- Entre los trabajos de Itziar destaca la serie ‘La casa de papel’, en la que viste el uniforme de policía nacional, aquel cuerpo a cuyos servidores sus amiguetes pegaban tiros en la nuca o ponían bombas-lapa bajo sus coches
Itziar Ituño es una mediocre actriz española que vive como una Pepa de las subvenciones cinematográficas que pagamos entre todos, convolutos que siempre llevan el sello de Gobierno de España, sin que nos hayan preguntado a los que sufragamos a ese Gobierno si estamos de acuerdo o no con que sujetos y sujetas de esa calaña se repartan ceros en su libreta de ahorros a cuenta de nuestros impuestos. Sobre todo, porque ese desembolso no suele verse recompensado por la calidad de los productos que facturan estos pelmas de la ceja alta que cuentan entre sus mejores producciones atizar siempre a la derecha y a los empresarios y vivir como pachás de las arcas públicas. Y todo, mientras su cine interesa muy poco a los españoles: sus cintas tan solo recaudaron ochenta millones el año pasado, pero recibieron justo el doble, 160, en ayudas públicas. La taquilla desmiente el esfuerzo público que se hace en favor de sus truños cinematográficos. Claro que tiene que haber cine español, pero no engordado por el dinero de todos. Menos cuando se centran en las obsesiones de la Guerra Civil –siempre desde un lado, claro– o en los derechos de las minorías, en cuyos lobbies figuran normalmente los Almodóvar de turno.
Lo cierto es que de la tal Itziar yo no había oído hablar hasta que fue fotografiada en una manifestación en favor –no de la pobreza infantil ni de la igualdad entre españoles– sino de ETA, una concentración que exigía que a los matarifes se les liberara definitivamente de las condenas que les habían impuesto por sus crímenes. Y, desde esa lógica, después de la excarcelación lo lógico es que Itziar y sus amigos reclamaran una pensioncita pública para resarcir a esos angelitos de las penas recibidas por haber pegado tiros en la nuca y volado los sesos de «acreditados torturadores» como los niños de la casa cuartel de Zaragoza o las familias del Hipercor de Barcelona.
Para que no quedara ninguna duda sobre su hemiplejia moral, la gudari aspirante a actriz dio este fin de semana el pregón en Bilbao. Y en el teatro Arriaga, en un discurso íntegramente pronunciado en euskera, dijo que ese idioma «nos da un lugar en el mundo». Y sin que le cambiara el color, pidió que el vasco se abriera paso en el mundo globalizado. Cuando el personal creía que ya había oído la suficiente ración de estulticia, la actriz mandó un fuerte abrazo a los presos etarras, aquellos «que están lejos». (No tan lejos, Itziar, que Marlaska ya los ha acercado a todos; solo queda una y porque está en prisión preventiva). No faltó el consabido apoyo a Hamás y su rechazo a las agresiones sexuales. Siempre que estas se produzcan contra mujeres progresistas porque si eres una de las víctimas de los 1.400 abusadores, incluido uno de La Manada, que han conseguido reducir sus condenas gracias a la aberrante ley del «solo sí es sí», pues a esta actriz de pacotilla el asunto le importa un pimiento.
Resulta que entre los trabajos de Itziar destaca la serie La casa de papel, en la que, como inspectora Raquel Murillo, viste el uniforme de policía nacional, aquel cuerpo a cuyos servidores sus amiguetes pegaban tiros en la nuca o ponían bombas-lapa bajo sus coches. Tan consecuente es la bien pagada intérprete que por un lado levanta el puño, pero por otro, firma contratos con multinacionales como BMW, que rompió con ella cuando vio que encabezaba marchas a favor de asesinos. Ya le pasó algo parecido en 2016 cuando fue una de las convocantes del acto de apoyo a favor de Otegi en el velódromo de Anoeta, lo que provocó que se promoviera un boicot contra la serie La casa de papel, donde ella tenía un papel protagonista.
Ahora es cuando yo manifiesto mi firme propósito de no ver ni uno solo de los bodrios que haya firmado esta amiga de criminales.