Ignacio Camacho-ABC

  • El Gobierno busca una solución política y técnica para satisfacer a Esquerra diseñando un concierto que no lo parezca

Adía de hoy el Gobierno no tiene garantizada la mayoría para aprobar la aún no explicada fórmula de soberanía fiscal catalana. Lo más probable, sin embargo, es que termine armándola por el procedimiento de costumbre: comprarla. A Compromís le ofrecerá unos cientos de millones extra para la Comunidad Valenciana con los que podrá arrebatarle a Mazón esa baza. El PNV, celoso de su propio concierto, rebañará competencias y tal vez un compromiso de reforma estatutaria. La anuencia de Bildu está asegurada, y si hace falta se amarrará con nuevos alivios a los presos etarras. La izquierda de Sumar/Podemos/IU protestará un poco pero tiene cinco ministros y ésa es una razón de bastante peso para mantenerse agrupada. Y queda Junts, que tendría dificultades para explicar una negativa a su parroquia y además necesita que Pumpido le arregle a Puigdemont la amnistía que el Supremo dejó bloqueada. Si traga, Sánchez no necesitará al BNG, cuya condición nacionalista lo predispone al sí, ni a Coalición Canaria, y podrá incluso permitirse prescindir del voto ‘en conciencia’ que Ábalos esgrime como amenaza.

Claro que estas cuentas pasan por la suposición de una postura unitaria en el grupo socialista. En los últimos días se han producido amagos de ruptura de la disciplina, difíciles de creer por cuanto acarrearían consecuencias suicidas. Ni García-Page ni Barbón se atreverán a provocar la caída del Ejecutivo –Lambán quizá sí pero está por ver que los congresistas aragoneses le sigan, sabiendo que ya está de salida–, ni sus votantes lo entenderían por mucho que rechacen la sumisión al chantaje separatista. Los barones díscolos aprietan en busca de una negociación interna, una salida que les permita salvar la cara con la obtención de contrapartidas financieras. Esa presión es la causa principal del confuso silencio de la ministra de Hacienda, atascada en la necesidad de encontrar una solución política y técnica para diseñar un concierto que no lo parezca y al mismo tiempo satisfaga el pacto que su jefe ha firmado con Esquerra. Un balón cuadrado, una curva recta, un vestido sin tela.

Como eso es imposible en términos contables, porque el dinero de más que se lleve Cataluña lo va a perder a alguien, habrá que apelar a juegos de lenguaje, a sustituir los argumentos por consignas y las ideas por frases, tarea en la que los portavoces gubernamentales suelen mostrarse muy eficaces. La superestructura retórica sólo convence a los ya convencidos, pero resulta suficiente cuando por debajo subyace el elemental principio de combatir al enemigo, que es la base del mandato imperativo aplicado en la práctica por los partidos. Al final, salvo remota rebelión de algún diputado digno, la clave de la continuidad del sanchismo se cifra en que todo su bloque de apoyo, Puigdemont incluido, se convenza a sí mismo de que un polígono es o pueda convertirse en un círculo.