Jon Juaristi-ABC

  • Se trata de endosar la responsabilidad del cambio climático a las vacas, y la culpabilidad última a los consumidores de carne de vacuno

Tras el anuncio de que Jeff Bezos ha donado 12 millones de dólares a cuatro centros de investigación –entre ellos al CSIC–para acabar con las ventosidades de las vacas, me he dado un garbeo por los sitios españoles más progres de la Red, a ver qué cuentan.

Según la mayoría de ellos, las vacas, con sus pedos y eructos, son responsables, aproximadamente, de la mitad de los gases de efecto invernadero que causan el calentamiento del planeta. Una vaca lanza al día unos 300 litros de metano a la atmósfera, lo que supone unos 120 kilos al año. Pero otras fuentes afirman que la cantidad se queda corta, porque, según el tiempo que haga, la emisión oscila entre los 250 y los 500 litros, quedando la media anual por día en torno a los 400.

No me creo nada. ¿De qué vacas hablan? ¿De frisonas, normandas, gallegas…? ¿De la madre de la famosa Ternera de Ávila o de la Vaca Mariposa de los Llanos de Venezuela? ¿Todas emiten la misma cantidad de metano? Anda ya…

Además, ninguna fuente menciona quién lo ha calculado, quién es el receptor universal de los informes de los observadores locales. Intuyo que ni uno ni otros existen y que todo no es más que un bulo para 1) culpabilizar a las vacas del cambio climático, y b) extender la culpabilidad a los consumidores humanos de lácteos y carne de vacuno. Así como no habría prostitución si no existieran clientes, tampoco tendríamos tsunamis si no existieran adictos al cachopo. Por no tener, no tendríamos ni vacas.

Como la solución final pasa por apartar a las vacas de la hierba, sustituyendo el forraje por compuestos a base de ajo, maíz y soja, y por conseguir una vacuna contra la flatulencia (solamente la idea de vacunar a las vacas es sencillamente grotesca), haré un elogio de la francofonía, sin que sirva de precedente. Véase por ejemplo, la defensa de la individualidad de la vaca en autores como Alain Finkielkraut («toda vaca que es no es otra vaca»), Benoît Duteurtre («hoy es inaceptable que los animales puedan tener una personalidad. Los campesinos de antaño no eran unos ángeles con sus bestias, pero sabían que cada una de sus vacas tenía un comportamiento particular»), o Michel Houellebec, que desarrolla el mismo motivo que Finkielkraut –la jubilosa danza de las vacas cuando salen a los primeros pastos de primavera– en su elogio a los alegres brincos de las vacas tarentesas por los prados alpinos. Un país con 365 tipos de quesos podrá ser ingobernable, pero cuida a sus vacas y se enorgullece de ellas. Recordando los orígenes del gran icono nacional de Francia –«La Vache qui rit»– escribe Béatrice Mathieu en ‘L’Express’ de la pasada semana, que su rostro mira hacia la derecha, «porque la derecha simboliza el futuro».

¿Qué tiene que ver con todo esto Albares? Por una vez, y sin que sirva de precedente, ‘rien de rien’. Pero que no me entere yo…