Kepa Aulestia-El Correo
El aspirante a continuar en la Presidencia del Gobierno en nombre del PSOE, Pedro Sánchez, y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, amenazan con prolongar todavía más el pulso que mantienen para endosarse mutuamente las culpas de unas nuevas elecciones. Tanto que se disponen a enredar al Rey en sus consultas de la próxima semana; hasta el punto de que no sería extraño que todo acabara en otro intento de investidura antes del 23 de septiembre. Bastaría con que Iglesias pasase por el Palacio de la Zarzuela mostrando su convencimiento de que al final llegará a un arreglo con Sánchez. Y que éste eluda negar esa eventualidad en la audiencia con el jefe del Estado. Todo con tal de sacudirse, uno y otro, el sambenito de ser responsable del 10-N. La farsa está siendo tan notoria que no puede descartarse una sesión de investidura por accidente; ni siquiera la designación accidental de Sánchez como presidente.
El país lleva ya casi cinco meses jugándose nada, y jugándoselo todo, a si Sánchez sale o no investido de ésta. Con la seguridad, desgraciadamente, de que la apuesta no está amañada. De tanto sugerir enigmas insondables, la cosa es lo que parece. Ni más ni menos. Sánchez salió del 28-A y, sobre todo, del 26-M convencido de que el escrutinio se quedaba corto para sus méritos. Mientras Iglesias procedía a su particular recuento advirtiendo de que sus votos no solo no le obligaban, sino que le impedían achantarse. Si la liza no había tenido fin en los ensayos anteriores, no hay razón para pensar que esta vez sí. Sánchez se muestra convencido de que el futuro es suyo, e Iglesias no está dispuesto a conceder verosimilitud a semejante augurio. Ello cuando el resultado de un 10-N está sujeto a infinidad de incertidumbres.
Se da por supuesto que Sánchez por un lado e Iglesias por el otro rehúyen la carga de que España tenga nuevas elecciones, porque los dos se esfuerzan en sacudirse la responsabilidad de un desenlace antipático. Pero lo que más pesa sobre ambos es la creencia de que promover –aun sin admitirlo– otra cita con las urnas es una iniciativa gafada electoral y políticamente. Es ahí donde el líder de Unidas Podemos lleva ventaja al aspirante socialista a continuar en la presidencia. Porque éste es el que se la juega realmente en la apuesta, mientras Iglesias puede permitirse el lujo de errar. Lo que realmente importa en un pulso político o de poder no es la fuerza de que dispone cada contendiente, sino cuán en serio afronta el desafío.
Se da por supuesto que dirigentes y partidos operan guiados por estrategias bien definidas, gracias a que disponen de informaciones privilegiadas a modo de sondeos de opinión, o porque están dotados de una inteligencia política excepcional, o –en su defecto– del favor de la fortuna. Nunca es así, y menos esta vez. Sánchez sobre todo, e Iglesias en menor medida, cuentan con la inestimable suerte de que los demás adversarios –externos e internos– son incapaces de sostener una pugna duradera; y se pierden más que ellos en la búsqueda de ocurrencias cortoplacistas. Pero la ventaja que esa presunta superioridad concede a Sánchez y a Iglesias, respecto a Casado y Rivera sin ir más lejos, es tan engañosa que harían mejor si prescindieran de ella.
Sánchez e Iglesias se acomodan en el artículo 99 de la Constitución para dirigirse al Rey con consideraciones propias de funambulistas. No seré yo quien le niegue el apoyo que pudiera merecer si se esfuerza un poco; ni seré yo quien rechace sus votos si son para bien. Mientras tanto, se da por supuesto que existe una amplia coincidencia programática entre el PSOE de Sánchez y las Unidas Podemos de Iglesias. Cuando en realidad la sintonía no alcanza ni para una declaración de intenciones.
Desfilan fórmulas alternativas a un gobierno de coalición fuerte, cuando sus promotores contradicen con ellas sus propósitos últimos. Apelan a la estabilidad como bien superior negándola a cada paso. Se agota el calendario constitucional, y seguro que encuentran algún subterfugio para dar sentido a la consulta de Felipe VI. Será que habitan su propio mundo, y cada vez más. Hasta Unidas Podemos podría acabar haciéndose un lío con tal de quedar a salvo, votando la investidura de Pedro Sánchez a cambio de que se lo agradezca en público.