Tonia Etxarri-El Correo
No se trata de quejarse de vicio. Pero muchos ciudadanos tienen una relación aparentemente contradictoria con los políticos. Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. En esta actitud machadiana se mantienen quienes se hartan de la sobreexposición de nuestros representantes, pero cuando estos cierran su negociado por vacaciones se les reclama la presencia en tono de reproche. Me refiero a quienes nos gobiernan, claro. El caso es que la ausencia estival, si es prolongada y coincide con relevantes acontecimientos que requieren una respuesta, se lleva mal entre la afición. Y la oposición del PP, que tampoco está para echar cohetes, aprovecha la ocasión para acabar afeándole a Pedro Sánchez que esté de vacaciones. No es eso. No son las vacaciones en sí. En Islandia o en la Mareta. Da igual. Se trata de las ausencias deliberadas, de la falta de discurso ante situaciones extremas. De la tardanza en reaccionar ante un brutal asesinato como el del niño Mateo, por ejemplo. El silencio como estrategia. Puro cálculo.
La fuga del reincidente Puigdemont mereció algo más que un mensaje oficial del desvío del foco hacia la investidura de Salvador Illa. Alguna mención al cumplimiento de la ley. La propia designación del socialista catalán como presidente de la Generalitat se logró gracias a un acuerdo con ERC que no están sabiendo explicar. Seguramente porque resulta injustificable incluso para quienes pretenden colar el término de «solidaridad» como sinónimo de «fiscalidad exclusiva» y excluyente para Cataluña. A Jordi Sevilla (ex ministro con Zapatero) no le gusta. A Josep Borrell, tampoco. Pero el silencio de Pedro Sánchez es clamoroso. Invita a Illa a Lanzarote para agradecerle los servicios prestados y, vaya por Dios, ese encuentro coincide con el séptimo aniversario del atentado islamista de las Ramblas de Barcelona, que acabó con la vida de 16 personas. Y el nuevo presidente de la Generalitat fue el gran ausente de la ceremonia institucional. Tarjeta roja por esa falta de comparecencia.