Chapu Apaolaza-ABC

  • El sanchismo es una máquina de hacer pasar hombres cada vez más grandes por agujeros cada vez más pequeños

Por la tele se ha aparecido Emiliano García-Page en el comité de Ferraz a decir que el cupo catalán es un concierto y que le parece mal. Cualquier día, Emiliano coge la puerta y se queda. A García-Page uno le tiene fe desde chico porque el español medio tiende a creer en cosas. Hay gente que pregona la existencia del PSOE de toda la vida un poco como esos tipos que juran que Elvis está vivo.

A Sánchez, chamán guapo, la disidencia de Page y los demás le viene como a mí una mañana de sanfermines. El pagismo actual hace posible la ensoñación voluntariosa del votante de mi Españita según la cual existe un socialismo de Estado y razonable que no se ha lanzado aún definitivamente en brazos de los enemigos del país y se aguarda su advenimiento. Page llevando la contraria hace posible el desastre, pues permite que el que vota a Sánchez se refugie en la idea de que confía en un partido que contiene a Page. Los electores dan su voto pensando que existe un socialismo plural en el que cuentan sus voces, cuando cualquiera sabe que en la toma de decisiones solamente están Sánchez y sus partes –políticas–, puestas encima de la mesa.

Uno va perdiendo la esperanza de que los ‘Pages’ se rebelen. Como las fortunas, la ilusión no se dilapida de una sola vez. No hay un momento en el que uno pueda situar la fractura como en la mayoría de los casos, es difícil convenir en qué momento un matrimonio se rompe. A las personas que se traicionan a sí mismas les sucede que se van amaestrando, cediendo a lo que no deben hacer. Un día y otro, y otro más, poco a poco, van dando de sí su dignidad y sus principios, y van pasando por el puñetero aro. El sanchismo es una máquina de hacer pasar hombres cada vez más grandes por agujeros cada vez más pequeños. El líder disfruta viendo a los hombres elegir el poder contra sus principios y permaneciendo a costa de desprenderse de su universo ético ya desarbolado. Asiste con un deleite característico a su destrucción, como aquel tipo al que atrapó una piedra en una sima en Colorado y tuvo que cortarse el brazo a sí mismo para sobrevivir.

El pedrismo es un ejercicio de sadismo que se hace con paciencia y saliva y así, poco a poco, amansa a los hombres, los erosiona, los aboca a la peculiar deriva de la destrucción moral mediante ejercicios en los que los deben cruzar sus propias líneas rojas, contradecirse y, al fin y al cabo, elegir deshonra una y otra vez. Estos espectáculos resultan los más duros de ver por la crueldad que supone la contemplación de un hombre rendido, una bestia domada y desprovista de su rabia, de su fuerza, de su altanería y de cualquier recurso que lo pueda hacer revolverse. Así como un león de circo cuyo domador ha dejado la puerta de la jaula abierta y el león se queda.