Editorial-El Correo

  • El futuro de la legislatura de Sánchez queda a expensas de cómo digiera Puigdemont la investidura de Illa y de los Presupuestos

Tras el pacto entre el PSC y ERC por el que Salvador Illa será investido presidente de la Generalitat, la legislatura de Pedro Sánchez entra en la hora de la verdad un año después de las elecciones que le mantuvieron en La Moncloa gracias a una variopinta conjunción de fuerzas. Consumido ese tiempo en la gestación de acuerdos a múltiples bandas y sobre todo en la aprobación de la controvertida amnistía, la tramitación de los Presupuestos del Estado ofrecerá pistas sobre la solidez de la mayoría en la que se asienta el Gobierno y las perspectivas de su mandato, al ralentí hasta ahora y de incierto futuro por su precariedad parlamentaria. Con las Cuentas de 2023 prorrogadas, disponer de unas nuevas es inexcusable para que el Ejecutivo vea despejado el panorama y dote contenido su acción a corto y medio plazo. Ello exige la colaboración de Junts, que se antoja menos probable con Carles Puigdemont a la contra tras quedar apartado del poder en Cataluña y una vez satisfecho el borrado de los delitos por el ‘procés’, cuya aplicación está en manos de los jueces. Las dos sonadas derrotas en el Congreso que propinó al PSOE la pasada semana constituyen una severa advertencia.

Sánchez no puede prescindir de ninguno de sus socios, lo que a su vez es difícilmente compatible con el incuestionable éxito de situar a Illa al frente de la Generalitat frustrando las aspiraciones de Junts. Si el enfado de este partido le lleva a desentenderse de la gobernabilidad de España, que está lejos de ser su prioridad, el presidente puede resolver esa cuadratura del círculo atrincherándose en otra exhibición de resistencia aunque disponga de una limitada capacidad para sacar adelante cualquier proyecto. Tiene a su favor la inexistencia de una alianza alternativa que pueda derrocarle con una moción de censura y la posibilidad de convocar elecciones cuando más le convenga. Pero resistir, aun cuando sea imprescindible en determinadas circunstancias, no equivale a gobernar. Y gobernar no consiste simplemente en ocupar el poder o impedir la alternancia en él, sino en aprobar medidas con las que encarar los principales problemas de una sociedad.

Sería un error despreciar las habilidades de prestidigitador que han permitido al presidente ganar las batallas más insospechadas. No hay que descartar, por tanto, que tras investir a Illa sea capaz de retener a su lado a Puigdemont y aprobar los Presupuestos. En caso contrario, la legislatura no dará más de sí.