Pedro García Cuartango-ABC

  • Creo que no estamos al final del procés sino en el comienzo de otro nuevo. Sánchez ha vencido una batalla, pero no ha podido ganar la guerra

La única explicación posible a la desaparición de Puigdemont sigue siendo un pacto entre la cúpula policial y política de la Generalitat y Junts. Y ello con la complicidad del Gobierno de Sánchez, que no movió un dedo para impedir que el prófugo de Waterloo cruzara la frontera. Descartado lo imposible, queda la verdad por muy difícil de creer que resulte.

Todos han ganado menos el Estado de derecho y el poder judicial. Dicho esto, la pregunta es ahora si la investidura de Illa y la huida del líder de Junts significan el final del ‘procés’. Es muy difícil responder a la pregunta porque, como ya sabemos, el futuro es imprevisible. Todo puede cambiar por el aleteo de una mariposa, como establece la teoría de las catástrofes.

Algunos analistas y medios de comunicación afines al Gobierno subrayaban ayer que Cataluña ha cerrado una etapa y que el ‘procés’ ha quedado liquidado con el nuevo Ejecutivo que va a encabezar Illa. Es una interpretación demasiado optimista y poco sustentada en los hechos.

En primer lugar, porque la figura de Puigdemont sale fortalecida en las bases del independentismo, que ven en el líder de Junts el único con capacidad para desafiar al Estado y aglutinar el movimiento. El esperpento de Barcelona demostraría no ya su frivolidad y su falta de palabra sino su valor para burlar el orden establecido.

En segundo lugar, Puigdemont tiene ahora mucho tiempo para reorganizar el independentismo y prepararse para ganar las próximas elecciones. Sus escaños en el Congreso son claves para la estabilidad de la legislatura y para demostrar que ellos no se casan con nadie.

En tercer lugar, el pacto de ERC con el PSC es tanto una maldición como un regalo para Puigdemont, que intentará atraer a los votantes de la formación de un Junqueras en evidente declive político. La investidura de Illa le permite capitalizar todo el espacio independentista, acusando a ERC de colaboracionismo.

Y, en cuarto lugar, porque el probable declive político de Sánchez, cuyo desgaste es cada día más marcado, creará un vacío de poder, el escenario ideal para la alternativa independentista.

La estrategia política del presidente ha sido hacer concesiones al independentismo como la amnistía y la financiación. Pero no ha combatido su discurso ni ha fortalecido la presencia del Estado en Cataluña. La normalización se ha basado en la claudicación. Por eso, creo que no estamos al final del ‘procés’ sino en el comienzo de otro nuevo. Sánchez ha vencido una batalla, pero no ha podido ganar la guerra. La paradoja es que la investidura de Salvador Illa podría acortar la legislatura y acercar a Puigdemont a su sueño: la independencia. No, el ‘procés’ sigue vivo, el líder de Junts goza de libertad y el Estado es más débil que nunca. ¿Dónde está la victoria?