Olatz Barriuso-El Correo

  • A la oferta de pacto ético de Pradales, construida sobre la idea del oasis, le ha seguido más crispación, azuzada por la inmigración, las disputas territoriales y las urgencias internas

Dime de qué presumes y te diré de qué careces, reza el dicho popular. A veces la sabiduría oral acierta porque, tras arrancar el curso con una oferta de acuerdo ético -formalmente, ‘Pacto por una Actividad Política Ejemplar’- sustentada en la idea de que en Euskadi se hace política con más finura, respeto y ‘savoir faire’ que en el resto de España, han aflorado las corrientes subterráneas que demuestran que aquí también cuecen habas. La escena vasca, de manera casi automática y tras un verano plácido, ha visto cómo se le tensaban las costuras y cómo el «debate sosegado» del que presumía el lehendakari se ha vuelto sensiblemente más áspero. Por los asuntos que toca, por la voladura de puentes entre partidos y hasta por la aparición -éramos pocos- de erupciones territoriales que tensan el modelo confederal ‘ad intra’ que vertebra Euskadi.

El oasis vasco, la idea fuerza que latía detrás de la propuesta de Pradales, se ha evaporado nada más mencionarlo -con otras palabras- y darle forma de decálogo. El objetivo de preservar la cultura democrática como un bien inherente a la identidad vasca ha espoleado acalorados debates y ha enfadado especialmente al PP por la «superioridad moral» que, a su juicio, destila. En el Gobierno no preocupa especialmente la reacción de los populares vascos porque el objetivo era, básicamente, marcar la agenda, tomar control del relato y llevar la iniciativa. Pero son conscientes de que la, a priori, excelente disposición de EH Bildu a participar en el pacto mientras no se utilice para marcarles a ellos el listón ético -es decir, para exigirles que condenen el terrorismo- puede servir, indirectamente, para homologarles definitivamente como una fuerza con vocación de gobierno.

La propuesta de Pradales ha servido para revisar la idea de la Euskadi post ETA de mano tendida

Riesgos políticos al margen, la propuesta del lehendakari, a la espera de su recorrido final, ha servido para revisar la idea de esa Euskadi post ETA en la que los grandes acuerdos, la mano tendida y el «bien común» han arrumbado la crispación. Javier de Andrés ha recordado el ataque a la tumba de Buesa y la agresión a su portavoz en Vitoria, Iñaki García Calvo. Cabría añadir aquí el lamento del alcalde de Bilbao, Juan María Aburto, por los «insultos» de ciertas comparsas en el recinto de txosnas o el hostigamiento reiterado a una concejal del PNV en Ugao-Miraballes.

Por supuesto, también se puede apuntar el ya célebre tuit de Aitor Esteban -«torpe, que eres un torpe», dedicado a Miguel Tellado- que ha reabierto hostilidades a lo grande entre el PNV y el PP. Las cajas destempladas con que populares y jeltzales han retomado su relación en este arranque de curso revelan sus respectivas urgencias internas, la de abrir brecha en el bloque que sujeta a Sánchez, en el caso del PP, y la de justificar el apoyo a un Gobierno incapaz de aprobar sus Presupuestos (y por lo tanto de negociar contrapartidas a cambio) sólo por la supuesta maldad intrínseca de la alternativa, en el caso del PNV.

¿Le habrían lanzado desde Gipuzkoa un órdago semejante a Iñigo Urkullu sobre el TAV?

¿Y Bildu? Como se ajusta a su estrategia, mantiene el perfil bajo y aplaude el cambio «en las formas» del Gobierno de Pradales, aunque no ha gustado nada a los de Otegi que el lehendakari y Ortuzar les acusen de seguir «en el pasado». Y mucho menos que el presidente del PNV tilde de «agresiones» las más de doscientas iniciativas parlamentarias con que la izquierda abertzale ha recibido al Gobierno. ¿Oposición constructiva es oposición muda? He ahí la cuestión.

Además, los asuntos que están marcando la ‘reentré’ no ayudan a serenar el ambiente. «Se han conjugado los astros porque hay temas muy potentes encima de la mesa, sobre todo la inmigración y la financiación», apunta un cargo gubernamental. Efectivamente, la saturación de la ruta canaria y la apuesta de Sánchez por devolver a los irregulares a sus países de origen han calentado el debate migratorio y azuzado los discursos populistas hasta en misa -la homilía del cura de Cascante culpando a los extranjeros del declive de la sociedad católica tradicional ha agitado la política navarra- y Euskadi no permanece ajena a la onda sísmica. El PP vasco ha resucitado el debate sobre la RGI y ha acusado al PNV de alentar el «efecto llamada». También es De Andrés quien alerta de que nos tocará pagar más a escote en el fondo de compensación si se consuma el acuerdo para el concierto a la vasca en Cataluña.

Pero lo más sorprendente de este otoño vasco ardiente, sin duda, ha sido la forma en que Eider Mendoza ha interpretado, a favor de parte, las palabras de Pradales al pedir más tiempo para decidir si la conexión del TAV con Navarra debe hacerse por Vitoria o por Ezkio-Itsaso. El ventajismo y la política de hechos consumados a la que se ha apuntado la Diputación de Gipuzkoa -gobernada, como las demás, por el PNV- supone un sobresalto serio para un Pradales que ya advirtió de que hay «retos de país» y no individualismos territoriales. Un problema para el recién llegado lehendakari. ¿Le habrían lanzado un órdago semejante a Urkullu?