Maider Etxebarria-El Correo

  • La distinción al Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo recuerda que todavía nos vemos sorprendidos por nubarrones que traen una lluvia de odio

Debo confesar algo que tiene que ver con esas cosas incomprensibles de la vida. Cuando empecé a preparar la recepción municipal del 5 de agosto, día grande de La Blanca, para conceder la Medalla de Oro de Vitoria-Gasteiz al Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, me vino a la cabeza un elemento con el que relacioné directamente el día de La Blanca y la memoria. Ese objeto era un paraguas. Un paraguas convertido en una metáfora de algo.

Por un lado tenemos un paraguas como el que porta Celedón, que es un símbolo festivo y que se abre cada 4 de agosto. Se abre llueva o haga sol. Esto es así porque su uso habitual ha perdido sentido. Y cuando se despliega, da inicio a la fiesta y Celedón se enfrenta al desafío de cruzar con él una plaza abarrotada. También hay un paraguas como el que tengo grabado en la memoria con una connotación muy distinta, dramática, y que para mí ha adquirido importancia con el paso del tiempo. Me refiero a la fotografía del cuerpo de José Luis López de Lacalle, en el suelo y cubierto por una sábana… junto a un paraguas rojo. Fue asesinado por ETA el 7 de mayo de 2000. Es la foto del terror. Y por eso, cuando recorremos el Memorial de las Víctimas quedamos impactados con el enorme mural de los paraguas de José Ibarrola, inspirado en la imagen tomada en Andoain.

En un caso, un paraguas que se agita por la fiesta y el recuerdo de nuestras tradiciones, y en el otro, un objeto que acompaña a la muerte y que simboliza la valentía de quienes se enfrentaron al fanatismo. Dos objetos que ya no resguardan a nadie, pero que tienen algo en común: superan su valor funcional y recuerdan nuestra historia.

Por eso, ha sido para mí un gran honor entregar la Medalla de Oro de la ciudad al Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, encargado de preservar y difundir los valores democráticos y éticos que encarnan las víctimas del terrorismo, construir la memoria colectiva de las víctimas y concienciar al conjunto de la población en la defensa de la libertad, de los derechos humanos y contra el terrorismo.

Un centro con el que el Ayuntamiento ha mantenido una estrecha relación desde su constitución y con el que compartimos diversas iniciativas. El centro ha organizado exposiciones, actos divulgativos, visitas, presentaciones de libros, coloquios, cursos de formación… Iniciativas que también han salido a la calle y han reforzado un proyecto abierto a la sociedad que ya ha sido visitado por 85.000 personas, el 60% de ellas de fuera de Euskadi.

La concesión de esta Medalla ha sido importante para la ciudad y para el Ayuntamiento, una institución que intenta demostrar con hechos que la memoria democrática y el apoyo a las víctimas son irrenunciables. Por eso hemos mejorado el monumento de Portal de Foronda; por eso el nombre de Miguel Ángel Blanco por fin aparece en nuestro callejero; y por eso hemos empezado a sustituir las placas que recuerdan a las víctimas de ETA por toda la ciudad para que conste en ellas que fueron asesinadas por la banda terrorista, algo que se obvió en su momento.

Y por eso hemos reconocido también al Centro Memorial, que con su impacto social y académico ha sido fundamental para conseguir que nuestra ciudad haya sido elegida para acoger la Conferencia Internacional sobre Víctimas del Terrorismo organizada por Naciones Unidas y el Gobierno de España. Un encuentro que permitirá que Vitoria-Gasteiz sea en octubre la abanderada mundial de la defensa de los valores democráticos, la protección de las víctimas y la lucha contra el terrorismo.

Hablamos de relevancia. De relevancia social. Como la que han adquirido los paraguas que todos recordamos.

Por eso, no quiero terminar sin recordar unas palabras de Ibarrola. José dijo que «un paraguas es, en sí mismo, una curiosa paradoja; pues, aunque creemos que estamos a resguardo, tan solo nos protege de la lluvia y aun así, siempre acabamos mojados. El paraguas que imploramos cuando comienza a llover de nada nos sirve cuando estalla la tormenta. Simplemente hace que nos sintamos cubiertos a la intemperie. Creo que solo pinto imágenes que narran mi patrimonio sentimental, ese lugar propio que acecha a los recuerdos para recuperarlos del abandono impuesto por el olvido».

Me sumo a esta reflexión. Porque ahí fuera a veces todavía nos vemos sorprendidos por nubarrones que traen una lluvia de odio. Solo espero que la entrega de esta Medalla sirva de revulsivo para el funcionamiento del Memorial, nuestro paraguas frente al chaparrón del olvido.