Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Se diría que Zapatero y Sánchez están conjurados en dañar el prestigio del país

Es una expresión hecha de la que me parece que se abusa demasiado y de manera inadecuada. Hablo de la ‘vergüenza ajena’ que hoy dicen sentir algunos o muchos ante el papelón que está haciendo Zapatero en la Venezuela de Maduro o ante esa querella con la que Sánchez intenta obstruir por enésima vez la instrucción del juez Peinado. Yo es que ante esos dos casos no puedo sentir vergüenza ajena, sino propia. Y lo que hace que ese sentimiento se me haga inevitable es que ni uno ni otro son seres que no tengan que ver absolutamente nada conmigo, sino que se trata de un presidente y un expresidente de mi país. No en razón de mi voto, pero sí del cargo que uno de ellos tuvo en su día y que el otro conserva aún, siento vergonzosamente que ambos me representan de una forma indigna.

No puedo saber lo que pasa por sus cabezas ni me importa, la verdad. No sé si actúan por fanatismo o por codicia. No soy tan piadoso como para que eso me preocupe. Lo que sé es que no es posible hacer más daño a la imagen de España. Diríanse conjurados en la triste tarea de deteriorar en todas sus posibilidades, que son muchas, el prestigio de este país. Si Zapatero piensa que está quedando de cine colaborando con un bananero de manual en un obsceno pucherazo en el que están puestos todos los focos internacionales, padece un grave error de percepción. Si Sánchez piensa que no da un cante planetario un presidente que, ante las preguntas de un juez sobre un posible caso de corrupción, responde con todo tipo de artimañas, incluida una querella, es que no está en la realidad. Como no lo están quienes le siguen dando ciegamente su apoyo en nombre de no sé qué izquierda delirante sacada de la historia universal de la infamia, la hemeroteca del cómic o la filmografía del horror.

Yo creo que la vergüenza ajena no existe. Es una licencia literaria cuando no un oxímoron. Alguien que nos resulta de verdad ajeno nos puede inspirar pena o risa, pero no vergüenza. La vergüenza es algo que se siente íntimamente por algo que quisiéramos totalmente ‘ajeno’ a nosotros, pero que, por desgracia y a nuestro pesar, nos roza, nos toca, nos hiere interiormente y en una zona delicada de nuestro ser. Sentimos vergüenza cuando hace el ridículo o comete un acto absurdo, vil o impropio alguien que no nos resulta ajeno: un pariente, un amigo, un colega de trabajo con el que los demás nos identifican. Y sentimos vergüenza -una vergüenza propia, como digo- porque percibimos que ese acto nos mancha, nos cuestiona, nos relaciona feamente con él.

A estas alturas ni Sánchez ni Zapatero pueden sustraerse de sus complicidades con la zafia dictadura de Maduro. Aquí los únicos ‘ajenos’ en relación con la vergüenza son ellos, porque no saben lo que es.