Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo

  • Aunque el uso de la mentira como herramienta política es muy antiguo, las redes sociales lo potencian y los ciudadanos de a pie somos cómplices

Historiador, Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo

El 31 de agosto de 1939 agentes al mando del oficial de las SS Alfred Naujocks asaltaron la estación radiofónica de la entonces ciudad alemana de Gleiwitz (hoy Gliwice). Aquellos nazis disfrazados de soldados polacos estaban protagonizando una operación de falsa bandera, expresión que procede de una vieja táctica de combate naval: izar la bandera de otra nación para poder acercarse a un barco enemigo antes de atacarlo.

Una vez tomada la emisora, los alemanes fabricaron dos ‘pruebas’. Por un lado, emitieron un breve mensaje en lengua polaca contra el Tercer Reich. Por otro, asesinaron a Franciszek Honiok, un granjero de ciudadanía alemana pero que era un conocido nacionalista polaco. Su cadáver fue abandonado para luego tacharlo de saboteador. Se suele considerar a Honiok la primera víctima de la Segunda Guerra Mundial.

Lo ocurrido en Gleiwitz y en otros puntos del país sirvió a Hitler para justificar la ofensiva militar que había preparado. En la madrugada del 1 de septiembre las tropas alemanas cruzaron la frontera del este. La maquinaria propagandística intentó hacer pasar la conquista de Polonia por una ‘represalia’ legítima. No obstante, nadie se lo creyó: Francia y Reino Unido declararon la guerra a Alemania. Irónicamente estaba previsto que el 2 de septiembre comenzase en Núremberg el ‘congreso de la paz’ del partido nazi.

Hace 85 años, Hitler intentó hacer creer que Polonia había provocado su propia invasión

El pretexto de Hitler era falso, pero las consecuencias de la contienda fueron dramáticamente reales. Entre cuarenta y setenta millones de personas perdieron la vida. La mayoría de las víctimas mortales procedían de la Unión Soviética, China, Alemania, Polonia y Japón. Muchos de los fallecidos eran judíos, gitanos y otros grupos a los que el Tercer Reich se había empeñado en exterminar.

El nazismo no fue el único sistema antidemocrático que organizó una operación de falsa bandera para usarla como ‘casus belli’. El 18 de septiembre de 1931, nacionalistas japoneses dinamitaron un tramo del ferrocarril del sur de Manchuria, que gestionaba una empresa nipona. Tras culpar del sabotaje a soldados chinos, las tropas de Japón ocuparon toda la región. Se estableció el Estado títere de Manchukuo, cuya historia terminó tras la rendición imperial en agosto de 1945.

No todo es opinable: algo pasó o no pasó. El trabajo del historiador permite distinguir falsedades

El 26 de noviembre de 1939, la artillería soviética disparó varios proyectiles contra los alrededores de la población rusa de Mainila. Stalin responsabilizó a Finlandia del bombardeo y unos días más tarde el Ejército Rojo invadió el país vecino. Incapaz de prolongar la Guerra de Invierno, en marzo de 1940 Finlandia tuvo que ceder parte de su territorio a la URSS.

Otras clases de mentiras políticas se utilizaron para camuflar las auténticas intenciones de ciertos líderes y colectivos. El golpe de Estado que los bolcheviques dieron contra el Gobierno provisional ruso en la noche del 7 al 8 de noviembre de 1917 no pretendía garantizar «pan, paz y tierra» ni entregar «todo el poder para los soviets», sino instaurar una dictadura de partido único encabezada por Lenin.

La Marcha sobre Roma de los fascistas en octubre de 1922 no buscaba adelantarse a una eventual revolución comunista en Italia, sino aupar a Mussolini al poder. Cuando el 17/ 18 de julio de 1936 una parte del Ejército se sublevó contra la Segunda República, no estaba recogiendo «el anhelo de la gran mayoría de los españoles», como se leía en el bando que promulgó Franco. Los españoles ya habían expresado sus anhelos en las elecciones de ese mismo año. Lo que querían los insurrectos era sustituir el Gobierno legítimo por una dictadura.

Hay ejemplos más recientes. En marzo de 2003, el presidente de Estados Unidos George W. Bush ordenó la invasión de Irak aduciendo que Sadam Hussein acumulaba armas de destrucción masiva. Y desde marzo de 2014 la Rusia de Putin se ha ido anexionando zonas de Ucrania con la excusa de que su Gobierno es ilegítimo e incluso nazi.

Aunque el uso de la mentira como herramienta política es un fenómeno antiquísimo, las redes sociales lo han potenciado. No solo es responsabilidad de los poderosos y de quienes pretenden sustituirlos. Los ciudadanos de a pie somos cómplices. Detectamos con suma facilidad los embustes de los que no piensan como nosotros, pero nos tragamos y difundimos los de nuestro entorno ideológico. O ya no creemos en nada. Un sector de la sociedad se fanatiza mientras que el resto se vuelve nihilista.

El fenómeno también afecta al relato histórico. En la época de la ‘posverdad’ hay quien da más peso a la subjetividad, a las opiniones y deseos, que a los hechos. Sin embargo, no todo es opinable: algo pasó o no pasó. La estación de Gleiwitz fue atacada por agentes nazis. El trabajo de los historiadores nos permite distinguir entre las falsedades intencionadas y la verdad factual.