Pedro García Cuartango-ABC

  • La única respuesta creíble es que todo estaba pactado de antemano: te dejamos venir y montar el espectáculo y tú desapareces a cambio

Lo afirmó Guy Debord hace más de medio siglo: la sociedad del espectáculo lo convierte todo en representación. Lo que vimos ayer fue una representación escrita por un guionista con la imaginación de Billy Wilder. Todos dábamos por hecho que Puigdemont iba a volver, pero lo que nos sorprendió fue su desaparición, digna del mejor truco de Houdini. Su última imagen es la de su mutis en el escenario con Gonzalo Boye, ataviado con una gorra y una mochila, que le agarra del brazo: «Vamos». Se esfuma ante la mirada de los mossos y tras un paseíllo en compañía de la plana mayor de Junts.

Cuando veía a Puigdemont caminar en dirección al Parlament, me vino a la cabeza ‘El gran carnaval’, la película de Wilder. Cuenta la historia de un periodista sin escrúpulos que transforma el rescate de un minero en un espectáculo popular. Esto es lo que hizo ayer Puigdemont: organizar un carnaval para atraer la atención y dejar en ridículo a las instituciones.

En mi anterior columna escribí que el líder de Junts quería ser De la Rovere, el canalla que al final se redime con un gesto heroico. Pero Puigdemont no tiene un ápice de grandeza ni de coherencia. Es un histrión que no está dispuesto a pagar ni un solo día en la cárcel por defender sus ideas.

Puede que lo sucedido ayer fortalezca su figura entre el independentismo, siempre ávido de alimentar sus mitos, pero su intento de emular la figura de Tarradellas es tan patético como mezquino. Su cobardía, su falta de palabra, su frivolidad son mayores que su afán de poder. Es el barón rampante de Calvino que se niega a pisar el suelo.

No cabe la menor duda de que el propósito del prófugo era burlarse del poder judicial y del Estado. Lo logró, pero es cierto que contó con importantes complicidades. La pregunta es cómo es posible que le permitieran organizar este show con absoluta impunidad, desobedeciendo de forma flagrante la orden de detención del Supremo.

La única respuesta creíble es que todo estaba pactado de antemano: te dejamos venir y montar el espectáculo y tú desapareces a cambio, evitando las molestias que podría causar tu detención. Salvador Illa obtiene la investidura, Puigdemont vuelve a su refugio y todos felices hasta que el Constitucional convalide la amnistía.

Es el penúltimo paso de una secuencia que comenzó con la reforma de los delitos de sedición y malversación y que prosiguió con los pactos del PSOE con Junts y ERC, la investidura de Sánchez, la amnistía y el acuerdo para que Cataluña tenga una financiación privilegiada. La lógica del proceso llevaba a evitar su captura.

Muchos lamentarán hoy la humillación que ha sufrido el Estado y pedirán dimisiones. En vano, porque la política ha devenido en un espectáculo que consiste en fabricar relatos y crear una realidad paralela. Lo que sucedió ayer fue una farsa.