Francisco Rosell-Vozpópuli
  • Más grave que la indecorosa “tocata y fuga” del prófugo, con la avenencia de Pedro Sánchez, es la lesiva deconstrucción de una de las naciones más antiguas del mundo con la aquiescencia de quien la manda, tras comprarle los sufragios a quienes hacen de la aniquilación de España su razón de ser

Por encima del estrambote de la aparición y nueva huida del nada honorable Puigdemont al modo del bandolero Serrallonga para ser el novio en la boda con esencias de funeral de Salvador Illa como president catalán, a lo que coadyuvó el contrayente con su estampa de empleado de pompas fúnebres, no conviene perderse con el juego de trileros. En realidad, lo trascendente de este jueves de autos, por medio del pacto del PSC y ERC, fue el parto, con anestesia epidural y con el caballero de la triste figura como comadrón, de una nueva fase del ‘procés’ encaminada a culminar el objetivo soberanista sin que descarrile como con la “suspendencia” de 2017. Más grave que la indecorosa “tocata y fuga” del prófugo -un visto y no visto como su proclama soberanista de hace siete años- con la avenencia de Pedro Sánchez, es la lesiva deconstrucción -adobe a adobe- de una de las naciones más antiguas del mundo con la aquiescencia de quien la manda -gobernar es otra cosa- tras comprarle los sufragios a quienes hacen de la aniquilación de España su razón de ser.

A estas alturas, ¿a quién sorprende, para befa y escarnio de la democracia española, que se consintiera el archipregonado golpe de efecto del “pastelero loco” cuando el president en funciones Aragonès y su sucesor Illa exteriorizaban que el bruselense errante debía estar ya amnistiado? ¿O el mutis por el foro del Consejo de Ministros con los Kirchner de La Moncloa en paradero desconocido? ¿O el alcalde socialista Collboni montándole la pista circense al volatinero para que parodiara el legendario “Ja soc aquí” (“Ya estoy aquí”) de Tarradellas con un “Encara som aquí” (“Aún estamos aquí”), pero solo por un rato, claro?

Illa ya ha metido bajo de la puerta de La Moncloa el ladrillo del reconocimiento de Cataluña como nación dentro de una babélica confederación plurinacional en la que España sería una suerte de constructo artificial al que desvalijar con la ganzúa de un “cupo fiscal”

Tras pasarse por su “arco del triunfo” a la Justicia, en consonancia con el emplazamiento escogido para su aquelarre, de pronto: “¡Qué escándalo! ¡Aquí se juega!”, gritaban los capitanes Renault de turno, al tiempo que impartían órdenes a sus ‘mossos’, a quienes ampararon el referéndum ilegal, para que detuvieran a los sospechosos habituales y enjaularan a los ciudadanos de esta nueva Casablanca, como la de la película, que es la Barcelona carcomida por la oruga procesionaria. Pero pocas cosas tan estomagantes como la del consejero del Interior, Joan Ignasi Elena, fundando su desidia en que los ‘mossos’ no preveían “un comportamiento tan impropio” del falso exiliado. De vivir aún el genial humorista Eugenio, el zote engrosaría la lista inagotable del “saben aquel que diu”. Si Tarradellas opinaba que, en política, cabía todo salvo el ridículo, Cataluña y, por ende, España se instala en lo grotesco.

Como Sánchez ignora lo que es una nación como le afeó el “maestro Ciruela” de Patxi López, hoy un “sí señor” suyo tras designarlo portavoz parlamentario, y carece de interés por aprenderlo para así ponerla en almoneda sin remilgos, Illa ya ha metido bajo de la puerta de La Moncloa el ladrillo del reconocimiento de Cataluña como nación dentro de una babélica confederación plurinacional en la que España sería una suerte de constructo artificial al que desvalijar con la ganzúa de un “cupo fiscal” por el que la parte se reserva los ingresos y endosa al todo los gastos más onerosos como Seguridad Social y Pensiones, así como su Deuda Pública. De este modo, todos los catalanes, por serlo, tendrán sus dispendios pagados por terceros, como aventuraba Francesc Pujols, el amigo de Dalí. Todo por decisión de la mayoría exigua de un Parlamento autonómico que se salta las Cortes segura de gozar de la bula del camarlengo de Sánchez en el Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido.

