Juan Carlos Girauta-El Debate
  • La candidata, cuando ignora algo, que es casi siempre (memorizaciones de cara al debate aparte), se ríe demasiado alto y demasiado rato para las buenas formas de allí, y hasta de aquí. Eso rompió a Trump

Oigo que Harris le ha ganado el debate a Trump. En principio, me ha parecido impensable. No olvido la vergüenza ajena que sentí cuando Rusia acababa de invadir Ucrania y, sin dar tiempo a que le hicieran un dibujo, se encontró doña Kamala con un micrófono delante: valore la grave situación. Desde luego, Harris no sabía qué era Ucrania, aunque infirió que se trataba de un país. Que Rusia también lo era le constaba. Casi seguro. Su lerda jerigonza me recordó al chiste de Eugenio sobre el ruso y el señor de Jerez de la Frontera: mucho ruso en Rusia, muy buena la ensaladilla rusa, divertida la montaña rusa. Puedes especular sobre las razones de la fulminante carrera política de doña Kamala, pero hay que descartar mérito y conocimientos. Y no pasa nada. Pero que sepa que ser, es. No, Harris no podía ganar a Trump. Ergo la prensa mentía.

Mi sorpresa llegó cuando mi querido Hermann Tertsch, uno de los europeos que mejor conoce la política internacional (y las mentiras de los medios) me confirmó lo impensable: «Sí, ganó ella». Imagínenme en primer plano, el fondo alejándose tras de mí con la música de Bernard Herrmann para Psicosis. Pues así me encontré. Mirada extraviada, descendiendo en espiral hacia un enigma inextricable. Doña Kamala no ha dicho nada inteligente en su vida. Le cuesta terminar las frases con subordinada, tiene recursos léxicos tan precarios que apenas emite lemitas woke. Tampoco es que Trump sea Cicerón, ni falta que hace. EEUU se viene anticipando a Europa en lo bueno y en lo malo desde hace un siglo largo. El favor popular lo dan la simpatía y las dotes actorales. Siendo presidente, Trump se reunió en Corea del Norte con el gordo tirano; flotaban ambos en un silencio incómodo, las cámaras filmando; y entonces dijo: «Estamos muy delgados», y acto seguido se partió el pecho. Kim Jong-un, desorientado, no le vio la gracia, pero Trump bien gozaba.

Quiero decir que el candidato republicano se ha acostumbrado hace mucho a soltar cuanto le viene en gana, donde a él le parece, y sin acusar ninguna presión. ¡A ver, que le pasó una bala por la oreja y él exigió sus zapatos! Y luego saludó como un torero mientras el lamentable servicio secreto trataba de hacerle la sillita de la reina y sacarlo de allí. Pues resulta que la nula Kamala le ha puesto nervioso y a la defensiva. La razón atañe, de nuevo, a la risa. La candidata, cuando ignora algo, que es casi siempre (memorizaciones de cara al debate aparte), se ríe demasiado alto y demasiado rato para las buenas formas de allí, y hasta de aquí. Eso rompió a Trump. La próxima vez debe ser consciente de que se trata de un duelo de descojones. No hace falta que hablen. El problema, si gana ella, es que se verá obligada a seguir carcajeándose cuatro años seguidos, sin ganas. Me recuerda a They Shoot Horses, Don’t They?