Antonio R. Naranjo-El Debate
  • El PSOE no hace rehenes ni con Ayuso ni con Feijóo, pero los populares dicen ser elegantes con ese gesto

No hace falta entender la paradoja cuántica del gato de Schrödinger, que es de listos, para adivinar cuándo hay conflicto de intereses en política: si uno es presidente del Gobierno y adopta decisiones que pueden beneficiar a tu mujer, las opciones se reducen a dos.

La primera, insuficiente pero al menos práctica a efectos de paliar un poco los reproches, inhibirse y no participar en la decisión. Y la segunda, que es la buena, hablar con la susodicha y hacerle ver que el ámbito laboral es ancho y largo, lo suficiente como para no detenerse en alguna de las escasas paradas que colisionan con las obligaciones de uno.

Pedro Sánchez no hizo ninguna de las dos. Participó directamente en el rescate de Globalia, consintió que varios de sus ministerios adjudicaran contratos a los socios y patrocinadores de su mujer, aceptó que Begoña Gómez utilizara La Moncloa para reuniones privadas en las que negoció la creación de su cátedra e, incluso, promocionó públicamente de un modo u otro a dos patrocinadores de su santa, el grupo Barrabés y la patronal Conpymes.

Esto es lo que ya sabemos, a grandes rasgos y sin necesidad de profundizar, como sabemos también de las relaciones de la señora Gómez con un señor que aparece, como el ajo, en todas las salsas: da igual que se trate de las mascarillas de Koldo, las maletas de Delcy o las gestiones de Begoña; siempre irrumpe en escena, vaya casualidad, un tal Víctor de Aldama, operativo también para otra celebridad llamada Luis Rubiales, el de los besitos y el frotamiento inguinal.

Que Sánchez lo sabía todo es una obviedad. Y que por ligeros que sean sus escrúpulos y cortas sus luces podía intuir que eso estaba feo, no parece un pronóstico osado: hasta él es capaz de darse cuenta de lo improcedente de beneficiar por acción u omisión a un familiar, especialmente cuando los frutos de ese trabajo, de producirse, le acaban beneficiando a él en primera persona, por aquello de los votos matrimoniales y la prosperidad.

Pero no hizo nada. Ni siquiera una consulta preventiva ante la Oficina de Conflicto de Intereses, otro chiringuito sufragado con dinero público, abundante para poblar la Administración de inanes cuevas para conmilitones leales y siempre escaso para comprar pistolas Taser a la Guardia Civil: solo tienen 150 en toda España, menos que machetes una banda latina para una noche en unas fiestas de pueblo.

Por todo ello, el «caso Begoña» es en realidad el «caso Sánchez», porque en política todo son gananciales y no existe la separación de bienes presente en otros ámbitos: lo de Begoña es de Pedro y, al parecer, al revés también, incluyendo la Presidencia.

En ese punto, se entiende mal la negativa del PP a convocar a la Comisión de Investigación en el Senado a «la Presidenta», en palabras del primero en la lista de espera para trasplante de rodillas, Patxi López. Si de verdad los populares quieren llegar hasta el fondo del asunto y se creen en serio que el responsable de todo es Sánchez, no tiene justificación que renuncien al interrogatorio de la principal herramienta del caso.

Ni que dejen de preguntarle, por ejemplo, si tendría a bien hacer públicas sus declaraciones de la renta desde 2018, sus bienes y patrimonio de todo tipo y la lista de pagadores que ha disfrutado a partir de llegar a La Moncloa. Mientras en Madrid acosan a Ayuso con el novio y en Galicia a Rueda con la hermana de Feijóo, el PP prefiere comportarse con elegancia, que es en estos casos el sinónimo más cursi de la simple estupidez. Por no pensar mal, que lo mismo el gato de Schrödinger está encerrado.