No es ésta una demanda exclusiva de ERC, aunque dé pábulo a la patraña, sino también de un “criptonacionalista” PSC. No en vano, el origen del procés está en una reforma estatuaria que ni siquiera el patriarca nacionalista Pujol, planteó, al igual que desestimó el “cupo catalán”, desatando Maragall una carrera a calzón quitado que desembocó en el golpe de Estado de 2017 sofocado en aplicación de un artículo 155 de la Constitución que Sánchez denuesta hoy. Una mutación confederal que, bajo el oxímoron del federalismo asimétrico, convertía a Cataluña en soberana con Hacienda propia y supeditaba el Poder Judicial a la Generalitat con un Estatut inconstitucional como zanjó el Tribunal de Garantías en una sentencia contra la que se alzó la Generalitat presidida por el también socialista Montilla. Aquellos polvos, con gobiernos tripartitos presididos por socialistas multando a empresas por no rotular en catalán y relegando a los castellanoparlantes a extranjeros en su país, trajeron los locos del referéndum ilegal del 1-O.

La “operación Illa” ha salido redonda después de que Sánchez le ofreciera la cartera de Sanidad a este licenciado en Filosofía sin más acervo gestor que ser alcalde de un municipio barcelonés de 10.000 habitantes (La Roca del Vallés) para que mantuviera hilo directo con el secesionismo

Como el PSC está en la génesis y Sánchez depende de él para aferrarse a La Moncloa como fortín frente al escrutinio judicial de la corrupción familiar y de partido que le acecha, el ‘procés’ está vivo y coleando con Illa porque los muertos que presume haber matado gozan de buena salud. A este respecto, el reflujo electoral secesionista no ha finiquitado el ‘procés’, sino un relevo al timón y tal vez en su velocidad, pero su ruta no variara con un lábil PSC capaz de erigirse en el voto útil de constitucionalistas para que impida lo que propulsa, pero también de votantes de ERC que, tras el septenio perdido, infieren que el PSC es el práctico de puerto adecuado para sus anhelos cuando su partido vuelve a ser la desquiciada grillera de tantas otras veces.

A este respecto, desde el punto de vista de los intereses del sanchismo a costa de los de España, la “operación Illa” ha salido redonda después de que Sánchez le ofreciera la cartera de Sanidad a este licenciado en Filosofía sin más acervo gestor que ser alcalde de un municipio barcelonés de 10.000 habitantes (La Roca del Vallés) para que mantuviera hilo directo con el secesionismo -“Hablando claro: yo quiero que tú te dediques un par de días a la semana al Ministerio, y el resto juegues ese otro rol”- y luego, tras su fiasco como ministro del Covid con sus miles de muertes y sus corrupciones por aclarar, pasaportarlo como aspirante a la Generalitat en lugar de un Iceta compuesto y con el cartel electoral impreso. Aquella decisión, en plena tercera ola y en periodo de vacunación, explica como Sánchez se desentiende del interés general, así como la propia inanidad de Illa como ministro.

El soberanismo es el primer negocio de una región antaño emprendedora, pero enriquecida con la mano de obra y el ahorro del resto de España

En suma, el tercer gran trato de ERC para nombrar president a un socialista asegura la hoja de ruta secesionista con el segundo pilotándola con la llave de la Caja en el bolsillo. Se cumple la paradoja que, con retranca gallega, esbozó Wenceslao Fernández Flórez: “Barcelona es la única metrópoli del mundo que quiere independizarse de sus colonias”. Más hoy que el soberanismo es el primer negocio de una región antaño emprendedora, pero enriquecida con la mano de obra y el ahorro del resto de España, así como con un proteccionismo por el que -anota en 1839 el viajero Stendhal– “los catalanes piden que todo español que use telas de algodón pague cuatro francos al año por el solo hecho de existir Cataluña”. El autor de La cartuja de Parma abunda en lo antedicho por Dante en su Divina Comedia: “Si mi hermano previera esto/ evitaría la pobreza avara de los catalanes, para no recibir ningún daño”.

