Rebeca Argudo-ABC

  • Es la única forma de que duerman, arrulladitos por el sonido amoroso

Alos niños muy chicos les encanta que les cuenten el mismo cuento una y otra vez. Les tranquiliza conocer la historia: que Caperucita se encontrará con el lobo, que cogerá el atajo, que qué boca más grande tienes, abuelita, que es para comerte mejor. Es la única forma de que duerman tranquilos, arrulladitos por el sonido amoroso de una historia que les resulta familiar, sin sobresaltos. Sabiendo con certeza quiénes son los buenos, quiénes los malos y conociendo el invariable final (feliz, por supuesto). Si tratan de contarles otro diferente, no habrá manera de dormirles. Saber, con absoluta seguridad, qué es lo que va a pasar a continuación, y cuál será el desenlace, les hace sentir que el mundo es un lugar seguro, por predecible. Algunos adultos son iguales que los niños de dos años y por eso buscan (y adoptan) un columnista-madre que les cuente una y otra vez la misma historia: con sus buenos y sus malos bien definidos, su conclusión predecible y optimista, y su buena dosis de reafirmación de la moral. Esa palmadita brutalista en la espalda que le coloca a uno de facto en el lado bueno de la historia; confirmación, vía firma de referencia, de que se está en lo cierto. Así se ahorra el coñazo de tener que leer la información que interesa en varios medios confiables (desechando los que no lo son, solito y sin tutelas, responsablemente) y contrastar, entender el contexto en el que ocurre todo y sacar sus propias conclusiones de manera honesta y desprejuiciada. Si, encima, aparece alguna cita erudita en apenas quinientas palabras que coadyuve, miel sobre hojuelas: bienvenido seas, argumento de autoridad.

Pero el mundo es imprevisible, incierto. Lo inesperado y lo fortuito están siempre ahí, acechando. Aunque haya adultos que, como niños de dos años, prefieran mirar para otro lado y obviar que existe ese algo llamado incertidumbre. O, peor aún, prefieran ignorar que los hechos ahí fuera son mucho más complejos que en un cuento infantil y, la mayoría de las veces, no responden a la fórmula invariable de A (bueno) + B (malo) = C (culpable) + D (inocente). Así que cuando se encuentran con ello, cuando de pronto la realidad les salta a la cara, como un gato enfadado, con formato ecuación en derivada parcial no lineal con doble tirabuzón invertido, tanto el adulto-niño como el columnista-amamantador prefieren optar, con un par, por ignorar el factor incómodo. Aunque se trate de tres niñas asesinadas y ocho heridas en un brutal ataque, es un poner. Porque será, el muy cabrón, el que desmonte el modo de seguir reduciendo el relato a una confortable historia de buenos y malos, no sea que el adulto-crío se incomode, y no nos duerma, y el columnista-nodriza reciba un ‘unfollow’ en medio de la frente. Total, qué más dará desplazar un chin el foco, dejando fuera de campo lo que no suma, despreciando contexto e historia, y apretando rápidamente el botón rojo de la ‘alarma ultraderecha’ (aunque suene extravagante, raro y espantoso, si lo dices con soltura sonará armonioso: bulodesinformaciónislamofobiafascismo).

Y, ya se sabe, cuento contado, cuento acabado. Buenas noches, mi estrella.