Pedro Chacón-El Correo

  • El concepto que se quiere poner en lugar del de fueros para emparejarlo con Euskal Herria sirvió a la plutocracia para colgar reclamaciones ajenas a las del nacionalismo

Si ya estábamos curados de espanto con el concepto de ‘nación foral’, no se sabe si elaborado, pero sí aireado, por el anterior lehendakari Urkullu, donde se juntan dos términos perfectamente antitéticos como son la nación vasca con pretensiones de independencia y los fueros, ahora nos viene el presidente de las Juntas de Gipuzkoa con otra mezcla pseudoideológico-rocambolesca como es la de emparejar los derechos históricos por un lado y Euskal Herria por otro.

Menos mal que tiene la honestidad de darnos la fuente teórica de sus elucubraciones. Porque debería resultar altamente significativo que haya sido un político como Herrero de Miñón quien surta al nacionalismo vasco de todo su corpus teórico desde 1978 para acá, con la Disposición adicional primera de la Constitución como idea estrella, por la que respiran todas las iniciativas pretendidamente ideológicas del nacionalismo vasco de los últimos cincuenta años. Pero para quien todavía no lo haya deducido, diremos que Miguel Herrero de Miñón optó en 1987 a la presidencia de Alianza Popular, en competencia con Antonio Hernández Mancha, quedando elegido este último. Quiere decirse que se trata de un político paradigmático de la derecha española quien ha servido al nacionalismo vasco sus ideas más aprovechables, con lo que está dicho todo.

El mismo concepto de derechos históricos, que se quiere ahora poner en lugar del de fueros, para emparejarlo con el de Euskal Herria y tirar para adelante, forma parte también, como el primero, del bagaje teórico de la derecha vasca y es algo perfectamente datable y ubicable. Javier Caño, en su artículo ‘Los derechos históricos en el siglo XX’, lo sitúa en el llamado ‘Mensaje de las Diputaciones Vascas’ de diciembre de 1917, que se hizo llegar al presidente del Consejo de Ministros de entonces, Manuel García Prieto. Aunque no descarto que surgiera ya en algún texto anterior, siempre, eso sí, dentro del ámbito del fuerismo. Por supuesto, los derechos históricos que se reivindicaban entonces eran estrictamente los de las provincias vascas, nada de Navarra ni mucho menos de Euskal Herria. Y los firmantes eran toda la derecha vasca en su más prístina expresión. Ahí estaban los Ybarra, Gandarias, Allendesalazar, Ampuero. Hasta el duque del Infantado, no digo más. Y sin olvidarme de Esteban Bilbao Eguía, luego presidente de las Cortes franquistas durante más de veinte años.

Estos eran los vascos que pidieron por primera vez los derechos históricos al Gobierno de Madrid. Y lo hicieron porque sus intereses contantes y sonantes peligraban en plena Primera Guerra Mundial, cuando las extraordinarias ganancias producidas por la no intervención de España en aquel conflicto tan desgarrador amenazaban con verse un tanto disminuidas por una política fiscal impulsada por el ministro de Hacienda de entonces, Santiago Alba. Y nos lo cuenta su principal seguidor entonces en Bilbao, Gregorio Balparda, que no olvidemos que, a pesar de haber pasado por víctima del republicanismo y ensalzado luego por el régimen franquista, fue un perfecto liberal progresista en su tiempo. Paradojas de la memoria democrática.

Los derechos históricos fueron entonces, en 1917, para la plutocracia vasca la perfecta percha en la que colgar sus reivindicaciones más prosaicas, ajenas por completo a las platónicas reivindicaciones del primer nacionalismo. Quien encabezaba por Bizkaia dicha reclamación era Ramón de la Sota Aburto, hijo de Ramón de la Sota Llano, y representante máximo de la Casa Sota, con todas sus ramificaciones vascas y españolas. Y el arquitecto ideológico de todo el movimiento fue el catalán Francesc Cambó, que vino a Bilbao y San Sebastián en los meses previos para apuntalar la política nacionalista de entonces, como alianza de intereses de vascos y catalanes contra un Estado que pretendía limitar los beneficios estratosféricos de las respectivas burguesías en la primera contienda mundial. Fue entonces cuando el nacionalismo vasco se empezó a desprender de su provincianismo originario (en todos los sentidos: como ingenuo romanticismo y como fuerismo provincial) para pasar a reivindicar la autonomía regional triprovincial que conocemos ahora. El PNV era entonces Comunión Nacionalista Vasca.

Así que, por favor, no nos cuenten más milongas derechohistóricas, que ya está bien de marear la perdiz. En esa misma línea iba el anuncio de Patxi Juaristi, también en estas páginas, explicándonos el objetivo del próximo Congreso Mundial Vasco organizado por Eusko Ikaskuntza. La cohesión de Euskal Herria, esto es, la cohesión entre Iparralde y Hegoalde: verdes las han segado, que se dice.