Borrell se lo desmontó a Junqueras en un debate televisivo, si bien ahora el eurocomisario enmudece ante quienes le escupieron en la bancada azul y han borrado su nombre en su pueblo natal

En este brete, lo prioritario es proteger a los españoles de este arancel de nuevo cuño que busca contentar al separatismo con una financiación especial para una Cataluña que lo que sufre es el expolio de su casta gobernante que, quedándose con la bolsa, vocifera: “España nos roba”. ¿Acaso Cataluña no se ha beneficiado de la leva de caudales acarreados por disponer sus nacionalistas del voto de oro de los presupuestos con Suárez, González, Aznar, Zapatero (con quien pactó el vigente sistema de financiación), Rajoy o Sánchez que transige con la soberanía fiscal ante la que se plantó su antecesor, amén de otras regalías?

Hay que acudir a los hechos y dejarse de sentimientos que sirven para hacer las cuentas del Gran Capitán. Ni todos los gastos públicos pueden identificarse territorialmente, ni algunos ingresos, como los gravámenes indirectos, se contabilizan donde se saldan. Si Cataluña liquida más impuestos es porque dispone de más ciudadanos con rentas superiores, al igual que Madrid o Baleares, pero su saldo comercial enjuga el déficit fiscal. Borrell se lo desmontó a Junqueras en un debate televisivo, si bien ahora el eurocomisario enmudece ante quienes le escupieron en la bancada azul y han borrado su nombre en su pueblo natal.

Al bajar la marea, han quedado al desnudo las mentiras de Sánchez al que no le importa que se le vea la trampa para orgullo de los suyos que se dicen para sí qué tío más listo, al igual que los turiferarios del fuguista Puigdemont

Cada vez que el nacionalismo choca contra el muro de sus desatinos acuden al rescate los partidos nacionales como si España estuviera condenada al esfuerzo inútil e incesante de arrastrar como Sísifo tan pesada losa. Ahí reside la auténtica conllevancia de la que habló Ortega y Gasset para resumir la imposibilidad de resolver este problema con quienes hacen de la deslealtad un chollo. A base de dejarlas rodar, como la moneda falsa, sus falacias son hogaño moneda de curso legal. Por mor de ello, el Estado de las autonomías se resquebraja y, por sus grietas, se percibe el desiderátum.

Por eso, el barón socialista castellano-manchego Page, que se felicitaba el 12 de mayo de que “los catalanes han dejado caer al independentismo”, verifica hoy cómo el PSOE asume la agenda soberanista para que Illa retome el ‘procés’ que tuvo su embrión el “Pacto del Tinell” de 2003. Al bajar la marea, han quedado al desnudo las mentiras de Sánchez al que no le importa que se le vea la trampa para orgullo de los suyos que se dicen para sí qué tío más listo, al igual que los turiferarios del fuguista Puigdemont.

Entregado con armas y bagajes al segregacionismo, Sáncheztein camuflará de apaciguamiento lo que es rendición y destrucción de la España constitucional. Luego de legitimar el ‘procés’ para ser presidente, desarmando la unidad de la nación, su Hacienda e idioma, Sánchez lo asiste para su proceso de derogación del régimen de 1978 y de eternización en el poder sin que se registre una resistencia cívica para, contra una izquierda amachimbrada al carlismo foralista del siglo XXI, autodeterminarse ante una traición sin parangón desde que Godoy hocicó con Napoleón.

«Hemos roto la solidaridad»

Agustí Calvet “Gaziel”, el gran periodista catalán de inicios del XX, juzgando lo risible que fue nominar ministro de Marina a Companys en la II República y en cómo el Gobierno no se formaba de cara al país, sino de los partidos, se inquiría a si mismo que, si la gente se diese cuenta de quién llegaba a ministro, y de quienes lo eran, “quizás por ahí vendría -por la vergüenza- la solución”. Empero, la vida política sigue igual. Si Felipe González declara que, por vergüenza torera, no acudiría a explicar a la gente cómo “hemos roto la solidaridad”, ya dora la píldora por él su paisana y vicepresidenta, María Jesús Montero. Tras aseverar que lucharía con dientes y uñas contra un cupo catalán, ahora blasona que es “una seña de identidad de la solidaridad”.

“En ningún comercio, por humilde y destartalado que sea, habrían admitido -concluía Gaziel- como simple empleado de 300 pesetas mensuales (…) a quienes se confió o está confiada la gerencia de alguno de los más graves intereses públicos de España”. ¿Qué tiene de extraño, pues, que se vaya de mal en peor y que la nave del ‘procés’ vaya adelante como el barco de la película de Fellini con los restos de una gran diva hasta naufragar con un rinoceronte y el relator como únicos supervivientes?