Iñaki Ezkerra-El Correo
- Se habla del nepotismo de Sánchez, pero se olvida el clan de los Guerra o el de Aznar
En el tedioso, frustrante y desalentador debate sobre los límites constitucionales que ha vulnerado Sánchez y sobre los que vulnerará en un futuro próximo, hay una tendencia a presentar este caso político como un fenómeno totalmente novedoso en la etapa democrática, que hubiera surgido por generación espontánea. Y, ciertamente, su desfachatez y su alcance poseen unos tintes inéditos, pero no así su naturaleza invasiva ni su ánimo de control de todos los poderes del Estado, ni su afán colonizador de las instituciones. En un reciente y lúcido artículo, el historiador Guillermo Gortázar explicaba la actual situación española como «el resultado de un proceso del que son responsables todos los presidentes de Gobierno». De este modo, en Sánchez habrían confluido un nuevo factor como es el de la ofensiva populista, a lomos de la cual él se ha subido por interés más que por ideología, pero también ese viejo proceso del que el sanchismo sería un fruto maduro que, antes o después, caería fatalmente de su rama.
Con aquellos polvos, la llegada de alguien con la suficiente falta de escrúpulos para convertirlos en lodos estaba más que cantada. Era solo una cuestión de tiempo. Hablamos hoy del nepotismo de un Sánchez que ha enchufado a toda su parentela en la vida institucional, pero se nos ha olvidado el clan de los Guerra o el Aznar, que nos impuso a su cónyuge como alcaldesa de la capital de España, cosa que Rajoy aceptó a cambio de una tregua en las críticas de Faes a su gestión. La clave de la distancia que separa a Sánchez de sus antecesores está en una estrofa de Baudelaire: «Si el veneno, el estupro, el puñal, el incendio,/ no bordaron aún con graciosos dibujos/ el banal cañamazo de nuestra pobre suerte,/ es, ay, porque nuestra alma no es lo bastante atrevida».
No tenían el alma lo bastante atrevida, pero se atrevieron a promulgar leyes orgánicas para perpetuar su liderazgo y exigir pleitesía. Se atrevieron a dejar la gobernabilidad del país en manos de unas desleales minorías nacionalistas. Sánchez simplemente ha llevado al extremo lo que ellos dejaron a medias: «¿Era más ético pactar con Arzalluz y Pujol que hacerlo con Otegi y Puigdemont?» Y, si hoy no hay resortes legales para frenar la atrevida alma sanchista, es porque ellos se cuidaron muy mucho de no crearlos cuando no de eliminar los que ya había. El único resorte que queda es el judicial. Pero si ha sobrevivido no es porque ninguno de ellos lo deseara, sino porque, en la pugna por su control, el PP y el PSOE hasta hoy han quedado en ese empate que expresa gráficamente el duelo entre el Constitucional y el Supremo. Así, hablamos de ellos como de un final de Copa entre el Real Madrid y el Barça. ¡Pues menos mal que su alma era un poco cagueta!