Teodoro León Gross-ABC
- Su palabra, claro está, no tiene ningún valor
Es el Plan B de los nacionalismos secesionistas: si no puedes sacar tu territorio del Estado, saca al Estado de tu territorio. Por ahí pasa la vía alternativa para avanzar en sus objetivos. Más allá de la agenda simbólica eliminando la bandera o el himno de España, apartando al Rey de la arquitectura institucional como hizo tan gráficamente Colau, vetando la lengua española en el espacio público de referencia, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, el ejército, las selecciones nacionales… hay un programa muy concreto que ahora Sánchez está dispuesto a rematar: ruptura del régimen común y financiación singular dinamitando la solidaridad territorial. Y todo esto firmado por la izquierda, cómplice del proceso de secesión virtual. Y no, no es lo mismo lo de Felipe, Aznar o Zapatero antes del procés –por más errores que cometiesen– que lo de Sánchez tras el procés, a sabiendas de financiar no la construcción del Estado de las Autonomías, sino su destrucción.
No es raro que esto se haga en plena canícula, entre la operación retorno de julio y los preparativos de agosto, con el telón de fondo de los Juegos Olímpicos. El calendario está muy calculado, con algo de azar a favor, y añaden la querella de Sánchez contra el juez del Caso Begoña para provocar más escandalera. Ese ruido sin duda ayudará a ensordecer el acuerdo de la vergüenza en Cataluña, que es una bomba de relojería para las costuras del Estado. No es raro que a Sánchez se le vea como el Conde don Julián del siglo XXI. Es, en todo caso, un obseso patológico del poder, sin ninguna medida, para quien el fin justifica todo. Tras la amnistía, desacreditando el Estado de Derecho, ahora da la llave de la caja a los principales enemigos declarados de España bajo el principio reaccionario de ordinalidad para que reciban más los más ricos. Por supuesto, en su relato dirán ‘progresista’.
No es difícil definir el sanchismo en pocas palabras: el poder a cualquier precio. Cinco palabras bastan, poco más de veinte caracteres. Y el diccionario, aunque no la RAE, todavía aporta el término «vendepatrias» que le va como un guante. Ahora sabemos que cuando el sanchismo presumía de «pacificar el problema catalán», no se trataba de normalizar la lealtad del nacionalismo sino de financiar su deslealtad. Les dieron la amnistía que ellos mismos consideraban inconstitucional hasta cinco minutos antes, a cambio de siete votos, y les dan la llave de la caja que también escandalizaba hasta ahora a toda la nomenclatura del PSOE, a cambio de otra investidura. Su palabra, claro está, no tiene ningún valor. De hecho, es probable que Esquerra acabe por comprobar que también a ellos los han engañado sin una mayoría con la que sacar esto en el Congreso. Pero ahí está la hoja de ruta, negro sobre blanco, al precio de liquidar la solidaridad territorial y la igualdad de los ciudadanos con la complicidad de la izquierda. El legado del Vendepatrias será, en el peor sentido, épico.