Roberto R. Aramayo-El Correo

  •  Contra las tentaciones autocráticas, la UE debe apostar por la justicia social y la lucha contra la desigualdad, un liberalismo con alma socialdemócrata

Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC e historiador de las ideas morales y políticas

El abuso de las contiendas electorales provoca un enorme desapego entre la gente más templada y solo consigue movilizar a los extremos. En tiempos de malestar social esa reiteración puede suscitar carambolas indeseables. Cuando no se da un mínimo bienestar socioeconómico, se anhelan recetas mágicas que lo solucionen todo al instante. Cassirer caracteriza este fenómeno político como un retorno al pensamiento mítico. Al margen del carisma, el poder se concentra entonces en un líder autoritario y cesarista. Hace un siglo Europa vio emerger un ‘Duce’, un ‘Führer’ y un caudillo. Los conflictos bélicos que protagonizaron parecían habernos vacunado contra el virus totalitario, pero hay muchos indicios en sentido contrario.

Hasta hace poco era inimaginable que Alemania cobijase movimientos neonazis con un respaldo popular significativo. En Italia gobierna una primera ministra que reivindica la figura de Mussolini. España intenta ilegalizar la Fundación Francisco Franco después de asistir a una inusitada idolatría del dictador golpista que secuestró la democracia durante cuatro décadas.

Durante la República de Weimar las fuerzas conservadoras y nacionalistas lograron desprestigiar la socialdemocracia imputándole todos los males habidos y por haber. Las humillantes condiciones del Tratado de Versalles y una inflación galopante tampoco ayudaron a quienes intentaron capear el temporal asediados por los extremos del arco político. Las urnas fueron cambiando la configuración del Parlamento alemán y la propaganda de una implacable demagogia propició vuelcos inesperados. El resto quedó en manos de las intrigas palaciegas que protagonizaron quienes despreciaron a Hitler al creerse capaces de manipularlo a su antojo para seguir moviendo los resortes del poder.

Una vez conquistada la Cancillería mediante las urnas, no se volvieron a convocar elecciones porque solo interesaba restaurar el glorioso pasado de la madre patria y todo quedaba sujeto a ese único propósito. Alemania, Japón e Italia necesitaban espacio vital para erigir o expandir sus respectivos imperios y se propusieron conquistar el mundo por la fuerza de las armas. La Segunda Guerra Mundial fue devastadora y los arsenales nucleares se presentaron en su momento como un armamento disuasorio que impediría guerras venideras. Así fue durante la Guerra Fría, pese a la crisis cubana de los misiles.

La cohesión de la UE se ve amenazadapor la pureza supremacista de las propias fronteras

Al caer el Muro de Berlín, se modifica el equilibrio de fuerzas y asistimos al paulatino auge de unos nacionalismos decimonónicos cobijados por una globalización que desgraciadamente no hereda los ideales del cosmopolitismo ilustrado. Desaparecido el Pacto de Varsovia, se amplía la OTAN, agrandándose a marchas forzadas una Unión Europea que duplica repentinamente su número de miembros. La zona euro deja de ser tan próspera porque hay muchos países cuya economía está lastrada por el colonialismo soviético. Tras la reunificación, Alemania deja de ser la locomotora económica del proyecto europeo. El caso de la deuda griega y sus funestas consecuencias para los presuntos beneficiarios del rescate mostraron una cara poco amable de la UE, muy diferente a la positiva experiencia que tuvieron por ejemplo España y Portugal.

Comoquiera que sea, la cohesión europea se ve amenazada por los movimientos antieuropeístas que anteponen la pureza supremacista de sus propias fronteras. En la primera vuelta de las elecciones francesas gana con holgura Le Pen y falta saber qué deparará el complejo acuerdo entre los bloques urgidos para movilizar a una ciudadanía muy desencantada con sus representantes políticos.

En España, el Partido Popular administra mucho poder autonómico y local gracias al concurso de Vox, que logra imponer subrepticiamente buena parte de su agenda. En Cataluña la presidencia del Parlamento queda en manos de dos partidos independentistas, que no tienen mayoría, porque a Puigdemont solo le interesa volver de su presunto exilio como hizo Tarradellas en su día. Los indultos y la ley de amnistía han logrado desactivar el victimismo, pero ese polémico y costoso arrojo político encuentra entre algunos de sus beneficiarios una clamorosa deslealtad. En lugar de negociar o hacer una oposición colaborativa en pro de la ciudadanía, como intenta hacer ERC y proclama Tardá, Junts amenaza con tumbar el Gobierno central a mayor gloria de su pintoresco líder. El cualquier caso, de poco vale una presunta mayoría progresista que no puede aprobar ninguna ley sin sobresaltos.

Mientras tanto, Putin se asocia con ese líder norcoreano al que también aprecia Trump, quien puede volver a La Casa Blanca, si Kamala Harris no lo remedia. Kim Jong-un es un dictador en toda regla. El presidente de la Federación Rusa convoca elecciones como si fueran plebiscitos y se las ingenia para gobernar de modo vitalicio bajo un barniz falsamente democrático. Trump entiende que las elecciones únicamente son legítimas cuando gana su candidatura y se manipulan si las pierde, lo cual refleja su confianza en el sistema que pretende custodiar nuevamente.

A esta inquietante galería se suma Milei, quien sabe rentabilizar el descontento de una población argentina rapiñada por su clase política desde tiempo inmemorial. Este curioso personaje defiende un anarco-capitalismo donde no cabe la justicia social, que considera sin tapujos como un lastre y una gran aberración política. Mantenerla precisa de pagar impuestos, lo cual es absurdo para quien pretende privatizarlo absolutamente todo. Resulta ilustrativo que Abascal y Ayuso pugnen por fotografiarse con ese atípico mandatario, cuyo ideario suscriben sin ambages, como demuestra la presidenta madrileña con su gestión. Les une asimismo una política de confrontación basada en la calumnia y el insulto sistemático.

El panorama sociopolítico es desolador en esta década que comienza con una pandemia mundial, seguida de una intolerable polarización maniquea y espantosos e inesperados conflictos bélicos. El papel que le corresponde jugar a la Vieja Europa en este mapamundi geoestratégico es decisivo. La encrucijada no puede ser más laberíntica y se precisa un hilo de Ariadna para salir del atolladero, permitiendo derrotar al Minotauro que representan las tentaciones autocráticas. Ese hilo conductor para orientarse por los laberintos democráticos podrían ser justamente la justicia social y el combate contra las desigualdades, apostando por identificar democracia con Estado del bienestar; es decir, por un liberalismo con alma socialdemócrata. Esto no será posible si Europa se deja deducir por las metamorfosis de los autoritarismos que añoran paraísos perdidos.