Ramón Pérez-Maura-El Debate
  • Según la primera línea de la crónica de «La Vanguardia» eran «cuatro hombres de nacionalidad española, sin antecedentes policiales ni judiciales»

El pasado viernes me crucé el Atlántico hasta Bogotá –algo más de nueve horas de vuelo– para compartir ayer el 70 cumpleaños de un íntimo amigo. Tantas horas de avión permiten leer a fondo más periódicos de los que uno repasa cada día. Uno de ellos fue La Vanguardia.

Yo no había oído hablar de Lamine Yamal en mi vida hasta la fase final de la Eurocopa en Alemania, donde me divirtió mucho ver que según para qué no importa nada que un menor de 16 años trabaje hasta pasadas las diez de la noche. Si hubiera estado sirviendo mesas en un bar, hubiera tenido consecuencias, pero jugando para la selección española, no. De lo que me alegro (que pueda jugar). Pero eso es otro asunto. Yamal ha vuelto a las noticias, fuera de la competición, porque a su padre le han pegado cuatro puñaladas.

La noticia la conocía antes de mi vuelo. La víspera había escuchado en alguna de las televisiones en sintonía con el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada que probablemente eran «migrantes» (es decir, inmigrantes) de origen marroquí enfadados por el hecho de que Yamal juegue con España y no con la selección marroquí. Eso debía parecer una buena excusa porque así el origen del problema estaba –más o menos– en otra parte.

Y, en esas me quedé cuando volando sobre el Atlántico cayó en mis manos la crónica de La Vanguardia firmada por Mayka Navarro desde Mataró. Titular: «Al padre de Lamine Yamal le tendieron una trampa». ¿Y quién le tendió esa trampa? ¿Unos magrebíes? ¿Unos catalanes? ¡No! Según la primera línea de la crónica de Navarro eran «cuatro hombres de nacionalidad española, sin antecedentes policiales ni judiciales». Yo no sé si estos cuatro hombres «miembros de una misma familia del barrio de Rocafonda», son mataronenses de toda la vida o están recién aterrizados allí. Pero yo apuesto a que si en lugar de haber apuñalado al padre de Lamine Yamal hubieran ganado la medalla de oro en los relevos 4X100 de las olimpiadas de París, La Vanguardia hubiera dicho que eran catalanes, ni de broma españoles.

Después hemos sabido que esos españoles –que por lo visto no son catalanes– son de etnia gitana. Vaya por Dios. No sé a ustedes, pero a mí me parece que en este caso se ven elementos claramente racistas como es habitual en el nacionalismo catalán. Si el gitano hubiera sido un héroe, era «de los nuestros». Pero si es un delincuente, es «de los suyos». Con un par.

Tanto como se denuncia que se identifiquen las condiciones de inmigrantes de algunos delincuentes de todo tipo, creo que en este caso también sería muy conveniente que todos supiéramos de dónde son estos delincuentes en potencia (digo en potencia porque no están todavía condenados, aunque pinte muy mal para ellos). Tanto si hubieran sido de Sant Cugat del Vallés, como de los aledaños de Tánger o de Alcaudete de la Jara. Tenemos derecho a la información. Y más, cuando no parece que fueran inmigrantes de última hora.

Lo que sí nos muestra este lamentable caso es que la mentira y la desinformación siguen primando en el día a día de la comunicación de la realidad que se vive en Cataluña. Ellos se lo han buscado.