Ignacio Camacho-ABC

  • Los mecenas de Begoña Gómez han saldado su inversión fallida con altos costes reputacionales y líos con la justicia

Entre la tesis plagiada del marido y el máster recién cancelado de la esposa, la carrera universitaria del matrimonio Sánchez no tiene demasiado timbre de gloria. Triste y sola se queda la Complutense sin la cátedra famosa, y arrumbado el ‘software’ creado a petición de Moncloa por las generosas y ahora afligidas compañías patrocinadoras. Cuatro añitos ha durado el invento antes de pasar a mejor vida. A ver de qué les sirve el titulillo de Transformación Social Competitiva a los alumnos enviados por ciertas empresas públicas que les pagaron las matrículas, y a ver cómo explican los directivos mecenas a sus consejos de administración la rentabilidad de esa inversión fallida cuya consecuencia más explícita ha sido la desagradable citación a declarar en los tribunales de justicia.

Puede ser difícil probar la eventual existencia en ese evidente chanchullo de alguna clase de ilícito penal de las partes contratantes. Lo que resulta ya fácil de constatar es que el trato de favor y la ligereza con que se armó el montaje han tenido para sus participantes patentes costes reputacionales. Ha quedado retratado el servilismo complaciente del rector Goyache y la rara presteza con que la Caixa y Seguros Reale desembolsaron la financiación sin más requisito que una petición amable y, en el caso de la aseguradora, la intercesión de un amigo de juventud del presidente Sánchez. Ante interlocutores de ese crédito quién necesitaría más avales.

Ahora todos están arrepentidos. El caso es un escándalo de opinión pública, con posibles consecuencias penales, y una operación de rendimientos intangibles aparentemente sencillos se ha convertido en fuente de problemas y perjuicios. Cómo iban a pensar esos brillantes ejecutivos que al echar un cable a la mujer del jefe del Gobierno podían meterse en un notable lío y acaso acabar como sospechosos de colaborar en un presunto delito. Tenía buena pinta y era una acción de prestigio, declaró el consejero delegado de Reale en condición de testigo. Repreguntado por el juez, admitió que se trataba de la única de ese tipo a la que habían contribuido.

La pinta ya no se antoja tan buena. A los accionistas de bancos y empresas no les gusta demasiado ver su marca zarandeada en la prensa, y mucho menos envuelta en sumarios de tráfico de influencias. La política quema, sobre todo a quienes no están acostumbrados a desenvolverse en ella. El dinero aportado no fue mucho, nada que vaya a quebrar ningún balance, pero las pérdidas no se miden en términos contables sino de imagen, un ámbito en el que cuesta tiempo y trabajo recuperarse. En tiempos de exigente responsabilidad corporativa es complicado explicar las facilidades con que se accede a ciertos ruegos según la relevancia del solicitante. Cátedra cancelada, pues; dos semanas más de pesquisas judiciales y llegará a parecer que a Begoña Gómez no la conocía nadie.