Amaia Fano-El Correo

Pedro Sánchez se ha salido una vez más con la suya. Ha conseguido que ERC acceda a hacer president a Salvador Illa a cambio de un preacuerdo de autonomía fiscal, cuyo cumplimiento efectivo, que ya se anuncia que tendrá un recorrido largo y proceloso, quedará a discreción de los socialistas, toda vez que serán ellos quienes gobiernen tanto en España como en Cataluña.

El riesgo ahora es que el despecho de Puigdemont pueda empantanar o dinamitar el segundo gobierno de Sánchez, abocándonos a nuevas elecciones generales, en las que quizá los partidos independentistas ya no tengan la llave para volver a hacerle presidente. Tanto PNV como EH Bildu tienen numerosos acuerdos firmados con él, a cambio de apoyarle para ser reinvestido, por considerar que su presidencia representa una «ventana de oportunidad» para el reconocimiento de la nación vasca y que la alternativa de un gobierno del PP y Vox sería peor para sus intereses, los de Euskadi y los de España. Y, como es lógico, su temor es que tales acuerdos se queden en papel mojado, en caso de que Junts hiciera desbarrancar la legislatura. Pero me pregunto si, de no ser así, no acabarán corriendo la misma suerte

No sería la primera vez. Lo que el máximo líder del PSOE parece entender hasta ahora por «hacer de la necesidad virtud» ha sido un «tú me das tus votos y después, ya iremos viendo». Tras las promesas y el cortejo de rigor, a cada anuncio solemne, a cada acuerdo celebrado por las formaciones nacionalistas -vascas o catalanas- como una conquista para sacar pecho ante su parroquia, ha seguido una rebaja, una matización, cuando no un desmentido, del propio Sánchez o alguno de sus ministros y la cesión de alguna «chuchería» con la que engañar el hambre de autogobierno. ¿Por qué deberíamos creer ahora en su voluntad de avanzar en el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado o de federalizar el mismo, cuando se ha mostrado siempre contrario a esa idea?

Alguno me dirá que justamente por esa tendencia suya a «cambiar de opinión» por puro tacticismo. Pero se entendería mejor la preocupación de jeltzales y abertzales si no hubiésemos leído en este periódico al socialista Mikel Torres, vicelehendakari del Gobierno vasco, afirmar que reconocer a Euskadi como nación no es problema, pero que otra cosa será reconocer los derechos políticos que, como tal, le asisten. O escuchado al ministro de Política Territorial decir que las fechas de cumplimiento en los acuerdos que el presidente firma son «tentativas», refiriéndose a su compromiso de completar las transferencias del Estatuto de Gernika en 2025.

Como advierte la prestigiosa pensadora británica Onora O’Neill, profesora emérita de la Universidad de Cambridge y miembro de la Cámara de los Lores, «la confianza es valiosa cuando se deposita en quienes son merecedores de ella, pero dañina cuando se concede a quienes no son de fiar». «Primero es preciso juzgar la competencia, honestidad y fiabilidad de quien la reclama. En ausencia de tales condiciones, una vez es traicionada, lo más inteligente -concluye- sería no volver a otorgarla».