Miquel Escudero-Catalunya Press 

  • De forma deliberada, en los últimos años se ha establecido en España un sistema bipolar (dos bloques) que rompe con el espíritu de la Transición
Hace ahora medio siglo justo que el director de cine Pier Paolo Pasolini -alguien que no se cortaba en decir lo que pensaba- denunciaba que los jóvenes italianos estaban impregnados de ‘hedonismo consumista’, una ideología inconsciente y real, con independencia de las inclinaciones políticas que tuvieran. Es sabido que hay necesidades imposibles de satisfacer plenamente. Que se lo pregunten al pobre que pasa hambre o que no tiene techo donde guarecerse, y no tiene medios ni fuerza para salir de la pobreza.

Pero hay quienes tienen ‘necesidades’ que no son tales, que son producto del capricho o acaso de una codicia insaciable, de una codificación egoísta amparada por la sociedad. Así sucede con quienes revientan con especulación los mercados económicos. O con quienes revientan también con trampa, el mercado político: pugnan por el poder, lo consiguen y se mantienen en él del modo que sea. (Algunos, forzando la sonrisa y apenas guardando la compostura, han perdido cualquier rastro de dignidad, no sólo personal sino del partido y de la nación.) No denunciarlo es una falta grave de responsabilidad cívica. ¿Quién sabe del alcance y magnitud de las consecuencias de unas omisiones? ¿Qué hacer después de eso, cuando ante lo que nos rodea se siente una desesperanza apabullante ?

De forma deliberada, en los últimos años se ha establecido en España un sistema bipolar (dos bloques) que rompe con el espíritu de la Transición y que ahonda las divisiones ideológicas y de todo tipo entre los españoles. Esto es nefasto para la convivencia y el progreso. Quienes empujan en la dirección del enfrentamiento saben perfectamente lo que hacen, pero no saben lo que se hacen. La historia nos muestra a dónde puede llegar la discordia social dominada por el trastorno bipolar.

En la actual circunstancia española, todo se juega ‘o blanco o negro’. Produce asco y angustia esta situación que, en tanto dure, cierra espacios electorales diferenciados. No obstante, una tercera vía sensata y ecuánime tiene valor y potencial: un ‘partido de proa’ (que va hacia adelante, previendo el porvenir social), que tenga personalidad propia y no fuerce equidistancias, que sea capaz de concretar medidas en beneficio de la ciudadanía. Su ductilidad no le hace un partido ‘veleta’ en el sentido peyorativo de inconstante y mudable, pero sí serlo en el buen sentido de señalar la dirección del viento. Un partido que es liberal y pugna por la solidaridad con los más débiles, por la igualdad y por la libertad de todos, un partido social liberal. A esta familia política pertenece el proyecto Ciudadanos y, hoy por hoy, no tiene sustituto. Por esto no es posible resignarse a su desaparición. “Para volver a ser necesarios hay que quedarse”, aguardar fuera del tablero en el que hoy se juega, situación que no durará siempre. Cuando no hay otra cosa a hacer de provecho, hay que pensar.

Estamos en manos de ‘expertos’ políticos desaprensivos, con una sociedad civil amorfa y desarticulada, enervada para ejercer su función; la gran carencia de una sociedad democrática. No hay debate, sino fuego cruzado. Muchos han perdido toda esperanza en los gobernantes, por supuesto, pero también en la oposición; vistos como semejantes en el propósito de copar cualquier cota de poder, sin escrúpulos. Cuando la oposición logre gobernar y se inicie un nuevo ciclo, el partido de proa, hostigado y hoy desdeñado como inútil, podrá volver a zarpar.

Un escollo a superar es la confusión. Unos que se hacían llamar ‘valientes’ fueron extremadamente rápidos en disolverse al finalizar su misión encomendada. Así lo hicieron en las pasadas elecciones municipales: no obtuvieron ediles y en Barcelona doblaron en votos a Cs. Esto era suficiente: restar. Pero hay que saber que, así como la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma, las ideas, sean cuales sean, no mueren. Para retomar la ruta política hay que ampliar el capital humano, reducir todo lo posible la estupidez y soberbia de los egos, anular los rencores acumulados y tener ideas buenas y claras; la misión del permanente pensar.

Hace siglos que se formuló que “el todo es más que la suma de las partes”. Para el mejor entendimiento conviene integrar puntos de vista diferentes y bien argumentados, y hay que estar dispuesto a contradecir las ideas convencionales y los prejuicios arraigados. La adhesión incondicional a un clan familiar o tribal, a un partido político o a una nación es incompatible con lo mejor posible. Para que en un grupo humano prime de verdad la voluntad de ser libres e iguales se requiere conciencia de lo que los demás sienten y necesitan (dos cosas que nos siempre coinciden). Hay que consultar las resonancias emocionales de todo el mundo, considerar imágenes integradas. Este es el horizonte social más luminoso al que aspirar: una sociedad de verdadero progreso humano.