilo a las dependencias presidenciales. Se improvisó para el caso una sala escueta en el territorio Bolaños, lejos de la vivienda privada y del edificio del caudillo. Allí se montaron cámaras y micros. No se le ofreció ni un café. Veinte minutos duró la función. El testigo se plantó ante el juez con «una arrogancia egolátrica, una bajeza hampona», habría dicho Cansinos Assens. Y desapareció raudo. Peinado volvió a su cochecito y enfiló la carretera de la Coruña convertido ya en el primer juez querellado por un presidente del Gobierno en nuestra democracia. Una distinción, un honor.
Marino Barbero, perseguido hasta el sadismo por altos dirigentes socialistas, dejó la toga y volvió a la Universidad. Mercedes Alaya fue apartada de los ERE, tras sufrir presiones brutales desde el frente del PSOE andaluz. El partido del progreso es poco amante de la señora de la venda en los ojos y la balanza. Es más inclinado a gozar de lo ajeno.
Veremos cómo acaba esto. Sánchez, este martes, estaba de los nervios.