Kepa Bilbao Ariztimuño-El Correo

  • Netanyahu socava en Gaza el principio de inmunidad de los no combatientes. La matanza de civiles afrenta a la Humanidad

Carl von Clausewitz (1780-1831) escribió ‘De la Guerra’ (‘Vom Kriege’), una de las obras que más han influido en la ciencia militar. En ella se ocupó de la naturaleza de la guerra y buscó las leyes que determinan el origen, el curso y el fin de la misma. Comenzó a analizar la guerra y su esencia desde la pura teoría, libre de todas sus circunstancias y como fenómeno humano.

En una primera definición la comparó con un duelo de dos luchadores en una escala más amplia, en la que cada uno trata de forzar al otro, empleando la violencia física, a obedecer su voluntad; su fin inmediato es derrotar al contrario y hacerle incapaz de cualquier resistencia ulterior. Es el concepto puro de la guerra, que denomina la guerra absoluta. Como tal pone en juego el ascenso a los extremos y la aniquilación de uno de los contendientes.

Este planteamiento ideal implica la utilización por los beligerantes de todos sus recursos, y la decisión de los Estados enfrentados de escalar el conflicto hasta el extremo de sus fuerzas, cada uno decidido a derribar e inmovilizar a su adversario, porque cada contendiente teme ser derrotado por el otro mientras este conserve su voluntad de lucha. Como idea pura no atiende a códigos éticos ni morales, ni a razones de benevolencia o humanidad.

Como dice Raymond Aron, comparando la guerra con el boxeo, la victoria se puede lograr de dos maneras: por K.O., sería la guerra absoluta, o por puntos. Paz impuesta o dictada por una parte, paz negociada por la otra, en referencia a los dos extremos o las dos especies de guerra de las que habla Clausewitz. Guerra absoluta y guerra real, la cual, a diferencia de la absoluta y del duelo entre los dos luchadores, involucra a tres actores: el pueblo, el ejército y el Estado, singular trinidad que incorporará en la revisión final del libro.

Clausewitz era consciente de la escalada de la violencia. La destrucción de Hiroshima y Nagasaki por bombas atómicas confirmó la posibilidad de ascenso a los extremos de la violencia, la aplicación bárbara del principio de aniquilación interpretado en sentido material o lo que cuando escribo estas líneas está llevando a la práctica en Palestina el Gobierno de Netanyahu, que practica un exterminio masivo contra una población indefensa con la conciencia tranquila de quien se sabe protegido por una suerte de razón moral histórica mal entendida y que ningún poder occidental se atreve a interrumpir. El Israel del sionismo ultra con la victoria total busca la solución definitiva, la renuncia al Estado palestino en los territorios de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este y al derecho de los refugiados a regresar a su país.

El pueblo palestino se enfrenta a una de las mayores encrucijadas de su historia contemporánea. Tras los ataques terroristas atroces de Hamás del 7-O, la población palestina está viviendo el horror de una venganza militar en la que se han perpetrado crímenes de guerra y de lesa humanidad, además de un posible genocidio según la Corte Internacional de Justicia. Israel cree que puede salir impune, y lo cree porque hasta ahora ha sido posible.

Socava el principio de inmunidad de los no combatientes con el presupuesto falaz de que no queda otra que matar a población civil ya que los terroristas se escudan en ella para defenderse. Un ataque terrorista contra civiles no legitima una represalia contra civiles. La matanza de civiles es una afrenta para la Humanidad. El principio central del ‘ius in bello’ es que la población civil no puede ser deliberadamente asesinada ni convertida en blanco de los ataques. Este es el significado más profundo de la inmunidad de los no combatientes: no solo protege a los no combatientes individuales, también al grupo al que pertenecen.

Dada la extraordinaria densidad poblacional de Gaza, casi cualquier objetivo militar está cerca, encima o debajo de edificios donde un gran número de civiles vive o trabaja. La decisión de Israel de tratar las ubicaciones tradicionalmente protegidas de los ataques como objetivos legítimos ha significado la devastación para los civiles. Campos de refugiados, hospitales y escuelas regentadas por Naciones Unidas, donde los desplazados buscaron refugio, han sido objeto de ataques a gran escala, provocando la muerte de miles de personas. De acuerdo con las reglas defendidas en el ‘ius in bello’ y recogidas en el derecho internacional codificado en el Protocolo Adicional I de los Convenios de Ginebra, el principio de proporcionalidad prohíbe un ataque donde el daño esperado a civiles y lugares sea «excesivo» en comparación con la «ventaja militar directa» que el ataque supuestamente debería alcanzar.

Nada de esto estaría sucediendo sin apoyo de EE UU y la pasividad de la llamada comunidad internacional, que, a diferencia de otras situaciones, no ha pasado de tímidos reproches. Todo apunta a que el Gobierno de Netanyahu pretende aprovechar esta nueva coyuntura para imponer su proyecto de un solo Estado etnocrático y de ‘apartheid’ sobre el conjunto del territorio entre el río Jordán y el Mediterráneo.