Miquel Escudero-El Correo

Apunto de cumplirse tres semanas de la victoria de la selección española de fútbol en la Eurocopa, creo que vale la pena reflexionar sobre su significado más allá del deporte; esto es, al margen del conocimiento específico de las tácticas y estilos de juego. Se me ocurre lanzar dos preguntas. ¿Nos ha dejado la selección algún ejemplo del modo de gestionar un equipo de trabajo, de la índole que sea? ¿Las celebraciones multitudinarias que han seguido a su triunfo son reflejo de una ideología nacionalista?

A la primera cuestión, yo respondería que la selección ha hecho patente, de forma continuada, un atractivo gusto por trabajar juntos, dedicándose cada uno a lo suyo y siguiendo un guion previo. Un equipo dirigido en la armonía entre sus miembros y en la confianza de sus propias posibilidades; todos ellos, titulares o suplentes, conscientes de su talento y su valía, también sabedores de ser reconocidos por su jefe inmediato, el entrenador. Cuando la suerte acompaña al afán por hacer lo mejor y va de cara, esa actitud resulta contagiosa. Esto explica la ilusión que ha despertado la selección.

Añádase que sus integrantes no respondían a un cupo estipulado, lo que resta frescura y cohesión, sino a una calidad bien orquestada. Desde Jesús Navas, sevillano de 38 años, a Lamine Yamal, barcelonés menor de edad, hijo de una ecuatoguineana y un marroquí, pasando por el pamplonica Nico Williams, del Athletic y de padres ghaneses. Sin distinciones sobre los orígenes, la segunda respuesta ya está contestada. Sin complejos, la gente expresó un gran contento y no un ridículo narcisismo. ¿Por qué los políticos desentonan siempre?