Olatz Barriuso-El Correo

  • La patata caliente de Pradales con el TAV revela las lagunas de un modelo de país en el que las tensiones territoriales son parte del paisaje

Al lehendakari Pradales se le ha abierto un flanco incómodo nada más tomar posesión por donde menos se podía esperar, por su propio partido, el PNV, que, a fin de cuentas, es el que copa la mayor parte del poder institucional, al frente del Gobierno vasco y de las tres Diputaciones. Lejos de ser una ventaja para «tener una única voz como país en las grandes cuestiones» –un ruego que lanzó el jefe del Ejecutivo vasco en una entrevista en EL CORREO tras ser investido y que ahora se revela como profético–, la multiplicidad de intereses en juego y la magnitud del proyecto que se dirime, la conexión del TAV entre Euskadi y Navarra, ha acabado por hacer estallar las tensiones territoriales, la primera bomba política de su recién estrenado mandato.

No es un asunto menor, ni mucho menos, porque la estructura interna cuasi confederal que vertebra Euskadi, con tres territorios históricos dotados de importantes competencias ancladas en la tradición foral, ha estado detrás, de un modo u otro, de los grandes conflictos vascos. Sin ir más lejos, de la escisión del PNV a mediados de los ochenta. Pero también de los roces y pulsos por la política fiscal, de las exigencias de los partidos no nacionalistas para poner fin a las duplicidades que acaban lastrando la eficiencia de las administraciones o de la conveniencia de agitar o postergar proyectos en función de las urgencias electorales o internas. Así sucedió en puertas de los últimos comicios autonómicos con el Guggenheim de Urdaibai, que Urkullu enfrió, para disgusto de la diputada general de Bizkaia y de Sabin Etxea.

Porque si a este cóctel, ya de por sí difícil de agitar, se le añade la bicefalia del PNV ser lehendakari se antoja a veces un ejercicio de malabarismo político. En ese contexto, se entiende mejor la insistencia de Pradales, al reunirse a principios de julio con Elixabete Etxanobe, Ramiro González y Eider Mendoza, en que «no hay problemas que afecten sólo a Bizkaia, Álava o Gipuzkoa, sino retos de país». Un intento de acotar desde el principio las lagunas de un modelo de país en el que las tensiones territoriales son parte del paisaje.

«En Euskadi, cuando ha habido un problema de este tipo, por ejemplo con un centro tecnológico, se hacían tres y asunto resuelto. Pero ahora o es Ezkio o es Vitoria, va a ser imposible contentar a todos», desliza un alto cargo con larga experiencia gubernamental. «No es un tema cualquiera. La decisión que se adopte dejará cadáveres políticos y todos se están posicionando», abunda un veterano jeltzale.

Efectivamente, la libérrima interpretación que la diputada general de Gipuzkoa hizo de las palabras del lehendakari para arrimar el ascua a su sardina obedece a la necesidad de presionar o evadir responsabilidades si la moneda acaba cayendo del lado alavés. En ese territorio optan ahora por un prudente silencio, conscientes de que el Gobierno central se decanta por la conexión vitoriana por su menor coste, pero ya sacaron las uñas hace meses cuando Mendoza advirtió de que el proyecto que horadaría la sierra de Aralar con un túnel de 22 kilómetros es «irrenunciable». El nerviosismo, ahora ya imposible de disimular, es comprensible si se tiene en cuenta la trayectoria descendente tanto del PNV guipuzcoano como del alavés en las últimas citas electorales.

Así las cosas, no es de extrañar que tanto Pradales como María Chivite –cuya estabilidad política depende de Bildu, contraria a la ‘Y’ vasca– urgieran ayer al Gobierno central a pisar el acelerador para que la patata caliente no acabe por abrasarles. EnLakua son muy conscientes de que tienen un problema y que no habrá solución buena. Sólo lo suficientemente rápida como para minimizar su coste.