Diego Carcedo-El Correo

  • Dentro de pocas semanas llegará el otoño sin perspectivas de que los salarios mejoren

La economía va como un cohete, se escucha con frecuencia en los ambientes oficiales. Pero mucho me temo que se trate de un cohete gripado porque muchos de los datos más bien demuestran que es un cohete de fiesta con más propensión a descender que a subir hacia las nubes. Según el Banco de España -que espera con urgencia el nombramiento de un nuevo director- la deuda pública bate récords y en estos momentos alcanza los 1,62 billones de euros, todo un récord que además se continúa incrementando de un día para otro.

Mientras tanto, las exportaciones de productos españoles descienden un 2,5%. Confiemos que la avalancha turística cuya aglomeración tanto ha empañado a muchos las vacaciones, nos arregle algo a la hora de echar las cuentas internacionales. Respecto a las internas, la cuesta de septiembre no se anticipa con mayor optimismo. La inflación, heredada en su dinámica de la pandemia, tampoco ofrece unas perspectivas optimistas para los hogares, ni menos aún para los jóvenes que desean independizarse, encontrar una casa para vivir y lo que se ha convertido en una heroicidad: formar una familia, tener hijos, algo tan necesario en esta crisis de nacimientos, y educarlos.

La visita al supermercado para reponer la despensa es sin duda la primera preocupación de todos los hogares. La inflación no ha bajado significativamente y algunos productos es posible que escaseen. Pero hay algo más: la escolarización de los hijos. Para empezar, la pública, a pesar de estar disminuyendo el número de alumnos por profesor, lo cual mejora la calidad, en muchos casos suele ser deficiente. Todos quieren lo mejor para sus hijos y saben que en la escuela está la base de su futuro. Queda la alternativa de la enseñanza privada, preferentemente bilingüe. Pero incluso cuando está es concertada, resulta muy cara. Y aquí no acaban los problemas, que con frecuencia incluyen los transportes cotidianos de los pequeños y, por supuesto, los gastos que supone equiparlos para el curso, desde libros de texto hasta todos los elementos necesarios: cuadernos, ‘tablets’, ropa o calzado. Entre los 250 euros que cuesta equipar a un niño, calcula una madre con experiencia, y el doble cuando se trata de dos, los ánimos de ahorro decaen.

El calor que todavía nos mantiene sensación de verano, invita a pensar que dentro de pocas semanas llegará el otoño sin perspectivas de que los salarios mejoren. Pero se impone recobrar el ánimo, y recordar que los cohetes, aún gripados, algún día acabarán estallando.