Juan Van-Halen-El Debate
  • Y Maduro necesita ganar tiempo para tratar de que el pueblo se desmovilice por cansancio o por miedo. Hay que alzar la valentía y no callarse. Por ello ese «no hay marcha atrás» de Corina Machado es esperanzador

Creo ingenuo pensar que Nicolás Mauro vaya a abandonar su poder dictatorial, sin más, tras haber perdido las elecciones pese a que el fraude electoral del 28 de julio resulte evidente para buena parte de la comunidad internacional. La ONU, la UEA, la UE, el Centro Carter… Los que quieren ver sin orejeras. Al autócrata habrá que ponérselo más que difícil, imposible. Desde el lejano Japón a varios países americanos, incluido Estados Unidos, el mundo que lo ha denunciado no ha podido extrañarse de que Venezuela sea una dictadura gobernada con mano férrea y contra su pueblo. Se sabía. Los seguidores de la oposición que se manifiestan padecen que el pueblo venezolano pase hambre; recordamos imágenes de almacenes casi vacíos sin los productos más esenciales.

No es cierto que el socialismo radical no produzca riqueza, y existen ejemplos claros. Ha promocionado y enriquecido, entre otros dirigentes americanos, al conductor de autobuses Maduro, al campesino Evo Morales y al exguerrillero Daniel Ortega, a los que no se les conoce formación alguna. El último es otro evidente autócrata que lleva decenios de mandamás y, como Maduro, ha ilegalizado a partidos de la oposición, ha encarcelado a líderes opositores, nombró a su esposa vicepresidente y a su hermano jefe del Ejército y ministro de Defensa. Sobre los tres se han alzado informaciones de enriquecimiento ilícito. Otro exguerrillero en el poder es el presidente colombiano Gustavo Petro, pero de formación bien distinta.

Cayetana Álvarez de Toledo, periodista además de poseedora de otras sabidurías junto a su dedicación política, ha publicado una interesante entrevista con María Corina Machado, una dama de hierro venezolana a lo Margaret Thatcher. En sus declaraciones, grabadas, el referente de la oposición en Venezuela lanza una frase rotunda: «No hay marcha atrás». Invito a los lectores a seguirla en YouTube. La entrevista es memorable y hay que felicitar a Cayetana, que es incisiva, acierta al elegir los temas, y apostilla con talento las respuestas de esta política que vive un momento crucial para su vida, su país y, más allá, para quienes creemos en la democracia y en la verdad objetiva que representa o debe representar. Un fraude electoral es, en definitiva, una traición al pueblo, a su manifestación directa que son las urnas, y una victoria de la mentira sobre la verdad.

Corina Machado insiste sobre los pasos que condujeron a la situación de su país. Cayetana le pregunta cómo se llega a una autocracia que en Venezuela ya ha enseñado su rostro de violencia, terror y muerte. Debe servir de ejemplo en situaciones que pueden ser similares en otros países, y desde luego en el nuestro. Coincide con los síntomas señalados por Levitsky y Ziblatt, tan citados por mí. Un amable lector me recordaba en un comentario que agradezco pensadores españoles que se habían anticipado en el diagnóstico. Citaba a Fernández de la Mora, a García Trevijano y a Neira, y es cierto en parte. Fui amigo de Fernández de la Mora y de Neira. También podrían recordarse otros. Pero Levitsky y Ziblatt no estudian un caso local; su diagnóstico es más amplio y desde perspectivas académicas y no de adscripción.

En España estamos en el camino que conduce a Venezuela incorporando probablemente un cambio de régimen. Quien no lo vea está ciego o apuntado a defender lo que venga si cree que le traerá beneficios. La democracia se defiende personal y colectivamente y es responsabilidad de la ciudadanía comprometida con su futuro y con la verdad. Corina Machado cree que debe desterrarse el miedo. Ha habido tanto miedo que han perdido el miedo. Comprar al pueblo y sus apoyos con migajas, que es lo que intentó Maduro y lo que, cada vez más, se intenta en España, conduce a un despertar a veces demasiado tardío y ya rebasando cotas inasumibles.

La primera falacia que denunció Corina Machado en Venezuela fue la reiterada monserga de que no había alternativa o la alternativa no representaba a nadie. Era la oligarquía. Luego llegó la acusación de fascismo a quienes no comulgaban con las ruedas de molino del autócrata. Más tarde el control de los medios de comunicación con cierres y normas arbitrarias orientadoras de la opinión pública. Paralelamente Maduro y su tropa se habían hecho con poderes que deberían ser independientes, como la Justicia, la Asamblea Nacional y la Junta Electoral, entre tantos. Y al tiempo crecían las nacionalizaciones. La presión sobre la economía y las rapiñas del poder gubernamental convirtieron a la antes potente Venezuela en un país pobre con más de ocho millones de desplazados por esos mundos huyendo de la autocracia. La Venezuela de la democracia y el desarrollo es la que yo conocí antes, obviamente, de la locura de Chávez.

Los ciudadanos de cualquier país amenazado de autocracia, sea cual fuere el estado del acoso a la normalidad democrática, deben sentirse implicados y actuar. Una de las bazas de los autócratas es desprestigiar la política y el servicio público. Como si lo suyo fuese de la estratosfera. Y Maduro necesita ganar tiempo para tratar de que el pueblo se desmovilice por cansancio o por miedo. Hay que alzar la valentía y no callarse. Por ello ese «no hay marcha atrás» de Corina Machado es esperanzador. La propuesta de Lula y Petro de nuevas elecciones es una trampa más. ¿Por qué? ¿Hasta que gane el dictador? No ocurre en otros países y es una ofensa al pueblo venezolano que ya votó.

Iglesias, Monedero e Irene Montero ya se han manifestado a favor de que quien dice la verdad es Maduro. Hay que recordar el dinero que sacaron de sus servicios allí. A Zapatero no hay que preguntarle; es un felpudo del autócrata. Autocracia y miedo, dos conceptos unidos por su propia naturaleza,

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