IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Con unos pocos votos de la derecha que ha descubierto en Feijóo un político serio, hoy habría otro presidente del Gobierno

Es una buena noticia que la derecha sociológica, incluidos muchos votantes de Vox, haya reconocido en la sesión de (no) investidura de Feijóo a un político juicioso, responsable y sensato. En ese sentido el candidato popular aprobó con aceptable nota su examen de liderazgo; no es –ni le hace falta ser– un dirigente carismático pero posee la claridad de criterio y la solvencia suficientes para encarnar las aspiraciones de los ciudadanos que se identifican con el moderantismo democrático. Aunque la brutalidad navajera del matón que Sánchez envió para insultarlo por delegación lo desconcertó durante un rato, en el que dejó ver que aún no ha terminado de asimilar la verdadera estofa de su adversario, en conjunto logró transmitir a la nación la imagen serena de un dirigente maduro con un proyecto creíble bajo el brazo. La pena es que ese reconocimiento llega dos meses tarde porque una parte de su electorado potencial se resistió a votarlo. Ciudadanos de espíritu bizarro y retórica de combate le adjudicaban veleidades nacionalistas, debilidad de carácter, complejos centristas, incluso una especie de criptosanchismo pusilánime. Y con las urnas delante, le negaron las cualidades que ahora aplauden y frustraron la oportunidad histórica de un cambio que deberá esperar un tiempo cuya duración nadie sabe. Siendo así que se trata del mismo hombre aplomado y razonable al que en julio objetaban ausencia de aptitud para ser gobernante.

Unas cuantas decenas de miles de votos en cinco o seis provincias habrían permitido que hoy hubiese en España un nuevo presidente del Gobierno y un ex buscando empleo. La mayoría relativa es una victoria moral de poco consuelo, como la satisfacción por escuchar un buen –tirando a excelente– discurso en el Parlamento. Incluso en el seno del PSOE había a principios de verano una operación en marcha para convocar un congreso extraordinario que desalojara de la jefatura del partido a Sánchez antes de fin de año. Claro que el PP cometió errores, algunos bastante claros: el exceso de confianza, la campaña Bambi, los pactos extemporáneos y mal coordinados, la permisividad con unos socios dedicados a retirar banderitas arcoíris y censurar obras de teatro. Y sobre todo, como el martes, la incapacidad de reaccionar ante los trucos sucios de un ventajista redomado. Aun con todo eso, fueron sus teóricos sectores de apoyo los que fallaron privándolo de cuatro escaños que marcan la diferencia entre el éxito y un fracaso susceptible de desembocar en el desarme del Estado. A buenas horas llega el descubrimiento de sus virtudes después de tanto discutir si era galgo o podenco. Pero ya tiene mal remedio. No lo son las manifestaciones de desahogo, ni la firma de manifiestos, ni la presión para que el Rey vulnere su neutralidad impidiendo un desafuero. ‘Spoiler’: ni puede hacerlo ni está para enmendar nuestros propios entuertos.