Ignacio Camacho-ABC

  • El golpe de Maduro tiene serias posibilidades de éxito. Mayores a medida que la presión internacional vaya decreciendo

Hasta las elecciones de julio, Venezuela era una autocracia. Un régimen autoritario, sin división real de poderes, con instituciones postizas y con un aparato represivo funcionando a todo trapo, pero con comicios supervisados por observadores de países democráticos que certificaban una relativa legitimidad del resultado. Ahora es ya una plena tiranía consagrada por un pucherazo. Tiranía, que no dictadura, como suele matizar Felipe González, porque las dictaduras aún tienen ciertas reglas dentro de su marco totalitario. La forma grosera en que Maduro se ha autoproclamado ganador contra toda evidencia y la respuesta violenta a las reclamaciones de la oposición han asentado en todo el mundo la certeza, si es quedaba alguien por ignorarla, de que el chavismo es la última expresión de las satrapías bananeras que han punteado durante dos siglos la historia de Hispanoamérica. No se trata siquiera de una manipulación fraudulenta; es un pronunciamiento, una usurpación obscena, un golpe con todas las letras.

Y tiene serias posibilidades de éxito. Que serán mayores a medida que la presión internacional se vaya desvaneciendo en la rutina de la «profunda preocupación» y demás tópicos diplomáticos huecos. El principal aliado de los criminales bolivarianos no es Zapatero, pese a su indigna y quizá mercenaria labor de zapa en favor del cacique caribeño: es el tiempo, el paso de los días sin que suceda nada nuevo mientras las opiniones públicas liberales se deslizan primero hacia la indiferencia y luego hacia el olvido hasta caer en el más absoluto silencio. Maduro cuenta con ello. Sabe que tras las vacaciones cada Gobierno tendrá sus propios problemas pendientes y Venezuela les quedará a todos muy lejos. Incluso llegará un momento en que las protestas de los ganadores despojados empezarán a perder sitio en los medios y a resultar antipáticas como el eco molesto de un ruido en el patio trasero.

Es ahora o nunca. Ya no vale reclamar las actas ni pedir la repetición electoral. Hacen falta movimientos decididos, sanciones concretas, posturas firmes, signos explícitos. Antes de que los hechos consumados impongan la funesta ley del pragmatismo. Y sólo se ven algunos gestos vacíos, solidaridades retóricas, solemnes exigencias formuladas sin mínimo valor de compromiso. Los valedores chavistas actúan con más determinación y más eficacia que los supuestos adalides del respeto a las normas democráticas. Los opositores están siendo detenidos, torturados y tiroteados en Caracas tras haber sufrido el robo por la cara de una victoria limpia, paciente y heroicamente trabajada contra el miedo, el clientelismo y unas circunstancias políticas y sociales dramáticas. Y lo peor es que nadie lo duda, pero más allá de unas cuantas palabras abstractas tampoco nadie hace nada práctico por evitar que además de las elecciones les roben también la esperanza.