Imma Lucas-Vozpópuli

Debe cumplir su promesa de dar un paso al costado si no lograba la presidencia de la Generalitat. Ni la preside, ni la va a presidir en los próximos años

Sigue marcando la pauta de Junts, sigue sumando desprestigio al cuerpo de los mossos de escuadra –tres agentes están suspendidos por ayudarle en su numerito del 8 de agosto-, sigue insistiendo en que las instituciones están a su servicio, sigue empeñado en dirigir el Parlament. La oposición deberá fiscalizar si procede destinar recursos públicos para que el presidente de la Cámara catalana, la segunda autoridad de Cataluña, viaje de nuevo a Waterloo para reunirse con Puigdemont. No ha lugar. No tiene sustento institucional ni procura beneficio alguno para el conjunto de la ciudadanía. Se trata de un acto puramente partidista, por lo que lo lógico sería que lo pagara su partido. Un viaje del presidente de la Asamblea catalana implica movilizar personal de seguridad, de protocolo, amen otros funcionarios. Del gasto público, del uso de dinero del contribuyente hay que ser escrupuloso tanto en transparencia como en gestión.

Si bien es lícito que Josep Rull, como destacado dirigente del partido independentista, pueda tener todos los encuentros que quiera, sean presenciales o virtuales con el jefe que, debido a sus decisiones, tuvo que pasar cuatro años en prisión, lejos de su mujer, de sus hijos, renunciando a su vida personal. Pues bien, este Puigdemont le sigue dando instrucciones, sigue dictando la agenda del presidente del Parlament en una actitud que se antoja inadecuada e imposible.

Los suyos han empezado a desconfiar de su liderazgo, de su capacidad que no llega más allá a la de hacer anuncios imposibles, huir y dejarlo todo patas arriba

Desde mi humilde punto de vista, en Junts están necesitados de un cambio de liderazgo, el partido no puede seguir sometido a los antojos de una persona que dinamitó todos los puentes sociales, familiares, institucionales, económicos para conseguir sus objetivos. Puigdemont debe cumplir su promesa de dar un paso al costado si no lograba la presidencia de la Generalitat. Ni la preside, ni la va a presidir en los próximos años porque los suyos también han empezado a desconfiar de su liderazgo, de su capacidad que no llega más allá a la de hacer anuncios imposibles, huir y dejarlo todo patas arriba.

Rull no se debe a Puigdemont, se debe al Parlament que preside, una institución que debe representar a todos los ciudadanos que viven y trabajan en Cataluña, como diría Jordi Pujol. La oposición parlamentaria debería también fiscalizar y poner en cuestión determinadas actividades del jefe de la Cámara. No tiene bula para hacer cuanto le agrade a Puigdemont. Nada justifica esta visita de Rull al prófugo cuando hace tan solo 15 días tuvieron oportunidad de estar juntos en la extravagante puesta en escena del Arco de Triunfo de Barcelona. En aquel acto, el expresidente tan solo acertó a decir que había llegado a Cataluña sin ser detenido, burlando todos los controles, lo que implicaba una descalificación absoluta hacia los cuerpos de seguridad, en este caso la policía autonómica catalana. Quizás estaban ocupados en preparar la diada del 11 de septiembre, por primera vez en 15 años con un presidente socialista y con la familia independentista fractura e irreconciliable.

Nuevos liderazgos

Empieza un curso político, veremos quién demuestra altura de miras, si siguen el ejemplo de la mano tendida de Fernando Clavijo con respecto a dar apoyo a los presupuestos de Sánchez si se atienden las angustiosas llamadas de Canarias sobre la inmigración, que no tiene pinta. O el independentismo catalán, especialmente Junts, sigue la línea de lehendakari del PNV, Imanol Pradales, en sus llamadas a la sensatez y la prudencia (mientras se les otorgue lo que reclaman). O si los independentistas catalanes pretenden proseguir su línea de dinamitar la convivencia a conscientes de que no están teniendo el apoyo democrático necesario para alcanzar sus propósitos soberanistas. Junts y ERC deberán buscar nuevos liderazgos para esta nueva etapa en la que no cuentan con el apoyo ciudadano necesario para conseguir sus objetivos.