Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Ven cómo nosotros vivimos y quieren vivir como nosotros, o sea, donde nosotros

Es la solución que ha concebido Sánchez para el problema de la inmigración y lo que ha ido a vender en esa gira por Mauritania, Senegal y Gambia que misteriosamente se salta Marruecos: el migrante circular. De lo que se trata en teoría es de acoger a los sectores de esas poblaciones que llegan a las costas canarias en patera, darles una formación integral y después reenviarlos a sus respectivos países con un ‘lunch pack’ que les comprará Clavijo con lo que le sobre del dinero que Sánchez no le da. Eso es en teoría, como digo, porque en la práctica resulta difícil que esas personas vayan a regresar a su tierra convertidos en cirujanos cardiovasculares e ingenieros aeroespaciales, sobre todo si aquí no hay medios ni para acogerlos. En la práctica, lo que se les va a proponer a los senegaleses, mauritanos y gambianos que den con sus huesos en nuestro país es que trabajen de temporeros en los tomates de Almería y las fresas de Huelva para darles luego la patada en el culo y devolverlos a portes pagados en avión.

En la práctica, el migrante circular no existe porque es rectilíneo por propia definición. El emigrante o el inmigrante de toda la vida lo que quería era acceder a una vida mejor; a una vida para toda la vida que no halló al alcance en su casa. Aunque se le quite el prefijo ‘e’ o ‘in’ en nombre de un enigmático criterio de la corrección política que ve como ofensivo señalar si va o viene y si viene o va, el migrante se resistirá, previsiblemente y con toda razón, a ser empaquetado y devuelto después de pasar tres años sudando bajo los plásticos de esos invernaderos que, según la leyenda, son la única construcción humana, junto con la Muralla China, que se puede divisar desde el espacio exterior.

El migrante circular es, como el federalismo asimétrico, un eufemismo y un oxímoron. Si en el caso del segundo se usa el concepto de asimetría para eludir el de desigualdad, la circularidad que se le propone al gambiano, al mauritano y al senegalés de turno es de una crueldad de pesadilla: montarse en un tiovivo planetario para disfrutar de las vistas del Primer Mundo a lomos del caballito de un trabajo precario con fecha de caducidad. En realidad los habitantes de esos países que Sánchez ha ido a visitar en su gira africana hoy ya pueden contemplar esas vistas desde su casa a través de la televisión y el ordenador. Es ése el problema que nos ha traído esta época y que viene de la mano de las nuevas tecnologías: ven cómo nosotros vivimos y quieren vivir como nosotros, o sea, donde nosotros. El problema, sí, de la inmigración no se soluciona llamando al otro facha o buenista. Se debe empezar a abordar con una política de Estado, pero sabiendo que no es solo una cuestión de Estado, sino de civilización.