Juan Alfredo Obarrio-El Debate
  • Una pregunta queda en el enrarecido aire que respiramos: ¿Qué hará García-Page y el resto de los barones? Me temo que indignarse y aguantar. Es lo que hicieron con la sectaria Ley de Memoria Democrática, con la infame Ley del Sólo sí es sí, con las injerencias en la Fiscalía, en el CIS, en el Poder Judicial

Una vez más, los clásicos vienen a nuestro encuentro. En la antigua Grecia, Heráclito dejó por escrito una verdad que hoy alcanza plena actualidad: «Es necesario que el pueblo luche por la ley como si se tratara de la muralla de la ciudad». Sin leyes, como recuerda Sócrates, ni hay ciudad ni ciudadanía, solo barbarie. La muralla que protege la igualdad y la solidaridad se llama Constitución. Nos guste más o menos, debemos no solo respetarla, sino también defenderla de quienes se sirven de ella para llegar al poder, y una vez asentado en él, vulnerarla.

Como bien sabemos, todo empezó cuando Pedro Sánchez, a quien el título de Emperador César Augusto le queda corto, perdió las elecciones generales. Un hecho que este presidente, de atenazada mandíbula, ni puede ni desea recordar. Tampoco los medios que esparcen perfumadas rosas a su paso. Siete votos eran necesarios. ¿Quién se los podría prestar? Solo un fugado de la Justicia. Un gallardo expresidente que, emulando a John Wayne, pasó la frontera andorrana escondido en un maletero. Atrás quedó su promesa de no descansar hasta traerlo a España para ser juzgado por los tribunales españoles. Pero este corsario de la mentira no se equivoca en su estrategia: conoce al pueblo español, y sabe que, con un poco de pan y circo, y con toda la maquinaria mediática a su alcance, puede conducirnos como corderos al matadero: en silencio y con la cabeza agachada.

Quienes aún engañan menos son los independentistas. Estos solo tienen un único e ineludible objetivo: la independencia. ¡Qué inocentes -y me quedo corto- fueron los «padres de la Constitución» al creer que con la democracia y con el infame término de nacionalidades les convencerían para que renunciaran a sus aspiraciones secesionistas! De los muchos errores que cometieron, sin duda, este, juntamente con el sistema electoral (D’Hondt), fue el más grave y el más lesivo para el devenir de nuestra presente historia. ¿Qué hemos conseguido? Nada. ¿Qué han conseguido ellos? Todo, o casi todo. Salvo en algunas cuestiones, hemos cedido en todo lo que han ido pidiendo. Era el precio que se pagaba por sus malditos y raquíticos apoyos. Se aprovechaban de una realidad bien conocida: el PSOE nunca pactaría con el PP. Nunca. Sí recibirían gustosos sus escaños para proclamar Lendakari a Patxi López, entre otros muchos. A la vuelta de la esquina se lo agradecieron pactando en Galicia con el BNG y dejando al PP en la oposición a falta de un único escaño para la mayoría absoluta. De aquella inocencia viene esta indecencia.

Pero había que dar un paso más si se quería acceder a un poder que las urnas le habían negado. Puigdemont era el problema. La amnistía, la salvación. No importaba que esta no fuera querida por la mayoría de la población. Lo deseaba el nuevo césar, y eso bastaba. Para lograrlo, toda la maquinaria del Estado se puso manos a la obra. En especial la judicial. Para conseguir el ansiado fin se colocó un Caballo de Troya fabricado con la misma nobleza con la que Tezanos «cocina» sus encuestas. Tal es así que en su lomo bien podría inscribirse las memorables palabras que vertiera el exministro Bermejo: «soy de izquierdas y como tal actúo». Un ejemplo de imparcialidad que, a buen seguro, ha servido de referente tanto a unos miembros del constitucional que actúan más de cheerleaders del Ejecutivo que como acrisolados juristas, como a esos niños del coro que vitorean extasiados cada intervención que la supernova tiene en el Congreso de los Diputados, y es que como escribiera el socialdemócrata Böckenförde: ya no mandan «juristas vinculados a las leyes», sino «vinculados al partido». Nada que objetar.

Una pregunta queda en el enrarecido aire que respiramos: ¿Qué hará García-Page y el resto de los barones? Me temo que indignarse y aguantar. Es lo que hicieron con la sectaria ley de Memoria Democrática, con la infame ley del Sólo sí es sí, con las injerencias en la Fiscalía, en el CIS, en el Poder Judicial, en los «entrañables» casos de corrupción, y así hasta conceder a la «monárquica» Irene Montero la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. El motivo: su ¡servicio a la Corona! Mayor escarnio no cabe al conjunto de los españoles.

El último paso no es menor. Significa acabar con la igualdad y la solidaridad entre los españoles. A partir de ahora, no será lo mismo ser valenciano o extremeño que catalán. No obtendremos las mismas partidas económicas ni idéntico trato. Ellos jugarán la Champions League, nosotros, pobres mortales, la Liga española. Pero no será el último, será el penúltimo. El último será concederles su brexit particular: el referéndum. Me negaba a creerlo, pero he comprobado que este oráculo de Delfos, por un puñado de votos, vende España al mejor postor. ¿O qué creen los que le votan, que cuando vuelva a perder las elecciones y tenga que recurrir a los independentistas, estos no se lo van a exigir? Es lo único que les falta: alcanzar su soberanía. ¿Y creen, que no se lo va a dar? La duda ofende, máxime si tenemos en cuenta que estamos instalados en una doble herejía legislativa: la primera, un Estado de derecho sometido a chantaje de los independentistas; la segunda, ver que el gobierno les ampara, hasta el punto de que este parece que pugna para ver quién es más insurrecto de los dos.

Es hora de plegar velas, pero no sin antes hacerme eco de una advertencia que leemos en el Eclesiástico: «El duelo por un muerto es de siete días; el del necio y el impío, todos los días de su vida». Los españoles estamos de duelo permanente. Y lo que es peor: nos lo hemos merecido.

  • Juan Alfredo Obarrio es catedrático de Universidad