Ramón Jáuregui-El Correo
  • Debemos recuperar las señas de un partido con vocación de mayoría. Nuestro proyecto parece encaminado a construir un país sin contar con una mitad de él

Más allá de las cuestiones orgánicas, el congreso que el PSOE celebrará entre el 29 de noviembre y el 1 de diciembre debería servir para que su militancia pueda reflexionar y debatir sobre aspectos fundamentales del proyecto que representan estas siglas históricas. Uno de ellos, quizás el más importante en estos momentos, es el que se refiere a la estrategia política para construir el país, puesto que estamos gobernando, y a las relaciones con otras fuerzas. Desde la moción de censura y la vuelta al Gobierno en 2018, el PSOE lidera la izquierda política del país y pilota una coalición con los partidos a nuestra izquierda y con los nacionalistas abiertamente enfrentada a la derecha. Esta estrategia profundiza día a día la grieta abierta en la sociedad española entre los dos bloques políticos hasta el punto de que ya parecen irreconciliables. Todos los temas de nuestra actualidad política son utilizados para polarizar a los dos bloques.

España parece condenada a reproducir la virulencia política de tiempos trágicos de nuestro pasado. Resulta quimérico pensar en la gobernanza común de grandes temas de Estado. Sería demasiado fácil, y en parte injusto, atribuir toda la responsabilidad de este bloquismo creciente al PP y a la perturbadora presencia de la extrema derecha y del populismo en nuestro horizonte político. Muchos de nuestros discursos y de nuestras reacciones políticas alimentan esta dialéctica porque nos interesa tácticamente ubicar al PP en ese polo y condenarlo a una mayoría imposible con sus extremos. Es más, en determinadas esferas de la izquierda política española se defiende esta estrategia como la clave del futuro político del país. «Hemos sacado al PSOE del pacto constitucional, hemos superado la España de la Transición y es la hora de construir la República confederal en España», se dice abiertamente en esos círculos. A su vez, los nacionalistas insisten en «aprovechar» este tiempo para avanzar en sus respectivos proyectos (Otegi dixit).

Debo reconocer que esta estrategia fue importante para superar el riesgo del ‘sorpasso’ de Podemos en su día, y nos ha servido para alcanzar el poder en la moción de censura y en las sucesivas coaliciones de gobierno posteriores. Pero, al mismo tiempo, se han producido importantes limitaciones a nuestro proyecto. Hemos perdido el poder en muchas comunidades autónomas porque los pactos nacionalistas (los catalanes, principalmente) tienen costes electorales. La coalición con Podemos-Sumar ha tenido luces y sombras evidentes, y nos ha situado sociológicamente en un espacio más a la izquierda que limita nuestro crecimiento electoral en el centro. Y, por último, nuestro proyecto de país parece encaminado a ser construido sin contar con la otra mitad de nuestros conciudadanos.

Puede decirse, en consecuencia, que hemos perdido nuestra vocación de mayoría; es decir, aquella que busca ser el partido representativo de una mayoría social en todos los territorios y en todos los espacios del centro-izquierda. El partido que más se parece a España, decíamos en su día, no hace tanto, en tiempos de Zapatero. Ahora, parece que nos encaminamos a liderar y consolidar una coalición tan compleja y contradictoria como la actual en vez de buscar la mayoría electoral sobre el PP, disputando un espacio sociológico más centrado que en parte y en muchos territorios hemos perdido.

Quizás me deje llevar por la nostalgia de un tiempo pasado. Otros me dirán que estamos construyendo otra España, la llamada España plurinacional, y que tenemos que hacerla con estas fuerzas que forman la actual coalición. Pero me llena de dudas construir ese futuro con quienes no quieren compartirlo, y hacerlo frente y contra casi todas las comunidades autónomas españolas pasando por encima del partido mayoritario de España. Es más, me inquieta hacerlo bordeando o vulnerando nuestra Constitución.

Entiendo y aprecio los pasos dados en la superación del conflicto catalán. Siempre he creído inteligente y conveniente integrar nuestros nacionalismos en la gobernanza española. Pero el nuestro es un proyecto federal pactado y no una confusa y desigual confederación. Creo que el PSOE debe perfilar un liderazgo más nítido en la actual coalición y debe hacerlo recuperando las señas de un partido con vocación de mayoría. Eso implica, entre otras cosas, recuperar un sincero discurso de renovar los pactos de Estado fundamentales en la construcción del país. Pienso en las políticas migratorias, en la política exterior, en la Defensa, en Europa y, desde luego, en la política territorial y autonómica a través de una reforma pactada de nuestra Constitución que habilite los pactos financieros y de autogobierno pendientes. Puede ser que el PP se niegue a todo, pero eso le condenará a la minoría.