Eduardo Uriarte-Editores

Suelo tomar con frecuencia la película de Voody Allen “Bananas” como referencia de los disparates que la izquierda puede llegar a cometer. La película la vi durante el franquismo en un penal y, como tenía más sentido del humor que los socialistas de ahora, me reí a gusto a pesar de que yo podía ser uno de los protagonistas de ese esperpento fílmico.

Pero la realdad suele superar a la ficción. Maduro acaba de decretar las Navidades –“como muestra de cariño”, otro con muestras de cariño- el uno de octubre, y Sánchez nombra a su ministro Escrivá gobernador del Banco de España. La siguiente será nombrar a los ministros compatibles con la presidencia de los órganos de control al Gobierno…, y él mismo nombrarse jefe del Estado. No queda espacio para la sorpresa tras el pacto con Bildu, la amnistía, el concierto, la fuga anunciada y retransmitida de Puigdemont, y lo de Soria, Cuenca y Teruel.

No sólo Renfe funciona mejor que nunca, según su ministro, nombrado, sospecho, más para azote de la oposición, actuando como gobierno oposición de la oposición, que como gestor de las amplias tareas de su cartera, devolviendo a la red ferroviaria el nivel de prestigio que disfrutaba durante el franquismo. (Un chiste de la época de la dictadura: España sería el país de Europa con más dificultad para ser ocupada por los soviéticos no por sus virtudes militares sino por los retrasos de la Renfe). O nos enteramos que el “régimen de financiación singular” ya lo disponían Soria, Teruel y Cuenca, para no escandalizarnos de un concierto, que no es un concierto, con Cataluña. Todo ello mientras el Gobierno desampara a Canarias y Ceuta ante el tsunami inmigratorio responsabilizando de ello al PP. “Bananas” se quedó pequeña en su parodia de los excesos de este izquierdismo bananero.

Los retrasos de Renfe huelen a dictadura. A mí al menos me olieron así durante bastantes años, pero es que, además, se le suman otros muchos más detalles sentimentales propios de la España que creímos dejar atrás y que tan bien describió en sus crónicas Manuel Vázquez Montalbán. Huele a miseria, empobrecimiento en los mercados de la periferia de las ciudades, a pesar de la España de los telediarios que veranea. Huele a inseguridad, a paro, pero sobre todo a servilismo. Hasta se rememora el “vivan las cadenas” por parte de todos los progres sin sensibilidad política ni olfato en su idolatría hacia el nuevo Deseado. Soria, Cuenca y Teruel. Y, ahora, lamborghinis.

La derecha española, imbuida de tradicionalismo, nunca ha sabido distinguir el federalismo del confederalismo. La izquierda, imbuida de anarquismo, mucho menos, y  llama federalismo cuando quiere decir confederalismo, como le pasó a Pi i Margall. El federalismo auténtico, el de USA o Alemania, por ejemplo, tiene su fundamento en la unión de una nación, eso sí, descentralizada. El confederalismo en una suma de soberanías tendentes indefectiblemente a la secesión.

Nacionalistas vascos y catalanes odian el federalismo (en mi opinión única fórmula posible de sostener la descentralización de España tras una reforma constitucional) porque nunca admitirían una introducción a la constitución como la americana: “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la Defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad, estatuimos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América”. El NOSOTROS no lo firmaría ningún socio de Sánchez, pues constituye el referente básico de todo federalismo. Plurinacionalidad, asimetrías, derechos históricos, diferenciación, identitarismo, discriminaciones positivas, no formaban parte del ideario socialista, ni del republicano, eran antitéticos con él, pero se asume en loor al Puto Amo, a su arbitrariedad y capricho, tibio ante Maduro pero azote de la derecha democrática española. Y es muy probable que el que tenga un lamborghini sea Maduro.